lunes, 8 de julio de 2013

El reguetón, Rachmáninov y el médico chino.

Por Paquito D'Rivera.

Si no fuera porque ya estoy hasta los mismísimos mameyes de arar en el mar, escribiría algo sobre esta última payasada de los comunistas contra el reguetón. Pero es que hace ya tanto, pero tanto tiempo que estamos hablando de esto señores, que ya llueve y diluvia sobre lo mojado.

La vulgarización y la chusmería del cubano han ido en aumento a través de estas cinco décadas, y ahora quieren arreglarlo todo por decreto. De un plumazo: prohibir el dichoso reguetón en lugares públicos, que es como matar a todos los perros para prevenir la rabia, o evitar indigestiones prohibiendo comer. (Bueno, ya eso de la jama lo han ido practicando con éxito desde 1959. Si no, preguntarle a Pánfilo).

¿Y entonces qué van a hacer de momento? ¿Pedirle a El Tosco que escriba versos como Amado Nervo, en ritmo de timba, o a los reguetoneros que bailen como Baríshnikov y hablen como José de la Luz y Caballero? Hummm, muy tarde pa' dos comidas, diría yo.



Antes de la llegada del comunismo, las muchachas pobres trataban de imitar los modales de las Mestre y las Gómez-Mena y copiaban los modelitos de las vidrieras de El Encanto y Fin de Siglo para luego coserlos ellas mismas en casa, con los retazos de tela que adquirían en la calle Muralla -comentaba cierta vez Carlos Alberto Montaner-. Hoy en día copian los modismos, el léxico y la forma de vestir de las jineteras, que son las únicas que tienen algo que echarse encima.

Ahora sí que se han reunido la haitianización de Cuba vaticinada por Moreno Fraginals, junto a "la envidia igualitaria" de Gonzalo Fernández en combinación con el profético tango "Cambalache" del genial Santos Discépolo; y la tétrica fórmula ha adquirido en nuestro sufrido país espeluznantes visos de hiperrealismo.
Me recuerda aquella anécdota de Rachmáninov en el conservatorio de Moscú el día que llegó y un alumno vestido de miliciano rojo lo saludó alegremente: "Hola, camarada Sérgei", a lo que el gran compositor contestó sorprendido e indignado: "¿Camarada yo?". Nooo, ¡Maestro Rachmáninov!", y cuentan que ahí mismo se montó en un trineo y no paró hasta Finlandia (todavía cuando aquello se podía hacer eso).
Y es que así se empieza, y se llega al "asere que bolá", y por ahí pa'llá al reguetón y a la "pérdida de valores, falta de respeto por el otro y ausencia creciente de urbanidad" de que hablaba Leonardo Padura en un reciente artículo.

Bueno, pues para terminar, déjenme decirles que eso ya no tiene marcha atras mis queridos amiguitos, y no lo arregla ¡ni el médico chino!
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