martes, 22 de abril de 2025

Multas millonarias a negocios privados en Cuba.

Por Iván Garcia.

Inspector poniendo una multa a un vendedor de productos agrícolas en La Habana. Tomada de Diario de Cuba.

En algún momento del verano de 2022, digámosle Richard, viajó a Estados Unidos para comprar un contendor de solomillos de cerdo, dos contenedores de cuartos de pollo y uno de confituras variadas, a despachar en el puerto del Mariel, al oeste de La Habana.

Hacer negocios en Cuba siempre ha sido una misión casi imposible. Las estructuras del gobierno están diseñadas para la narrativa ideológica, el control económico y el miedo a que un emprendedor gane demasiado dinero. La pobreza socializada es la etiqueta que le han puesto a la Isla. Comercio Interior, dice Richard, es una institución organizada para distribuir entre la población cubana un puñado escaso de alimentos.

“Desde la década de 1990, tras la caída del comunismo soviético, que subsidiaba el ineficiente modelo económico, las autoridades viven dando bandazos. Saben que los negocios privados y las inversiones extranjeras pueden reflotar la economía y desarrollar el país. Pero el miedo pesa más que la lógica y las apremiantes necesidades básicas de la población. El gobierno ve al sector privado como presuntos delincuentes. De acuerdo a las reglas de juego de su modelo político, un ciudadano que resida en Cuba no puede tener una gran cantidad de dinero de forma legítima. Se lo impide el propio sistema, diseñado para que el Estado sea el dueño del 95 noventa y cinco por ciento de las propiedades y los rubros económicos,”

“Se suponía que la solución pasaba porque los emigrados cubanos invirtieran en su patria. Así fue que China y Vietnam salieron de su atroz miseria. Pero esa lógica evidente tenía un problema: Fidel Castro tildaba a los que se marchaban de gusanos. Los demonizó, azuzó al pueblo a que los golpeara e insultara cuando se iban del país. En el ideario colectivo, la emigración era, junto al imperialismo yanqui y el capitalismo, un enemigo de clase. Siempre el Estado receló de los negocios. Sabían que un alto por ciento de esos pequeños emprendimientos se sufragaba con dólares de Miami».

«Y estaba el temor político. Cuando una persona o un grupo de personas, acumulan mucho dinero pueden cuestionar al establishment y el disparate económico. Por eso desde la Constitución sancionan la acumulación de capital. Con todas esas limitantes tiene que lidiar un emprendedor cubano. ¿Por qué invertimos en el país? Porque es una forma legal de ganar entre 20 y 50 veces más que el pago que reciben los empleados estatales. También para lograr independencia económica del Estado. Precisamente esa autonomía te convierte en un objetivo del gobierno”.

“Al no haber competencia y existir un montón de necesidades económicas que el gobierno no cubre, hay un espacio que te permite ganar dinero. Por ejemplo, cuando surgieron las MYPMES en 2021, el retorno del capital invertido en los negocios de ventas de alimentos eran de un año o año y medio. Estamos hablando de 300 mil a 600 mil dólares de inversión. Era un retorno seguro. Las ganancias también son considerables para el entorno nuestro: un dueño de negocio podía ganar entre 5 y 6 mil dólares mensuales que en Cuba te permite vivir con holgura”.

“Los emprendedores fuimos inteligentes. Invertíamos en dólares, pero vendíamos en pesos, con márgenes de ganancias, no obstante los ataques del régimen, mucho menor que el Estado. Cuando usted calcula el precio de cada producto vendido por el sector privado y el de GAESA, los precios de un particular son entre un 10 y 20 por ciento más barato a pesar de las limitaciones, pues debemos importar a través de una empresa del gobierno, pagando altos impuestos y con un servicio bancario que no le vende divisas a las MIPYMES”.

“La solución fue comprar los dólares en la calle a precios del mercado informal. Eso trajo consigo que el 80 por ciento de las divisas que circulan en el país fueran a parar a bolsillos no contralados por el gobierno. Y nos decretaron la guerra, que iba a comenzar por esa o cualquier otra causa. Parientes de altos personeros del régimen quisieron replicar el modelo. Abrieron cientos de negocios, pero a pesar de jugar con la cancha inclinada: no los inspeccionan ni multan, pueden importar directamente (incluso el banco estatal ha creado esquemas de financiación para ellos) y pueden vender directamente sus mercancías en tiendas dolarizadas, no pueden competir con nosotros”.

“Los bodegones y puntos de ventas del sector privado están en cualquier barrio de la Cuba profunda. El concepto de ganancias que tiene un emprendedor no es ni parecido al de un testaferro del gobierno. Yo puedo ganar 5 mil pesos al día y me conformo. Esa gente, en su desconocimiento del mundo de los negocios, quiere ganar millones lo más rápido posible. En un principio no aceptaban las inversiones de pequeños y medianos negocios, consideraban que era poco dinero. El gobierno sueña hacer negocios a nivel de multinacionales”-

“A grandes rasgos, esos son los orígenes de por qué el gobierno decidió enfilarnos los cañones. Comenzaron con el pretexto de la bancarización regulando las ventas a 80 mil pesos diarios y 120 mil pesos mensuales. Un disparate. Cualquier tenderete de La Habana puede vender en un día 200 mil pesos. Entonces el sector privado comenzó a guardar el dinero en sus casas. Sin dólares y sin pesos en el banco arreciaron su guerra económica, que no es para mejorar la calidad de vida de la población, simplemente su meta es presionarnos para que cerremos los negocios y poder acceder a los dos mil millones de dólares que ya no gestionan. Es el verdadero trasfondo de todo”, concluye Richard.

Según Yamila, dueña de una peluquería y una tienda que vende ropa de Shein, el “gobierno nos sigue enfilando los cañones. Muchos han decidido emigrar, otros optamos por quedarnos, porque con nuestro negocio podemos mantener a la familia y vivir con cierta solvencia. Comenzaron violando sus propios preceptos, al anular el primer año exento de pagos que se había aprobado para las MIPYMES. Después, una medida tras otra para intentar asfixiarnos. Son muy astutos. En vez de desplegar un operativo policial para decomisarte el emprendimiento, te atacan con el arma arancelaria para ahogar los negocios y generar pérdidas. Antes un trabajador pagaba el 5 por ciento de impuesto de su salario. Ahora debe pagar un 20 por ciento. Si ganas 30 mil pesos, el ministerio de finanzas te quita 6 mil pesos”.

“A la mayoría de pequeños negocios que importamos bienes que no son de interés del gobierno nos suben los gravámenes un 50 por ciento. Es increíble. Atacan a la gestión privada que ha creado un millón 600 mil puestos de trabajo con impuestos del 35 por ciento sobre las ganancias, otro impuesto del 10 por ciento sobre las ventas o servicios prestados, un arancel del 5 por ciento por el uso de la fuerza de trabajo, pagar el uno por ciento para apoyar a los gobiernos locales y contribuciones a la seguridad social equivalente al 14 por ciento del salario de los trabajadores. Además, los dueños de MIPYMES tienen que pagar hasta un 20 por ciento de impuestos sobre los dividendos. Todos esos pagos son para impedir que ganes mucho dinero. El gobierno cubano es alérgico a la riqueza, a no ser que sea para ellos”, afirma Yamila.

Los emprendedores consultados por Diario Las Américas coinciden que gracias a la creciente corrupción pueden evadir regulaciones del régimen. “El gobierno está en un punto de no retorno. A los gobernantes no los va a tumbar las protestas en la calle, se van a ir tumbando ellos mismos, debido a su incapacidad para gestionar los servicios básicos y proporcionarle alimentos a la población. Los negocios privados han sustituido a las bodegas del Estado que no tienen ni arroz. Si el sector privado cierra sus negocios o hace una huelga, el país se paraliza. Actualmente la mayoría de la ciudadanía se transporta gracias a los particulares. Y, a pesar de los altos precios, el arroz, las salchichas y el pan que comen muchos cubanos es gracias a las MIPYMES. En su ambición por ganar dólares, el gobierno va a generar un estallido social», dice el dueño de una cafetería habanera.

Una funcionaria de la ONAT (Oficina Nacional de Administración Tributaria), reconoce que «la corrupción en el cuerpo de inspectores y en todas las instituciones estatales es indetenible. En los últimos cuatro meses, por la vía de las multas administrativas, se han recaudado mil millones de pesos. La multas, más que disuadir, ha permitido que el sector privado busque otras formas de comercializar sus mercancías sin que aparezca en sus fichas de costos, aunque las multas también son una estrategia para recaudar dinero. Con el déficit de liquidez, ese dinero sirve para pagar a una parte de la administración pública. Pero no creo que sea un método eficiente».

La funcionaria revela que “según orientaciones recibidas, el próximo paso del gobierno con los dólares recaudados por las ventas a negocios privados en la zona del Mariel y el corralito financiero a empresarios extranjeros, es abrir un mercado cambiario a un precio similar al de las divisas en la calle. Se ha demorado en anunciar la medida, porque el Estado necesita tener suficiente liquidez para que ese mercado de compra y venta de divisas se pueda sostener en el tiempo”.

Al respecto, Richard cree que “si mañana los bancos del Estado compran el dólar a 370 pesos, en la calle comenzará a pagarse a 400 pesos. Es una guerra que tienen pérdida de antemano”. Varios emprendedores consideran que la única forma que tiene la dictadura de acabar con los negocios privados es aplicarles sanciones penales o cerrarlos por decreto. No hay otra.

Share:

domingo, 13 de abril de 2025

Morena Nieves y los siete camaradas políticamente correctos.

Por Miguel Sales.

Al principio, se llamaba Blancanieves y los siete enanitos. Parecía un cuento infantil, pero en realidad era un relato pernicioso, urdido por la mente retorcida de dos voceros del heteropatriarcado, los hermanos Grimm, con el fin de envenenar las mentes de las nuevas generaciones, perpetuando el racismo, el sexismo y la discriminación de las personas de corta talla y capacidades diferentes.

Recordemos brevemente el argumento del libelo:  

Una princesa joven y de tez muy pálida (criterio racista de la blanquitud) es víctima de su madrastra desalmada, que envidia su belleza y trata de asesinarla. La reina la manda de paseo al bosque en compañía de un criado, que tiene la misión de matarla y traer de vuelta las entrañas de la joven como prueba del crimen. Pero el sirviente le indica dónde esconderse y regresa con el corazón de un ciervo, que la reina ordena cocinar y servir en un banquete (asesinato y canibalismo).

Mientras tanto, Blancanieves encuentra una casa pequeña, donde viven siete enanos que trabajan en una mina cercana. Los enanos deciden acogerla, siempre y cuando cocine, zurza la ropa, tienda las camas y mantenga el orden doméstico (machismo y sumisión femenina).

La reina malvada, advertida por su espejo mágico, descubre que Blancanieves sigue con vida y acude a la casita del bosque disfrazada de vendedora con ánimo de matarla. Primero le ofrece una cinta, con la que trata de estrangularla. Al regreso de la mina, los enanos descubren a la joven, que solo se había desvanecido, y la reaniman. La madrastra vuelve y le ofrece una peineta envenenada, que en un descuido le clava en la cabeza. Los enanos regresan y, por segunda vez, reviven a la princesa. La tercera vez, la falsa vendedora le hace morder una manzana envenenada y la princesa cae en un coma profundo (resultado del consumismo compulsivo). Incapaces ahora de revivirla, los enanos colocan a Blancanieves en una urna de oro y cristal.  

Tiempo después, un apuesto príncipe visita la casa del bosque, ve el cuerpo incorrupto de la joven y se enamora de ella (necrofilia). Por accidente, el trozo de manzana envenenada cae de la boca de Blancanieves, que recupera el conocimiento, conoce al príncipe y se enamora a su vez. Los jóvenes se casan y viven felices para siempre. Y colorín colorao.

Walt Disney sucumbió al siniestro encanto de la narración y en 1938 la usó como guion para realizar un largometraje de dibujos animados que suscitó universal admiración. Tan extraordinario fue el éxito de la película que al año siguiente Disney recibió un Oscar honorífico. Desde entonces, a pesar de su avieso contenido, Blancanieves siempre ha figurado en la lista de los mejores filmes de todos los tiempos. 

El cine, con su inmensa capacidad de difusión, popularizó la imagen de la princesa alemana en todos los rincones del mundo. Incluso en los carnavales de La Habana, cuando yo era adolescente, escuché una versión rumbera y semiporno de la historia, que a golpe de tumbadora repetía un estribillo así: “Blancanieves y los siete enanitos en cueros, sí, sí, van en cueros”. 

Pero los tiempos han cambiado. Ahora la empresa Disney, convertida en adalid del wokismo, presenta una nueva versión políticamente correcta, para que grandes y chicos puedan “deconstruir” el relato original y apreciar, en nombre de la justicia social, las “opresiones interseccionales” que esconde.

En este remake del clásico, Blancanieves ya no es una princesa de nívea tez (de ahí su apodo), sino una mestiza con un plus de melamina, nacida en Estados Unidos de padres de ascendencia colombiana y polaca (y partidaria confesa de Hamas y la “liberación” de Palestina; esto no lo dice en la película, pero sí lo ha declarado en varias entrevistas conexas). 

Los ex enanos son ahora siete camaradas mágicos que representan la paleta ideal de la corrección política: todos los sexos (aunque no queda claro si alguno es trans), las razas y los tamaños (incluso hay uno de muy corta estatura, sin duda afectado por alguna forma de acondroplasia, que como sabemos es una capacidad diferente, que por lo general no ayuda a jugar al baloncesto).

Si todo lo anterior parece grotesco y es motivo de burla, se equivocan los críticos. El objetivo está bien servido: atacar la historia y la cultura de Occidente con las ideas y los valores retorcidos del siglo XXI.

Hay que “deconstruirlo” todo para rectificar nuestro pasado culpable, y luego entretejer un relato análogo que ponga de manifiesto las injusticias interseccionales causadas por el privilegio blanco heteropatriarcal. Aunque sea, urdiendo bodrios como éste, que tratan alevosamente de aprovechar el prestigio de creaciones muy superiores.

Por eso los activistas de izquierda pasan buena parte de su tiempo derribando estatuas y estropeando obras de arte que -según ellos- representan la opresión, el colonialismo, la esclavitud, las guerras y otras formas de crueldad que Europa y Estados Unidos han ejercido en exclusiva sobre otras naciones a lo largo de cinco siglos. 

Poco importa que en otras culturas se practique habitualmente el infanticidio, la tortura, la mutilación genital femenina, la discriminación de las mujeres, el sometimiento de las minorías y una larga lista de vulneraciones de derechos que en Occidente sí se respetan. 

Claro que, en el ámbito de la cultura de masas, hay además otros criterios que la propaganda progre suele pasar por alto. Uno de ellos es la rentabilidad, porque el arte progresista suele vivir mayormente del erario público.

Así, la nueva versión cinematográfica del cuento, triturada por la crítica, apenas recaudó la mitad de lo esperado -43 millones de dólares- en la primera semana posterior al estreno y cerca del 33 % -14 millones- en la segunda. Habida cuenta de que la película costó unos 250 millones de dólares, los expertos especulan ahora si este nuevo fracaso de taquilla podría causar la quiebra de la empresa.

En cualquier caso, Morena Nieves y sus camaradas políticamente correctos parecen encaminarse a un pozo financiero más profundo que la mina donde trabajaban los siete enanitos de Blancanieves. ¿Signo de los tiempos o simple justicia poética?

Share:

domingo, 6 de abril de 2025

La institucionalización del reparto y el reparterismo.

Por Luis Cino.

Sobre el programa Mesa Redonda del 28 de marzo, que estuvo dedicado a la música (de algún modo hay que llamarla) conocida como reparto, comentó en las redes sociales Carlos L. Alfonso, guitarrista, cantante y director del grupo Síntesis: “No puedo creer lo que estoy viendo y escuchando en la TV”.

Sentimos lo mismo que Carlos Alfonso, muchos de los que amamos la música, quiero decir, la de verdad, sin importar el género que sea.

En el programa “Llegó el reparto”, que algunos jocosamente bautizaron como “La Mesa Repartera”, luego de años de hacerle asquitos, se oficializó la aceptación por parte del régimen del grosero engendro marginal y anti-musical conocido como “reparto”.

La periodista Arleen Rodríguez Delivet, como moderadora, junto a un panel de tres musicólogos y un funcionario del Instituto de la Música, se encargaron de buscar argumentos para legitimar y validar el reparto, llegándolo a calificar como “un salto superior del reguetón”, por mezclar el Cubatón con elementos de la timba y hacerlo una expresión musical –nunca un género, por falta de originalidad en su célula rítmica– netamente cubana.

Casi llegan a declarar al reparto, en vista de su popularidad entre todos los grupos sociales y etarios en el país, donde ya prácticamente apenas se escuchan otros géneros, como Música Nacional; tan nacional como la palma real, el tocororo, la flor mariposa, el son y el poeta Nicolás Guillén.

La renuncia al buen gusto, la capitulación ante un monótono machaqueo mecánico que convoca a la tribu al despelote y el aguaje. ¡Con tanta música buena que se hizo y todavía se hace en Cuba, a pesar de los pesares!

Esto se veía venir. En noviembre del pasado año, en el discurso de clausura del X Congreso de la UNEAC, el presidente y primer secretario del Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel, dijo, refiriéndose al reguetón y el reparto, que “no se deben menospreciar o subestimar desde posiciones elitistas, porque estamos ante un fenómeno cultural que trasciende los gustos sedimentados durante décadas por su fuerte componente y alcance social” y porque “se están generando ideas, señales de cambio de paradigmas culturales que no podemos ignorar ni desatender”. Además, aseguró que, debido al gran impacto que tiene el reguetón en segmentos cada vez más amplios, el régimen no puede mantenerse al margen, sino que debe influir en sus creaciones y sumarlos a “la política cultural de la Revolución”.

También el pasado año, la Cuba oficial derrochó oportunismo e hipocresía con motivo del asesinato de El Taiger, un intérprete radicado en Miami, sumamente inadecuado y al que nunca pusieron en la radio y la TV cubana, pero que poco faltó para que, después de muerto, lo convirtieran en héroe nacional.

En la Mesa Redonda sobre el reparto, los panelistas, cual comisión evaluadora de esas que caprichosa e inapelablemente clasifican a los músicos cubanos en categorías A, B y C, escogieron, entre tantos reparteros como hay en Cuba y en Miami, a El Taiguer y Bebeshito como los máximos exponentes del reparto.

El régimen, contradiciendo su política cultural que dice batallar contra la banalidad y la vulgaridad para elevar el nivel cultural de los cubanos, ahora acepta y le da reconocimientos al súmmum de lo vulgar. Pero es que los mandamases quieren sacar provecho del reparto. Económico, porque evidentemente nunca conseguirán que el reparto sea “un arma de la revolución”, como lo fue el Movimiento de la Nueva Trova, ni hacer que Bebeshito y El Micha sean los equivalentes de Silvio Rodríguez y Sara González.

Escribió en su blog la musicóloga Rosa Marquetti: “Dentro del desespero por sacar de donde hace tiempo ya no hay, han llegado a creerse que tienen en el reparto una fuente inmediata y cuantiosa de ingresos. Lo primero entonces, blanquear el reparto, que tanto negro y mulato, cuestionado con problemas con la justicia, no viste bien. Mejor promover y apoyar a un blanquito dócil y bonitillo (para algunas y algunos) y políticamente correcto. ¡Ilusos ellos que creen que pueden construirse un Bad Bunny nacional!”

Cuando leí eso, enseguida me vino a la mente Bebeshito, cuyo exitoso concierto en Miami tanto alegró al régimen de La Habana, y que ahora, con la muerte de El Taiguer, queda como el más importante repartero, según los panelistas de la Mesa Redonda.

Peor que la institucionalización del reparto es que signifique también la del reparterismo, de los rasgos y conductas que emanan de canciones y videoclips: la guapería, la chabacanería, las palabrotas, la jerga presidiaria, el machismo, el sexismo, la cosificación de la mujer, y la ostentación de que hacen gala los intérpretes con sus carros y sus exageradamente gruesas cadenas de oro y plata, haciéndolos ver como triunfadores dignos de imitar por la juventud de la paupérrima sociedad cubana.

Los gobiernos no tienen por qué decidir, por razón alguna, qué música se debe escuchar y cuál no, como cuando en las décadas de 1960 y 1970 el castrismo proscribió el rock y las canciones en inglés en general, por considerarla “un instrumento de penetración ideológica”. Pero tampoco deben promover y aconsejar cómo digerir determinados tipos de música, máxime si son deformantes, embrutecedoras y socialmente nocivas, como evidentemente es el reparto.

Sin eximir de culpas a los reparteros, hay que reconocer que ellos y las letras de sus ¿canciones? son el reflejo de la sociedad de donde surgieron. Una sociedad enferma, en crisis, una jungla donde se han perdido los valores y se ha impuesto el más despiadado “sálvese el que pueda”. Coincido plenamente con Rosa Marquetti cuando afirma que “el reparto es la banda sonora de la debacle y el desbarajuste nacional”.

Share: