Por Javier Prada.
Cuando se derrumbe el comunismo en Cuba habrá una cacería de alimañas para ponerlas a disposición de la Ley; pero antes, a algunas habrá que aplicarles dos o tres rondas de trompadas por pertenecer a una clase de sinvergüenzas que no tiene igual entre tantas -y de tan variado pelaje- al servicio de la dictadura más terrible de América Latina. Ahora mismo me vienen a la mente Rafael Serrano, Randy Alonso, Iroel Sánchez y Edmundo García. No he visto periodistas más prostituidos que éstos que van y vienen entre la pobreza de los cubanos y las fértiles tierras de la pacotilla.
En esos lares, entre vinos selectos y jamones bien curados; entre café fuerte y filete miñón, los compañeros oportunistas defienden la supuesta igualdad y humanidad conquistadas por la revolución cubana, sepultada hace décadas bajo los abusos y la ambición insaciable de la clase gobernante instaurada por Fidel Castro. Son muchos los que alaban el comunismo caribeño lejos del café mezclado con chícharos, de la ruta P9 con gente colgando de las puertas, del racionamiento y la matraca ideológica.
Imagino que así es más sencillo pretenderse fidelista, o leal a la revolución. Lo que no me explico es cómo esa gentuza ha conseguido visa para viajar a Estados Unidos siempre que le venga en gana, y obtenido residencia en esa nación donde habitan, supuestamente, nuestros peores enemigos; esos que, según el propio Serrano afirmó hace poco: “son lo peor de la raza humana”.
Edmundo García, Rafael Serrano, y hasta el nieto favorito de Raúl Castro pueden entrar libremente al “Imperio”; mientras la dictadura regula a periodistas independientes, activistas y opositores, impidiéndoles visitar a sus familiares fuera de Cuba. Con pasmoso descaro Bruno Rodríguez acusa a la administración Trump de violar los derechos civiles de los ciudadanos estadounidenses al no permitirles viajar a la Isla; pero declara no saber nada de esos “regulados” que no han cometido otra falta que oponerse pacíficamente a un modelo político y económico de probada inoperancia.
Gracias a Internet los cubanos se han enterado de que el tal Edmundo no solo vive a sus anchas en Miami, sino que tiene un programa de radio dedicado a defender el castrismo. Tanta permisibilidad, por incomprensible que parezca, resalta la abismal diferencia entre la democracia participativa que impera en Estados Unidos, y la democracia popular que supuestamente existe en Cuba, donde la Seguridad del Estado acosa a ciudadanos por ser “demasiado críticos” hacia el régimen en sus cuentas de Facebook.
En medio del fuego cruzado entre la dictadura y el exilio miamense, el Departamento de Estado presuntamente ha cancelado la visa a Serrano, el más patético de los heraldos del régimen, sin que su condición de tracatán ponzoñoso le haya impedido aplicar para obtenerla. Tiene que ser inmoral el bigotudo para desear poner un pie en ese país que tanto agrede, y al que en cada emisión estelar culpa de cuanto mal ocurre en el mundo.
Un alabardero radical como él no debería, por una cuestión de principios, viajar a Estados Unidos; ni siquiera para ver a su familia que vive feliz en medio de la “gusanera”. Su revolucionaria parentela debería visitarlo en Cuba; pero al parecer no quiere. Ninguno de esos comunistas que reside a 90 millas desea regresar a la Isla. El mismo Edmundo anunció en 2018 su repatriación, y un año después (bastante aguantó, hay que reconocérselo) puso proa de nuevo hacia Miami, para continuar vacilando y envenenando sin presiones, rodeado de bienestar y sobre todo, de libertad.
Es insultante la cantidad de “topos” castristas infiltrados en Miami; así como la fuerza que han ganado en Estados Unidos organizaciones de corte socialista, quién sabe si financiadas desde Cuba, apoyadas por los demócratas que han rodado drástica y acríticamente hacia la izquierda. La castrodictadura parece estar recogiendo los frutos de una estrategia pensada a largo plazo. Hoy cuenta, en el corazón mismo del Norte, con el respaldo de miles que toman las calles para expresar su simpatía hacia este sistema demoledor; sin embargo, en La Habana salen tres mujeres a pedir libertad para los presos políticos y enseguida les echan encima una veintena de oficiales del MININT, mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado.
Difícil es aceptar que quienes han desprestigiado a Estados Unidos en cada podio del planeta, puedan entrar y salir a placer de ese imperio tan odiado; pero a la vez tan amado, codiciado y envidiado. El día que esto se caiga, cada cubano con vergüenza hará la última cola de su vida, para arriarle al menos un bofetón a Rafael Serrano y los de su clase.
No tendrán donde esconderse. Los cubanos estamos en todas partes y nos aseguraremos de que les llegue su hora. No solo a ellos, también a cada médico que ha servido de instrumento para los chantajes de la Seguridad del Estado; cada abogado y juez que ha escupido sobre el principio inviolable de la imparcialidad; y cada docente que ha levantado falso testimonio para expulsar injustamente a un colega por su posición política. Que se vayan preparando todos, porque 2020 promete ser un año
Protesta en La Habana, 13 de septiembre de 2017
Cuando se derrumbe el comunismo en Cuba habrá una cacería de alimañas para ponerlas a disposición de la Ley; pero antes, a algunas habrá que aplicarles dos o tres rondas de trompadas por pertenecer a una clase de sinvergüenzas que no tiene igual entre tantas -y de tan variado pelaje- al servicio de la dictadura más terrible de América Latina. Ahora mismo me vienen a la mente Rafael Serrano, Randy Alonso, Iroel Sánchez y Edmundo García. No he visto periodistas más prostituidos que éstos que van y vienen entre la pobreza de los cubanos y las fértiles tierras de la pacotilla.
En esos lares, entre vinos selectos y jamones bien curados; entre café fuerte y filete miñón, los compañeros oportunistas defienden la supuesta igualdad y humanidad conquistadas por la revolución cubana, sepultada hace décadas bajo los abusos y la ambición insaciable de la clase gobernante instaurada por Fidel Castro. Son muchos los que alaban el comunismo caribeño lejos del café mezclado con chícharos, de la ruta P9 con gente colgando de las puertas, del racionamiento y la matraca ideológica.
Imagino que así es más sencillo pretenderse fidelista, o leal a la revolución. Lo que no me explico es cómo esa gentuza ha conseguido visa para viajar a Estados Unidos siempre que le venga en gana, y obtenido residencia en esa nación donde habitan, supuestamente, nuestros peores enemigos; esos que, según el propio Serrano afirmó hace poco: “son lo peor de la raza humana”.
Edmundo García, Rafael Serrano, y hasta el nieto favorito de Raúl Castro pueden entrar libremente al “Imperio”; mientras la dictadura regula a periodistas independientes, activistas y opositores, impidiéndoles visitar a sus familiares fuera de Cuba. Con pasmoso descaro Bruno Rodríguez acusa a la administración Trump de violar los derechos civiles de los ciudadanos estadounidenses al no permitirles viajar a la Isla; pero declara no saber nada de esos “regulados” que no han cometido otra falta que oponerse pacíficamente a un modelo político y económico de probada inoperancia.
Gracias a Internet los cubanos se han enterado de que el tal Edmundo no solo vive a sus anchas en Miami, sino que tiene un programa de radio dedicado a defender el castrismo. Tanta permisibilidad, por incomprensible que parezca, resalta la abismal diferencia entre la democracia participativa que impera en Estados Unidos, y la democracia popular que supuestamente existe en Cuba, donde la Seguridad del Estado acosa a ciudadanos por ser “demasiado críticos” hacia el régimen en sus cuentas de Facebook.
En medio del fuego cruzado entre la dictadura y el exilio miamense, el Departamento de Estado presuntamente ha cancelado la visa a Serrano, el más patético de los heraldos del régimen, sin que su condición de tracatán ponzoñoso le haya impedido aplicar para obtenerla. Tiene que ser inmoral el bigotudo para desear poner un pie en ese país que tanto agrede, y al que en cada emisión estelar culpa de cuanto mal ocurre en el mundo.
Un alabardero radical como él no debería, por una cuestión de principios, viajar a Estados Unidos; ni siquiera para ver a su familia que vive feliz en medio de la “gusanera”. Su revolucionaria parentela debería visitarlo en Cuba; pero al parecer no quiere. Ninguno de esos comunistas que reside a 90 millas desea regresar a la Isla. El mismo Edmundo anunció en 2018 su repatriación, y un año después (bastante aguantó, hay que reconocérselo) puso proa de nuevo hacia Miami, para continuar vacilando y envenenando sin presiones, rodeado de bienestar y sobre todo, de libertad.
Es insultante la cantidad de “topos” castristas infiltrados en Miami; así como la fuerza que han ganado en Estados Unidos organizaciones de corte socialista, quién sabe si financiadas desde Cuba, apoyadas por los demócratas que han rodado drástica y acríticamente hacia la izquierda. La castrodictadura parece estar recogiendo los frutos de una estrategia pensada a largo plazo. Hoy cuenta, en el corazón mismo del Norte, con el respaldo de miles que toman las calles para expresar su simpatía hacia este sistema demoledor; sin embargo, en La Habana salen tres mujeres a pedir libertad para los presos políticos y enseguida les echan encima una veintena de oficiales del MININT, mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado.
Difícil es aceptar que quienes han desprestigiado a Estados Unidos en cada podio del planeta, puedan entrar y salir a placer de ese imperio tan odiado; pero a la vez tan amado, codiciado y envidiado. El día que esto se caiga, cada cubano con vergüenza hará la última cola de su vida, para arriarle al menos un bofetón a Rafael Serrano y los de su clase.
No tendrán donde esconderse. Los cubanos estamos en todas partes y nos aseguraremos de que les llegue su hora. No solo a ellos, también a cada médico que ha servido de instrumento para los chantajes de la Seguridad del Estado; cada abogado y juez que ha escupido sobre el principio inviolable de la imparcialidad; y cada docente que ha levantado falso testimonio para expulsar injustamente a un colega por su posición política. Que se vayan preparando todos, porque 2020 promete ser un año