martes, 9 de julio de 2013

Fidel Castro, mentor del chavismo.

Por Iván García.

Decía el general francés Charles de Gaulle que cuando dos personas o dos países se asocian, uno siempre intenta montarse encima del otro. Cuba, que por situación  geográfica se considera la Llave de América, tras 54 años de mandato exclusivo de los hermanos Castro aún tiene ínfulas de faro redentor.

Por ser el primer país comunista del continente se ha forjado el derecho natural de ser mentor ideológico de revoltosos, sediciosos o trasnochados anarquistas latinoamericanos.

El gobierno de La Habana ha trazado políticas injerencistas. Cuando en la época del ‘internacionalismo proletario’ la teta soviética conectó una tubería de rublos, cañones y petróleo, Fidel Castro ofrecía en Cuba cursos de aprendices a guerrilleros.

Terroristas, como el venezolano Carlos ‘El Chacal’, hoy preso en Francia, aprendió a usar el C-4 asesorado por sus camaradas cubanos. En nombre de la dictadura del proletariado, una isla pobre a rabiar, envió tropas a conflictos civiles en África.

Después que estos años de huracán castrista queden atrás, se sabrá qué cantidad de dinero y recursos se despilfarraron en batallas de ultramar. Cuando el comunismo soviético dijo adiós, la isla entró en una etapa de ‘período especial’: un castigo al derroche y a la improductividad económica. El régimen se las vio negras.

Las cajas estatales estaban en mínimos. Por falta de petróleo se paralizaron planes de desarrollo. Cerraron industrias. Y los apagones duraban hasta 12 horas diarias. Era como una guerra, pero sin bombardeos aéreos.

En Venezuela, en 1992, un teniente coronel de las tropas paracaidistas intentó un golpe militar para afincarse en Miraflores. Mientras, en su despacho, Fidel Castro tachaba con lápiz rojo las noticias que llegaban sobre el suceso. Le otorgó la máxima prioridad al joven Hugo Chávez. Y cuando lo excarcelaron, en 1994 fue su invitado de honor. Es en La Habana donde nació la futura alianza.

La autocracia verde olivo apostó todo a un caballo ganador. A gritos, la patria de Bolívar pedía cambios. La corrupción e inmovilismo de los políticos tradicionales, la miseria galopante y criminalidad urbana, habían gestado un panorama explosivo.

Hugo era el hombre de Fidel en Caracas. Llegó al poder manejando hábilmente el discurso de la pobreza y el cambio social. No habló de socialismo hasta tener bajo control a buena parte de las instituciones venezolanas.

Venezuela es una democracia en apariencias. Existe prensa libre y juego político. Incluso elecciones. Pero el hombre fuerte de Barinas diseñó una estrategia que le posibilitara permanecer décadas en el poder, utilizando sutilmente métodos autoritarios apoyados por la Constitución.

La ideología de Chávez era amorfa. Católico, algo de marxismo a la carrera y un apasionado de primera clase a la consigna del Socialismo de Siglo XXI ideada por el politólogo alemán Heinz Dieterich.

La muerte pasó a recogerlo y lo salvó del desastre. Si Venezuela sigue empeñada en el camino del absurdo político, acabará en masivas protestas callejeras, inconformidad ciudadana y descontento social. Las cifras económicas inquietan. El crimen asusta. La inflación se dispara.

A pesar que el barril de petróleo ronda los 100 dólares, el dinero recaudado se evapora. La producción petrolera decrece. Parte de esa producción es para pagar su deuda con China. Otra parte se entrega a precio subsidiado, si es que se paga, a Cuba y otras naciones del Caribe.

El socialismo en teoría suena bonito. Ayudar a los desposeídos, prosperidad, salud y educación gratuitas. Eso es bueno. Pero se deben diseñar políticas sociales sin violentar las libertades individuales ni saltarse leyes democráticas. Un Estado no puede pretender planificar desde la fabricación de un palillo de dientes  hasta la cantidad exacta de hielo de un granizado.

El presidente Nicolás Maduro pudiera darle una vuelta de rosca al estado de cosas. Pero a sus espaldas carga el cadáver de su compadre. Los consejos que le soplan desde La Habana no debieran ser un patrón a seguir.

El proyecto es polarizar la sociedad. Seguir entregando petróleo a la ristra de países amigos. Y consolidar la hegemonía continental anti Estados Unidos. En su visita a Cuba se reunió cinco horas con Fidel Castro, presunto cerebro gris del actual panorama venezolano.

Si Maduro es un hombre honesto, se percatará que su alianza con los gobernantes cubanos podría llevarlo a la ruina política. Lo ideal sería romper con ese lastre pesado, que incordia incluso a muchos seguidores del chavismo.

Y de modelo a seguir, optar por una izquierda moderna y moderada al estilo de Lula o Dilma en Brasil. De lo contrario, tiene sus días contados.
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