Por Juan Juan Almeida.
Desde el 14 de enero, los cubanos de extramuros estamos pendientes y esperanzados con las autorizadas salidas del país de varios disidentes cubanos. Es normal, y correcto, así es la solidaridad para con todo el que se enfrenta a una dictadura que ha dado muestras de no creer en la democracia. Aunque esto me parece parte de una jugarreta del siempre sospechoso gobierno revolucionario, que intenta, una vez más, desviar nuestra atención de axiomáticos acontecimientos que desde dentro de la isla prometen convertirse en históricos.
“El elemento primordial del control social, es la estrategia de la distracción consistente en desviar la atención del público de los problemas importantes”.
Es indudable que, con la entrada en vigor de las llamadas medidas raulistas, se ganó cierta libertad individual dentro del pueblo cubano que - en los casos conocidos - podrán llevar su discurso un poquito más allá de la pantalla de su ordenador; pero dentro de la isla la represión cobra fuerza, sobre todo en contra de aquellos que no cuentan con la buena protección de la sombrilla de los medios y amigos del ciberespacio.
Los espacios de difusión nacional, el Granma y el NTV continúan amordazados; la economía popular es un caos; la calle es un aparador triste, decadente y vacío donde resalta el mal gusto impuesto por los nuevos ricos; y la violencia ciudadana alcanza niveles estratosféricos, así como el racismo, la desidia, la desilusión, y la desconfianza en las instituciones del estado. Los cubanos en la isla se hartaron de vivir un futuro diseñado.
El General Jefe, entre otras tantas cosas, temiéndole a las influencias de su viejo fantasma hermano, fortificó su círculo de poder y se aisló, convirtiéndose en rehén de su propio proceso de transformación. Intentó reformular su nuevo Consejo de Estado y ha sido un verdadero galimatías, indisponiendo a militares, políticos y policías.
A estas alturas del campeonato, la ausencia de soluciones a la inestabilidad económica, se comporta como una ecuación que, es directamente proporcional a las conspiraciones e intrigas en las filas del partido.
El PCC hoy está dividido en grupos de poder enfrentados entre sí. De un costado, el G2 que desde siempre complota en su contra. Por otro, la cruzada anticorrupción, sin eco en la casa real, incrementó laceraciones en la clase dirigente; y los primeros secretarios del partido en las provincias, municipios y centros laborales, asegurando el futuro le echan mano a su presente.
No hay más que mirar hacia dentro del país para ver con claridad que los altos militares se van sintiendo fragmentados en bandos de “favorecidos”, “necesarios” y “despreciables”. Todos esperando por alguien que les ofrezca un buen trato que les permita mantener su acostumbrado estilo de vida.
Cualquier hipótesis es posible en tan descalabrada situación, atención con eso. El general Raúl Castro está perdiendo hasta su sombra, y pese a un montón de medidas edulcorantes o coercitivas, no manda ni en su casa, mucho menos en los despachos y pasillos de ese Comité Central que ya no es predio de nadie.
La soledad de Raúl es un hecho; sabe bien que dimitir, o huir, es enfrentarse con su peor enemigo: la justicia.
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