viernes, 7 de enero de 2022

El castrismo y su desmesurado egocentrismo.

Por Orlando Freire Santana.

Los gobernantes cubanos padecen de una peculiar enfermedad que con frecuencia los hace sentirse el ombligo del mundo. También los lleva a acreditarle a Cuba una representatividad que a todas luces excede la real trascendencia de la isla.

Una situación que se ha manifestado últimamente con la producción de las vacunas contra la pandemia del coronavirus. La propaganda oficialista cubana mucho ha insistido en que Cuba es el primer país de América Latina en tener vacunas propias para combatir esa enfermedad. Hablan de que con Abdala, Soberana 02 y Soberana Plus, concebidas por los científicos del grupo empresarial Bio CubaFarma, el país se ubicaba a la vanguardia de nuestra región, e incluso se ponía en este sentido al nivel de las naciones del primer mundo.

Sin embargo, las vacunas cubanas no han recibido el reconocimiento de las instituciones internacionales de salud. En cambio, hemos conocido que una vacuna AstraZeneca fabricada conjuntamente por México y Argentina fue reconocida recientemente por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), convirtiéndose así en la primera vacuna anti COVID-19 producida en América Latina aprobada por los organismos internacionales.

Mientras eso sucede, las autoridades cubanas siguen insistiendo en la primacía de sus vacunas, pero no acaban de presentar la documentación que exigen las referidas organizaciones para acreditarlas oficialmente.

Y por supuesto que el egocentrismo del castrismo no para ahí. Porque, ¿qué decir de lo que ocurre cada 3 de diciembre al cumplirse un aniversario del nacimiento del médico cubano Carlos J. Finlay? La propaganda oficial califica esa jornada como El Día de la Medicina Latinoamericana. En verdad debía ser el día de la medicina cubana. Pero el castrismo, prepotente a más no poder, se arroga una representatividad que resulta en extremo arbitraria. Una vanidad que de alguna manera se emparenta con ese afán desenfrenado de merecer el Premio Nobel de la Paz por las misiones médicas en el exterior.

Otro caso lo tenemos en el estadio Latinoamericano, la principal plaza beisbolera de Cuba. Antes del advenimiento de Fidel Castro al poder, esa instalación se denominaba Estadio del Cerro, en referencia al barrio habanero donde se halla ubicada. Con el nuevo nombre imaginamos que el castrismo pretende ubicar ese estadio por encima de otras instalaciones similares en países que son potencias beisboleras como Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela o México.

Otro tanto presenciamos con el Salón Rosado de la Tropical, la más importante instalación bailable de La Habana. En Cuba se califica como “el más bailable de América Latina”. ¿Qué dirán de ello los salones donde se baila el merengue dominicano, la salsa puertorriqueña, o la samba brasileña?

Mas, el eslogan que como decimos vulgarmente “le pone la tapa al pomo” es el anuncio que emplean varias emisoras radiales de la isla, las que aseguran que Cuba es “el primer territorio libre de América”.

Si acudimos a la historia comprobamos que es exactamente al revés. Cuba fue la última nación de América Latina en liberarse del yugo colonial español. Sin embargo, ya sabemos que el castrismo emplea el adjetivo “libre” para calificar a las naciones que se apartan de las normas de la democracia liberal y abrazan las ideas de la extrema izquierda.

Se trata de una variante del membrete de “progresista” que ellos emplean para denominarse a sí mismos. Porque, ¿a quién que analice la realidad desapasionadamente se le ocurriría calificar de progresista a los regímenes de Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, o Díaz-Canel en Cuba?

Share:

jueves, 6 de enero de 2022

Los insólitos e inútiles túneles de Fidel y Raúl Castro.

Por Tania Díaz Castro.

Son muchos los disparates por recordar en más de 60 años de Revolución, pero la historia de los túneles que Fidel y Raúl Castro comenzaron a construir en los años 90, es el colmo de la insensatez. Pudiéramos perdonarles algunos de sus muchos arrebatos, pero ¿cómo explicar la razón de los túneles en pleno Período Especial? Esas obras provocaron daños a paredes, pisos y techos de modernos apartamentos del Vedado y de edificios de varios pisos, que hoy siguen sin reparar después de más de 30 años transcurridos.

Miles de cubanos fueron prácticamente obligados a construir refugios para que Cuba se enfrentara a una guerra contra Estados Unidos, un conflicto armado que solo estaba en la mente de los dos dictadores cubanos.

El proyecto comenzó como todos los otros de Castro: el “Comandante en Jefe” aseguró que el Imperialismo desataría una guerra inminente con el fin de destruir “el último bastión del socialismo mundial”. Las obras se llevaron a cabo con la colaboración de las Fuerzas Armadas, dirigidas por su hermano Raúl.

Lo que queda hoy de aquellos túneles son extrañas madrigueras bajo tierra, con aguas putrefactas y desperdicios de todo tipo, lo que ha ocasionado accidentes hasta el día de hoy.

La hija de una amiga tiene marcas en su piel desde una tarde en que cayó en uno de aquellos túneles. Tampoco se me olvida que una señora que vivía frente al parque infantil Jalisco Park, del Vedado, no pudo permutar porque sus paredes, techos y pisos se rajaron durante la construcción de los túneles.

Hoy nos preguntamos todavía por qué se hizo aquel proyecto. ¿Cómo instrumento de manipulación política, porque Fidel y Raúl presentían la caída de la URSS, o como instrumento social para distraer a los cubanos de la falta de comida?  

Tras paralizar el programa de viviendas y la actividad constructiva en general, para aquel proyecto se usaron más de 230 000 metros cúbicos de hormigón, más toda la producción de dos años y medio de cabillas de La Antillana de Acero. Además se invirtieron no menos de 850 toneladas de las reservas de combustible del ejército castrista.

Según expresó un periodista europeo, “como si Cuba se tratara de un queso gruyere, la Isla se llenó de túneles, que bien podrían ser una vía de escape para los líderes, en vez de refugio para la población”. 

Lo cierto es que, en el peor momento de la maltrecha economía cubana, el régimen derrochó recursos para una construcción de varios kilómetros de largo, que resultó inútil después.

Cuando ya se habían excavado cerca de 600 kilómetros debajo de La Habana, Fidel paró las obras de sopetón y sin explicación alguna para reclamar al niño Elián González de “las garras del Imperialismo”. 


Share:

Diario de Año Nuevo: sin novedades en el frente.

Por Luis Cino Álvarez.

Estoy encerrado en mi casa desde la noche del 31 de diciembre, cuando mi barrio, sin música ni fiestas, las calles desiertas, parecía un cementerio. Hace días que no salgo ni a comprar pan, que por demás no hay.

Mi aislamiento se debe a dos razones: primera, porque no tengo ganas de felicitar ni de que me feliciten, me parece un chiste cruel en estas circunstancias; y segunda, porque no quiero escuchar las quejas de mis vecinos acerca de “cómo está la cosa” y “lo mal que la estamos pasando”.

Mis vecinos, como casi todos los cubanos que no son de la elite gobernante, están muy disgustados por estos días. No pudieron pagar los altos precios de la carne de puerco para la cena del 31 y tuvieron que conformarse con la libra de pollo por persona que, luego de hacer una tumultuosa cola, les obsequiaron por la libreta de abastecimiento. Para beber no quedó otra cosa que el pomo de ron peleón, uno por familia, que les vendieron a 132 pesos, previa presentación del carnet de identidad.

Principalmente de quien no quiero escuchar quejas es de esas personas para nada castristas que te hacen la salvedad: “no es que yo esté en contra de la revolución, pero…”. A alguno de ellos, cuando me ha soltado que los periodistas independientes “hablan mal de Cuba”,  armándome de paciencia, he tenido que explicarle que no hablamos mal de Cuba, sino del régimen y de lo que hace mal, que es casi todo. Pero por estos días no tengo ánimo para aclararles la mente a los que confunden la patria con la dictadura o a los que les es más cómodo dejarse confundir.

He escuchado a algunos de esos vecinos expresar su antipatía por el exilio histórico, al que reprochan su odio al régimen. Como si la roñosa pandilla castrista fuera tolerante y amorosa con sus adversarios.

Dicen  que no quieren mezclarse con “la gente de los derechos humanos” -como llaman a los opositores-  porque no quieren terminar en la cárcel o botados del trabajo. Y eso lo explica todo. Su disgusto y desconfianza por la disidencia les sirve para justificar su miedo y su inacción. Prefieren largarse de Cuba a la primera oportunidad que tengan. Eso, si la suerte y el dinero los acompaña y algún país les da visa, con todas las podridas que nos han puesto a los cubanos en un mundo cada vez más ajeno a nuestra mala suerte.

Si no consiguen largarse, y no creen en “la revolución”, ni en la disidencia, ni en el exilio, si no votan en las elecciones de delegados del Poder Popular y se niegan a firmar los  proyectos opositores, si han perdido totalmente  las esperanzas… ¿Qué les  queda? ¿Cortarse las venas?

Me dan mucha pena las personas que se mueren de miedo ante la posibilidad de  luchar por sus derechos y  ayudar a recomponer la patria, a sacarla de este desastre. Pero más me deprime oírlos quejarse y luego aclarar que no es que estén “en contra de la revolución”.

Son muchos los cubanos que permanecen inertes, mudos y sordos, cuidándose hasta en las redes sociales,  haciéndose los bobos, a ver qué pasa… No se deciden a romper de una puñetera vez con este régimen abusivo. Y no quieren saber de la oposición. No quieren buscarse problemas. Y para estar bien con su amor propio -lo que les queda de amor propio, luego de tanto oprobio y pisoteo- dicen que no quieren que hablen a nombre de ellos ni el gobierno ni los disidentes.

Ojalá puedan hablar por ellos mismos, cuándo y cómo puedan, si es que alguna vez los dejan. Pero que se dejen de hipocresía, que la reserven para el régimen. Que sus críticas a los que disentimos abiertamente no les sirvan  como coartada para su miedo.

Cada vez son más los que no votan o depositan su boleta en blanco en esa farsa que son las votaciones del Poder Popular, los que no militan en las llamadas organizaciones de masas, los que no asisten a las reuniones de los CDR, los que no chivatean ni se prestan para los mítines de repudio.

Miles de personas en toda Cuba vencieron el miedo y se lanzaron a las calles a protestar los días 11 y 12 de julio de 2021. Los callaron a palos y a tiros. Con las largas penas de cárcel impuestas a centenares de los participantes en las protestas (incluso a menores de edad) el régimen ha logrado aterrorizar a los descontentos. Por ahora.

Si los mandamases no se deciden a hacer cambios de calado, habrá nuevos estallidos populares. Pero es como si con ellos no fuese. Como si siempre la represión bastara para sofocar las ansias de libertad y progreso. Para ellos, el futuro sigue siendo el partido único, la unanimidad y la planificación centralizada de la economía.

Los retranqueros del inmovilismo no permitirán que cambie absolutamente nada de todo lo mucho que se sabe -es de vida o muerte, no sólo para su régimen, también para la nación- debe ser cambiado.

Muchos piensan que los cambios sólo pueden venir “de arriba”, pero los presuntos reformistas no acaban de aparecer. Por ahora, disfrutan sus privilegios, aplauden y siempre callan. Solo quedaría esperar que cometan un error como el de Günter Schabowski, el miembro del Politburó del Partido Comunista de Alemania Oriental que con una frase mal dicha, o mal interpretada, echó abajo el Muro de Berlín en noviembre de 1989.

En cuanto a expectativas, los cubanos estamos peor que a la mitad del Período Especial. Hubo en aquella época un momento en que, con las reformas económicas, parecía que se iba a imponer un poco el sentido común. Ahora no. Hoy, los ineptos mandamases de la continuidad, con sus torpes movidas y su terquedad, parecen ballenas nadando hacia la playa, desesperadas por encallar y morir al sol.

Se respira el mal aliento del desmadre y la desbandada. Pero ni siquiera nos atrevemos a soñar. Perdimos el hábito hace tiempo. Y los sueños, de cumplirse, demorarían. Aunque legalizaran los partidos de oposición y  convocaran mañana mismo a elecciones democráticas, limpias y con supervisión internacional, nos durará varias décadas la resaca cínica de la dictadura, con todos sus vicios y aberraciones y la nostalgia de algunos por el pasado comunista.  ¿Cuántos años tendremos que vagar por el desierto para purgar esos pecados?

Otro año más de dictadura, el 63. Más de lo mismo. Peor. Que no me vengan con felicitaciones. Y que aguanten y  no se quejen más los resignados. Que me avisen cuando se les acabe  la paciencia.

Share:

lunes, 3 de enero de 2022