Por Iván García.
Las dictaduras optan por el caos, la represión o el chantaje atómico cuando pretenden negociar un nuevo trato. Siempre huyen hacia adelante.
El impresentable dictador de Corea del Norte tuvo un agrio intercambio de insultos con Donald Trump y amenazó con lanzar una lluvia de misiles nucleares a Estados Unidos antes de sentarse a la mesa de diálogo.
El dictador venezolano Nicolás Maduro ha destrozado la democracia de su país, encarcelando a los opositores más acérrimos, asesinando a cientos de ciudadanos por la temible FAES y saqueando el erario nacional.
La Cuba de los hermanos Castro, que durante décadas exportó métodos subversivos a diversos países del continente americano, adiestró a guerrilleros y terroristas de medio mundo y participó en diferentes guerras civiles en África, en octubre de 1962 accedió a instalar cohetes balísticos soviético en suelo cubano. El pretexto era buscar una correlación de fuerza entre Moscú y Washington. Pero la irresponsabilidad criminal de Fidel Castro no se detuvo en esa estrategia aventurera.
En sus cartas cruzadas con el premier Nikita Kruschov, le pidió lanzar el primer golpe a Estados Unidos. La narrativa oficial cubana es experta en venderse como víctima del terrorismo. Pero desde que surgió el Movimiento 26 de Julio, las acciones violentas, como poner bombas en sitios públicos, secuestros de personas o aviones en pleno vuelo fue un método de lucha. También los pelotones de fusilamientos y largas condenas de prisión a los opositores.
Fidel Castro fue un negociador muy hábil. Intercambió a tres mil prisioneros de Bahía de Cochinos por compotas buscando un golpe propagandístico. Y cada político occidental, empresario, intelectual o prelado del Vaticano que visitaba La Habana, viajaba con una lista de prisioneros políticos para canjear por favores económicos. Siempre tuvo las cárceles llenas para tener fichas con las cuales negociar. Utilizaba a los opositores presos como si fuera una subasta de acuerdo a la importancia que mostrara su contraparte. Eran monedas de cambio. Raúl Castro cambió el juego.
Después del disparate de la Primavera Negra de 2003 por parte de su hermano Fidel, quien aprovechando el inicio de la invasión estadounidense a Irak encarceló a 75 disidentes pacíficos, la repulsa internacional fue casi unánime. En el plano interno, esposas, madres e hijas de presos políticos organizaron las Damas de Blanco. Sus marchas con gladiolos en las manos reclamando libertad dieron la vuelta al mundo y puso al régimen en una disyuntiva.
O continuaban con la represión a las mujeres o paraba la espiral de violencia para buscar oxigeno político y enfocarse en desarrollar el país, que caminaba al borde del precipicio debido a la inoperancia del sistema cubano. Raúl Castro optó por la segunda variante. Con la mediación de la Iglesia Católica y la cancillería de España, llegó a un acuerdo con las Damas de Blanco, liberó a gran parte de los presos políticos y aprovechando el buen rollo de Barack Obama con su gobierno, se sentaron a negociar.
Una oportunidad desperdiciada por la autocracia verde olivo. Pudieron haber liberalizado la economía, desatado las fuerzas productivas y dinamizado los emprendimientos privados, incluso sin abrir las puertas a la democracia, estilo Vietnam o China. Pero el miedo de empoderar a una pujante clase media los llevó a dar un paso atrás. Y ahora, desde luego, no pasa un minuto en el Palacio de la Revolución que no extrañen a Obama. Sacaron mal sus cuentas.
La victoria de Trump fue una sorpresa para la cúpula castrista. Hubo una pausa de los operadores políticos cubanos, esperando que el presidente republicano priorizara los negocios y dejara de lado el tema de los derechos humanos. Pero Trump fue devastador. Decretó más de 240 medidas contra el régimen castrista y sus empresas militares. Regresó a Cuba a la lista de países terroristas. Y cerró a cal y canto toda opción de diálogo.
Ya para esa fecha, la Isla estaba en medio de la tormenta perfecta. Venezuela, su aliado ideológico, empobrecida a niveles africanos, debido a las sanciones de Estados Unidos ni siquiera era capaz de producir un millón de barriles diarios de petróleo. Reducida la entrega de combustible y sin divisas, la crisis económica comenzó afectar con mayor rigor a Cuba a partir del verano de 2019.
Cuando en marzo de 2020 aterrizó el coronavirus, ya la raquítica estructura económica y productiva de la Isla se tambaleaba. La oposición no daba muchos dolores de cabeza. Los más problemáticos para la policía política eran los periodistas independientes. Cada vez más y mejores. Surgieron sitios online de periodismo narrativo y reporteros como Carlos Manuel Álvarez y Mónica Baró, internacionalmente premiados. Algunos medios importantes han contratado a periodistas libres: Jorge Enrique Rodríguez colabora con ABC de España y Abraham Jiménez Enoa con The Washington Post.
Mientras el virus que vino de China se extendía por toda la Isla, los cubanos se sumaban de manera activa a las redes sociales. En medio del desabastecimiento, las colas y la falta de futuro, comenzaron a volcar sus frustraciones en los muros de Facebook y chats de WhatsApp.
En abril de 2019, Raúl Castro designó a Miguel Díaz-Canel presidente de la república, pero un año antes, en abril de 2018, Díaz-Canel, entonces presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, había firmado el Decreto 349, que de manera silenciosa intentaba prohibir el arte independiente. Fue el detonante para que el artista visual Luis Manuel Otero Alcántara fundara el Movimiento San Isidro e iniciara una amplia campaña de protestas contra el Decreto 349. A fines de 2019, Díaz-Canel dio pasó atrás y no se aprobó la normativa.
A principios de 2020 encarcelaron a Otero y la opinión pública mundial obligó al régimen a liberarlo en el mes marzo. Coincidiendo con la llegada de la pandemia, la dictadura legalizó el Decreto-Ley 370, que les permitía multar con tres mil pesos a las personas que hicieran ‘uso incorrecto’ de las redes sociales. Esa normativa afectaba a opositores, artistas e intelectuales disidentes, youtubers críticos, periodistas independientes y personas contestatarias en general. Se recogieron firmas y se hizo una campaña contra el 370. Esta vez las autoridades no se plegaron.
Ya para el otoño de 2020 la suerte estaba echada. Ante la imparable crisis económica y el creciente descontento popular, el régimen apostó por dar una vuelta de tuerca a la represión. Por el retrovisor observaban que Joe Biden, el nuevo presidente demócrata, no tenía a Cuba en su agenda de prioridades.
La detención y posterior condena de nueve meses de prisión al rapero Denis Solís fue el pistoletazo de arrancada en esta nueva ola represiva, focalizada sobre todo en el Movimiento San Isidro (MSI), en artistas reconocidas como Tania Bruguera y periodistas independientes que se solidarizaron con ellos. Seis de los jóvenes que el 30 de abril protestaron en Obispo y Aguacate, en la Habana Vieja han sido enviados a prisión en espera de juicio, también los tres vecinos de la Zona 18 de Alamar, muy activos en las redes sociales, arrestados el 18 de abril y el activista Adrián Curuneaux, cuyo ‘delito’ fue intentar visitar a Otero Alcántara en el hospital Calixto García.
El rapero y miembro del MSI, Maykel Osorbo fue sacado a la fuerza de su casa el 18 de mayo, se encuentra en prisión provisional, acusado de «desobediencia, resistencia y desacato». Aunque las autoridades no lo quieren reconocer, en la práctica a Luis Manuel Otero lo tienen de rehén en el Hospital Calixto García desde el domingo 2 de mayo y que por informaciones que se han filtrado, está siendo sometido a tratos degradantes y medicamentado en contra de su voluntad.
¿Iniciará el régimen una oleada represiva similar a la Primavera Negra? Es probable. La razia pudiera ampliarse. El régimen pretende enviar un aviso a navegantes. Dar un golpe de autoridad sobre la mesa y frenar el descontento de la población mediante la intimidación. Según una fuente de confianza, el régimen pone a punto una nueva ley que sancionará las críticas, memes, burlas y ofensas a funcionarios, instituciones y periodistas estatales en las redes sociales.
Las amenazas a los emigrados no son descabelladas. No está dirigida a los exiliados abiertamente anticastristas, a quienes les está prohibido visitar su patria. Intentan coaccionar a aquellos cubanos que viven en la diáspora y reprochan en duros términos al gobierno de Díaz-Canel y con frecuenciavisitan a sus parientes en Cuba. La policía política pudiera detenerlos a su llegada a la Isla y abrirles una causa. Los dictadores son impredecibles.
El dictador bielorruso, Alexander Lukashenko, desvió un avión comercial con el pretexto de una bomba a bordo para detener a un periodista opositor a su gobierno. No creo que el régimen cubano llegue a tanto. Pero no le va a temblar la mano para encarcelar a cientos de disidentes llegado el momento.
El objetivo es llamar la atención de la Casa Blanca. Díaz-Canel no oculta que su gobierno es la continuidad del castrismo. La estrategia es elemental. Forzar a los opositores más recalcitrantes a emigrar de la mano de un enviado occidental. O la Casa Blanca levanta el teléfono rojo para negociar su libertad ofreciendo algo a cambio. A Fidel Castro le funcionó. Excepto en la primavera de 2003. Díaz-Canel está por ver.