La presencia de las Damas de Blanco y otras figuras de la disidencia interna en la Torre de la Libertad de Miami el pasado 20 de mayo, día conmemorativo de la independencia de Cuba, fue como una verdadera fiesta de libertad y marca la nueva tónica de los tiempos tras la apertura a los viajes –varios líderes disidentes se encuentran en este momento de visita en el exterior del país–, que se suma a otras medidas semejantes del raulismo, como libertades al cuentapropismo, a la compraventa de autos y casas, usufructo de tierras, cooperativización de algunas ramas empresariales de pequeñas unidades y limitación a los períodos de altos cargos del Estado (a lo que se añade el nombramiento de Díaz-Canel como supuesta prueba de relevo generacional).
No obstante, las medidas parecen tener el propósito de abrir válvulas de escape al descontento general, pues son timoratas, insuficientes y tardías, y el modelo sigue siendo el mismo: el monopolio estatal sobre la mayoría de las empresas, las finanzas, el comercio exterior, y los principales medios de difusión. El gobierno continúa pagando a los trabajadores, jornales en una moneda devaluada –un salario medio mensual de 455 pesos cubanos según datos de junio del 2011 de la Oficina Nacional de Estadísticas, equivalente a 18 dólares mensuales–, mientras les cobra en tiendas de divisas la mayoría de los productos de primera necesidad con otra moneda que vale 25 veces más, lo que significa que el trabajador percibe un salario real de extrema pobreza, uno de los más bajos del mundo. Y luego se asombran cuando algún deportista o un grupo de bailarines de ballet, decide quedarse durante algún viaje al exterior. El argumento para justificar ese bajo salario era que se compensaba con los subsidios del Estado en el sector público, como la educación, la atención médica y los bajos precios de los productos de la libreta de racionamiento –servicios que constituían la única razón para sostener la existencia de una sociedad socialista–, pero el deterioro y los recortes de estos servicios se han ido afectando tanto paulatinamente que el argumento ya no es convincente.
Por otra parte las aperturas no se realizan sustituyendo unos funcionarios por otros, pues todos saben que son nominados para seguir estrictamente las pautas marcadas por los “providenciales” líderes. El sistema electoral, proclamado por la dirigencia como “el más democrático del mundo”, parece más bien una burla, pues mientras los funcionarios centrales y provinciales designan a los candidatos a diputados de la Asamblea Nacional, estos diputados son los que eligen a esos mismos funcionarios, lo cual significa que los dirigentes del partido-Estado no los elige el pueblo sino que son ellos los que se eligen a sí mismos.
Todo lo anterior significa que la actual política es la de hacer cambios para no tener que cambiar nada y para amortiguar con falsas expectativas, la desesperanza general, fuente de posibles explosiones de protestas que si bien hasta ahora “nunca rebasan los límites del barrio”, esto podría cambiar con el gradual acceso de gran parte de la población a la moderna tecnología de las comunicaciones. Mientras tanto, la burocracia permanece agazapada en espera de heredar altos cargos que, por razones biológicas, quedarán vacantes más pronto que tarde para luego sumir al país en un pantano de corrupción.
Pero el que la máxima aspiración del ciudadano promedio siga siendo la emigración significa que no abriga esperanza alguna de cambios reales, ni de la clase dirigente, ni en una disidencia acorralada por la represión en los rincones marginales de la sociedad, ni en los intelectuales de la llamada Nueva Izquierda Cubana, excluida de los medios oficiales.
La opción ideal –y posible– sería la conformación de una amplia plataforma cívica integrada por todo el espectro social y político favorable al cambio democrático que ponga rieles a ese tren que ya se nos viene encima rugiendo y humeando por la selva, pero ni la disidencia está preparada para esto, más interesada –con pocas excepciones–, en atraerse el apoyo de los grupos políticos del exilio que conquistar, con un discurso más a tono con la realidad, el respaldo de la ciudadanía; ni la nueva izquierda, con un discurso más coherente, pero incapaz de conformar una fuerza unida e influyente por su estancamiento en lo que uno de sus protagonistas ha llamado “diálogo de sordos” entre sus dos vertientes: socialistas democráticos y libertarios. Es preciso derribar barreras de prejuicios y anteponer lo más importante antes de que las ruedas de ese tren nos pasen por encima.
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