Por Arnaldo M. Fernández.
Tal y como sucede con muchos episodios del castrismo histórico e incluso del castrismo corriente, la prisión provisional extendida de Marquitos -desde su detención (enero 10, 1961) en Praga hasta la apertura (marzo 14, 1964) del juicio oral en La Habana- propició, junto al problema político que planteó Chomón ante el tribunal de primera instancia, "el eterno retorno de lo mismo": las habladurías, que se desconectan de las relaciones y contextos vitales, y las novelerías, que buscan inquietud y excitación antes que volcarse a la comprensión.
Así, el corresponsal Rodolfo Merino (UPI) reportó (marzo 23, 1964) a distancia -desde Miami- que Marquitos había sido "sentenciado a muerte la semana pasada por un delito de delación, pero Fidel Castro intervino para que se revisara el proceso". No hubo revisión alguna, sino segundo juicio porque así lo exigía de cajón el trámite de apelación en caso de condenas a muerte. Y Castro declaró de entrada: "considero con absoluta convicción culpable al acusado" para poner en ridículo la insinuación UPInesca.
Desde luego que el tribunal de apelación reprodujo e incluso amplió el desfile de la prueba que ya había pasado ante la sala juzgadora en primera instancia, porque se precisaba deshacer el entuerto político entre el DR y el PSP. Llegó el turno del ofendido y Raúl Valdés Vivó replicó a Chomón que Marquitos guardaba más relación con el DR, adonde entró por su afinidad anticomunista con Jorge Valls y Tirso Urdanivia, que con el ala juvenil del PSP (Juventud Socialista – JS), a la cual nunca perteneció aunque, en su carta a Ordoqui, Marquitos alardeara de que "se me designó para realizar trabajos de información en el seno del DR".
Chomón había exacerbado esta cuestión jurídicamente irrelevante con que espiar al DR para el PSP condicionó la tración y con que no se explicaba cómo un individuo de la calaña de Marquitos podía "militar en una organización revolucionaria". Este doble planteo es baladí, porque consta militancia de personas de toda calaña en todas las organizaciones revolucionarias, amén de que el espionaje e infiltración de militantes de unas en otras -Castro mismo reveló en el juicio haber metido nada menos que 360 hombres del MR-26-7 en la Triple A- nada tiene que ver con delatar al enemigo común a otros combatientes de distinta filiación grupal.
Sin embargo, aquel planteo de Chomón bastó para que cundieran las habladurías y novelerías en sinergia con la detención prolongada de Marquitos, que sirvió para despachar su confesión escrita, sus respuestas al fiscal y al defensor en el juicio, y la grabación del careo solicitado por Edith García Buchaca como resultados de sendas coerciones del Departamento de Seguridad del Estado (DSE). No sorprende entonces que, a casi medio siglo de aquel juicio, personas con la sana intención de dar testimonio, como Sara Calvo ("Las puertas se cierran a las cinco", Cubaencuentro, 21 de abril de 2010) sobre el entierro de los mártires de Humboldt 7, aseveren: "Todavía hay interrogantes sobre cómo lograron localizarlos. Se supone que fue Marcos Rodríguez [Foto © Bohemia]". La delación de Marquitos no es suposición, sino hecho probado más allá de toda duda razonable.
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