Por Luis Cino.
La designación como vicepresidente de Miguel Díaz Canel no sorprendió a muchos. Hacía meses que se veía venir. Mejor dicho, subir. El régimen necesita relevos y no dispone de mucho para escoger. Ni gente -con dos dedos de frente, quiero decir- ni tiempo.
Lo que asombra es la repercusión que ha tenido, sobre todo entre los cubanólogos y en cierta prensa internacional. Es como si ya hubiera empezado el post-castrismo. Como si hubiese aparecido ya el reformista que faltaba, la versión cubana de Gorbachov. ¡Ilusos que son! ¡Las ganas que tienen!
Aunque -¡no faltara más!- en algún momento tiene que aparecer. Y más con los tiempos difíciles que se avizoran tras la muerte de Hugo Chávez.
A Díaz Canel nos lo quieren vender los medios internacionales empaquetado como culto, flexible, bien humorado, aficionado del basketball y la música de los Beatles. Se refieren a lo bueno que fue como primer secretario del Partido Comunista en Villa Clara, pero no dicen nada de los llega y pon -o barrios insalubres, como dicen los pinchos en su jerga oficial- que ordenó desalojar en Holguín cuando ocupaba el mismo cargo en dicha provincia.
Sus pobres dotes oratorias también se las cuentan como mérito. Dicen que no quiere destacarse demasiado y provocar celitos.
Hasta hay quienes se refieren a su buen porte. Como si del protagonista de una película se tratase. Es decir, una película que no sea otro de los episodios de “El castrismo: la sobrevida” en la temporada número no sé cuánto.
A la mayoría de los cubanos nos tenía sin cuidado a quien nombraran. Sabemos que es igual, da lo mismo…Como si designaban como vicepresidente a Esteban Lazo en vez de ponerlo al frente de la Asamblea Nacional para que dirija el coro, o seguía el carcamal de Machado Ventura hasta el último pasito.
¿Quién dijo que Díaz Canel ya es el número dos del régimen? En el castrismo, ser designado vicepresidente, o incluso presidente, no significa demasiado. ¿O ya nos olvidamos del infeliz Osvaldo Dorticós, que no pinchaba ni cortaba?
¡Son tantos los delfines que hemos visto explotar! Cinco años es tiempo suficiente para que cualquier delfín cometa un desliz, se torne arrogante, se corrompa, se aficione a las mieles del poder, etc, y caiga víctima de una purga en las altas esferas, con autocrítica y confesión de culpas y debilidades ideológicas y todo.
Y nadie lo va a lamentar ni a echar de menos cuando los truenen y pasen al plan pijama o a la cárcel si se ponen muy pesados. Estos delfines, pugnas y rivalidades en la nomenklatura aparte, no tienen ningún arraigo popular, más allá de sus parientes y algún que otro protegido.
El domingo, un tipo con el que conversaba en una guagua, y que iba medio en nota, con la lengua suelta, me aseguró que Díaz Canel no va a alcanzar a sustituir en la presidencia al general Raúl Castro cuando termine los cinco años de su último mandato. Dijo estar convencido de que lo van a tronar antes. Como a Carlos Aldana, Landy Domínguez, Robertico Robaina, Otto Rivero, Pérez Roque y Carlos Lage. De este último habló pestes. El tipo no le perdona que les hayan quitado las jabitas y otros estímulos a los trabajadores cuando era el zar de la economía (aplícate el cuento, Marino Murillo).
Así que ya saben, hasta que no demuestre lo contrario, con hechos distintos a los de sus jefes y que sean para bien, que no me vengan con el cuento de que Díaz Canel es el hombre de la transición a no sé qué carajo. Así se parezca a Richard Gere o a Juan Primito. ¡Para lo que eso importa!
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