jueves, 9 de marzo de 2023

A Cuba ponle cadalso.

Por Javier Prada.


Parece que ya falta poco para que se haga realidad la broma de que la última persona en la Isla se encargará de apagar El Morro. Tal vez ni tenga que molestarse, pues con los cuatro apagones masivos que se han reportado en Cuba en solo 10 días, lo más probable es que el colapso definitivo del sistema eléctrico nacional le ahorre el trabajo. Incendios en cañaverales, errores humanos y fallas en las líneas de alta tensión son las justificaciones que ha empleado el gobierno de Miguel Díaz-Canel para enmascarar, sin éxito, el desastre acumulado durante más de seis décadas de ineficiencia.

Diciembre ya pasó, y con él la promesa de Díaz-Canel de reducir los apagones a cero. Promesa que no fue cumplida, pero al menos generó algún alivio, sobre todo para las provincias centrales y orientales que dejaron de sufrir cortes diarios de 12 horas o más. Toda la gratitud del castrismo para Erdogan, la Karadeniz Holding Company, Argelia y Rusia. No hubiera sido posible sin ellos.

Sin embargo, “la felicidad en casa del pobre dura poco”. Los apagones han regresado junto a fallas severas en el sistema energético nacional, aunque las termoeléctricas turcas siguen en el mismo lugar. La “ayuda desinteresada de países hermanos” no ha sido suficiente, y solo los tontos creyeron que podría serlo.

Cuba avanza, a oscuras y en llamas, porque en medio de la sequía los incendios forestales no dan tregua. El de Pinares de Mayarí devoró miles de hectáreas de bosques, dañando la flora y fauna de áreas protegidas. Ahora, en la Ciénaga de Zapata, otro gran incendio amenaza con arrasar una de las regiones más pobres y de mayor biodiversidad en Cuba.

Las pocas actividades económicas que aún subsisten no alivian en nada la crisis. Los emprendedores tratan de impulsar sus negocios en medio de la política de enchufe y guataconería que solo beneficia a los testaferros del castrismo; la delincuencia anda sin frenos; la gente se muere en los hospitales y la represión política se traga los escasos recursos de que dispone el país.

El turismo no se recupera. Solo un gobierno estúpido puede creer que es posible prescindir de 300 000 ciudadanos como si nada. Los estándares de calidad en los hoteles siguen en picada, salvo para quienes se conforman con cualquier cosa, y es vergonzoso ver a los turistas caminar entre derrumbes y basureros, fotografiando nuestra miseria, la inmundicia tan grande en que vivimos. ¿Qué pensará esa gente de nosotros al vernos tan tranquilos en las colas, en los contenes, habituados a una existencia que roza lo descartable, y a la peste insufrible de esta Habana invadida por la pobreza extrema?

Con este panorama de fondo, el Partido Comunista organiza elecciones, recauda millones de euros con la venta de habanos, estrecha “lazos estratégicos” con Rusia bajo las narices de Estados Unidos, y gasta el dinero del pueblo para que Raúl Castro y otras rémoras viajen a Venezuela a rendirle tributo a un cadáver.

Díaz-Canel y Lis Cuesta fuman puros y patrocinan eventos gastronómicos en la Isla del hambre. ETECSA, que ya no tiene de donde raspar, ofrece recargas promocionales sospechosamente atractivas, cuando la conexión a internet está peor que nunca.

A pocos días de las elecciones a diputados, la cúpula se esfuerza por mantener La Habana alumbrada para no espantar al poco turismo que está llegando, aunque solo sea para reconocer que les vendieron caro un destino vacacional mediocre, por no decir horrible. Mientras, todos los ministros están en función de prostituir al verde caimán a cambio de lo que aparezca, pues ellos necesitan de todo para evitar otro estallido social; no porque no sean capaces de sofocarlo como hicieron el 11 de julio de 2021, sino porque tendrían que volver a darle palo y balazos a la gente ante una comunidad internacional que está agotando la dosis permisible de cinismo e hipocresía para justificar su respaldo a la dictadura.

No estamos hablando de meretricio sutil. Se trata de puterío impúdico, de todo lo que tengo es tuyo: el petróleo sulfuroso, el níquel, los campos de caña, las playas, los cotos de caza, los médicos.

El paraíso sexual, el de “las jineteras más cultas del mundo” ―según palabras del propio Fidel Castro, un machista hasta la tumba que, claro, obvió a los pingueros―, ha sido despojado de su belleza, su sensualidad y su alegría. La mala alimentación y peor higiene han pasado factura a los trabajadores sexuales de uno y otro género. El comercio carnal está tan jodido como cualquier otro; así que un incentivo menos para los eurocamajanes, salvo esos muertos de hambre que traen cuatro centavos porque saben que les vendrían muy bien a una cubanita pobre y cargada de hijos. Asco de régimen. Asco de país.

El primer ministro, Manuel Marrero, no deja de recalcar que el despegue de la economía cubana depende de la inversión extranjera; pero los extranjeros no quieren poner su capital a disposición de un régimen hundido en impagos, y que además aspira a instaurar un capitalismo a la rusa, y a cuenta de los incautos. Los inversionistas saben que su dinero costeará un experimento que puede no resultar; así que es arriesgado, como todo lo que se hace bajo un gobierno que restringe al máximo las libertades políticas y económicas.

La ética médica ha desaparecido. Hoy los galenos deciden quién vive y quién muere en los hospitales debido a la escasez de medicinas, sacrificando a los viejos para que pacientes más jóvenes tengan una oportunidad, como si estuviéramos en tiempos de guerra.

Así marcha este país que lo único que necesita es un patíbulo donde poner la cabeza para que el verdugo aseste el golpe final. A Cuba ponle cadalso, que su pueblo parece muy conforme con la idea de morir.

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