El transporte de viajeros en Cuba puede haberse vuelto un poco más fácil, pues desde hace poco el gobierno ha vuelto a entregar licencias a automovilistas particulares de La Habana, si bien la medida no parece haber despertado un desmedido interés.
El transporte de pasajeros es una de las quejas recurrentes de los cubanos: no hay más que ver los paraderos de autobuses repletos de viajeros que pugnan por abrirse un hueco en los vehículos que ya llegan abarrotados.
Así que algunos optan por "pedir botella'' (hacer autoestop), y otros prefieren pagar a los taxis, legales o ilegales, que se dedican a "botear'' o coger pasajeros.
Parar a un taxi en La Habana e indicarle al lugar al que uno va no es tan sencillo, pues depende de un montón de variables como las clases de vehículos, la nacionalidad de los viajeros y los tipos de monedas.
Y es que en Cuba conviven dos monedas desde 1993: el peso cubano, con el que el Estado paga sus salarios, y el peso convertible (CUC, con valor de menos de un dólar), con el que se compran la mayoría de bienes de consumo. La existencia de las dos monedas es otra de las quejas más repetidas por el cubano de a pie.
Hay taxis que sólo admiten CUC, otros, generalmente vetustos modelos prerrevolucionarios, que únicamente aceptan a viajeros nacionales, otros que no pueden abandonar determinadas rutas prefijadas y finalmente los que se saltan todas estas prohibiciones pero viven bajo la amenaza perpetua de una sanción.
Así, Miguel Angel, cocinero en una embajada, ``botea'' en sus horas libres con un Lada soviético, haciendo flashes con las luces de su coche cuando ve a un potencial pasajero, evitando siempre las rutas por donde merodea la policía: ``si me cogen, me multan con 1,000 pesos; me compensa, porque yo saco 2.000 al mes con mi carro'', comenta.
A Miguel Angel no le interesa la entrega de nuevas licencias porque, al igual que otros taxistas clandestinos, las condiciones le parecen muy restrictivas: están ligadas a un vehículo y su propietario, y este tiene prohibido ceder su coche a un familiar o amigo.
Según cifras de la Unidad Estatal de Tráfico, sólo en La Habana se han entregado 3.330 permisos en lo que va de año, una cifra cercana a los 3.486 que existían en el país antes de diciembre del 2008, cuando el Gobierno de Raúl Castro reinició su concesión tras nueve años de suspensión.
Los primeros meses del año trajeron un inusitado interés de los choferes que desbordó las capacidades del Ejecutivo, tanto, que la Unidad de Tráfico habanera tuvo que cerrar sus puertas en agosto y hasta el día de hoy. Sin embargo, la reapertura de las licencias no se ha traducido en ninguna avalancha.
``Mira, a mí me ha costado tres meses de papeles'', dice un flamante taxista que prefiere no revelar su identidad porque compatibiliza su trabajo con un empleo oficial, mientras que, a su lado, un tal José desprecia la licencia porque dice llevar seis años transportando viajeros sin permiso y sin mayores problemas.
"Me saco 15.000 pesos al mes y me han cogido decenas de veces, pago los mil pesos de multa y en paz. No olvides que la licencia cuesta 450 pesos mensuales, casi la mitad que la multa, y si me cogen una segunda vez, me decomisan el carro, pero sería mala pata que me pare un mismo policía", bromea.
Lo más parecido a un taxi, con sus contadores y sus autos nuevos, lo tiene la estatal Cubataxi, con una flota de vehículos Hyundai o Peugeot, pero se pagan en CUC, lo que los hace prohibitivos para la mayoría de cubanos, y además es casi imposible encontrarlos en la calle.
En el otro extremo está el bicitaxi, versión cubana de lo que en otros países americanos es el mototaxi: sufridos jóvenes se pasan el día pedaleando con dos pasajeros detrás, y también ellos necesitan unas licencias que se entregan con cuentagotas.
El transporte de pasajeros es una de las quejas recurrentes de los cubanos: no hay más que ver los paraderos de autobuses repletos de viajeros que pugnan por abrirse un hueco en los vehículos que ya llegan abarrotados.
Así que algunos optan por "pedir botella'' (hacer autoestop), y otros prefieren pagar a los taxis, legales o ilegales, que se dedican a "botear'' o coger pasajeros.
Parar a un taxi en La Habana e indicarle al lugar al que uno va no es tan sencillo, pues depende de un montón de variables como las clases de vehículos, la nacionalidad de los viajeros y los tipos de monedas.
Y es que en Cuba conviven dos monedas desde 1993: el peso cubano, con el que el Estado paga sus salarios, y el peso convertible (CUC, con valor de menos de un dólar), con el que se compran la mayoría de bienes de consumo. La existencia de las dos monedas es otra de las quejas más repetidas por el cubano de a pie.
Hay taxis que sólo admiten CUC, otros, generalmente vetustos modelos prerrevolucionarios, que únicamente aceptan a viajeros nacionales, otros que no pueden abandonar determinadas rutas prefijadas y finalmente los que se saltan todas estas prohibiciones pero viven bajo la amenaza perpetua de una sanción.
Así, Miguel Angel, cocinero en una embajada, ``botea'' en sus horas libres con un Lada soviético, haciendo flashes con las luces de su coche cuando ve a un potencial pasajero, evitando siempre las rutas por donde merodea la policía: ``si me cogen, me multan con 1,000 pesos; me compensa, porque yo saco 2.000 al mes con mi carro'', comenta.
A Miguel Angel no le interesa la entrega de nuevas licencias porque, al igual que otros taxistas clandestinos, las condiciones le parecen muy restrictivas: están ligadas a un vehículo y su propietario, y este tiene prohibido ceder su coche a un familiar o amigo.
Según cifras de la Unidad Estatal de Tráfico, sólo en La Habana se han entregado 3.330 permisos en lo que va de año, una cifra cercana a los 3.486 que existían en el país antes de diciembre del 2008, cuando el Gobierno de Raúl Castro reinició su concesión tras nueve años de suspensión.
Los primeros meses del año trajeron un inusitado interés de los choferes que desbordó las capacidades del Ejecutivo, tanto, que la Unidad de Tráfico habanera tuvo que cerrar sus puertas en agosto y hasta el día de hoy. Sin embargo, la reapertura de las licencias no se ha traducido en ninguna avalancha.
``Mira, a mí me ha costado tres meses de papeles'', dice un flamante taxista que prefiere no revelar su identidad porque compatibiliza su trabajo con un empleo oficial, mientras que, a su lado, un tal José desprecia la licencia porque dice llevar seis años transportando viajeros sin permiso y sin mayores problemas.
"Me saco 15.000 pesos al mes y me han cogido decenas de veces, pago los mil pesos de multa y en paz. No olvides que la licencia cuesta 450 pesos mensuales, casi la mitad que la multa, y si me cogen una segunda vez, me decomisan el carro, pero sería mala pata que me pare un mismo policía", bromea.
Lo más parecido a un taxi, con sus contadores y sus autos nuevos, lo tiene la estatal Cubataxi, con una flota de vehículos Hyundai o Peugeot, pero se pagan en CUC, lo que los hace prohibitivos para la mayoría de cubanos, y además es casi imposible encontrarlos en la calle.
En el otro extremo está el bicitaxi, versión cubana de lo que en otros países americanos es el mototaxi: sufridos jóvenes se pasan el día pedaleando con dos pasajeros detrás, y también ellos necesitan unas licencias que se entregan con cuentagotas.
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