Por Lucas Garve.
Ramón, el vecino más próximo, me llama por encima del muro divisor del patio para decirme que sus hijos ya adolescentes no tenían nada que comer en su casa.
Se lamenta de los altos precios y me dice que no tiene dinero ahora mismo, porque tuvo que llevar al suegro al hospital y alquilar un carro en que traer al anciano de regreso a su casa. Entonces, con qué va a comprar comida en este momento.
Prefiere llevarle cinco huevos que quedaban en el refrigerador a los hijos nacidos de su anterior matrimonio. Él y su mujer tenían para comer sólo una sopa de cuadritos de pollo con tomate y pan. Ya se arreglarían con eso.
Como casi nada me asombra ya en esta vidita cubana, lo escuchado no me causó mayor expectativa, aunque quien me lo dijera fuese uno de los miembros más combativos del CDR. ¡Como las consignas y las orientaciones no se comen!
El viernes entré en un puesto de ventas agrícolas a comprar miel de abejas y había el producto envasado en canecas de ron de 350 ml. Más la caneca de ron que servía de envase ahora costaba treinta pesos y hace unos diez días me costó la mitad y me anunció que la botella de ron llena de miel vale ahora cincuenta pesos. Entonces, pregunté la razón del aumento y el vendedor, que me conoce porque en otras ocasiones le he comprado miel, me respondió que la miel de abejas había subido de precio porque quien se la suministra la vende ahora más cara.
Pensé que las abejas subieron su techo de vuelo y con eso el precio se disparó en ascenso vertiginoso, pero sin más remedio, extirpé los treinta pesos del bolsillo y compré mi caneca de miel de abejas.
Barbarita, una vecina, pasa a saludarme y me trae un presente que consiste en una barrita de maní molido. Se lo agradezco porque además me gusta, pero no le digo que la barrita de maní me sabe más a gofio ligado con un poco de maní y azúcar. Es difícil ya encontrar una barrita de maní molido que sea realmente hecho con maní.
A Pancho el de la esquina me lo encuentro por la calzada de Managua, en camino a la panadería a comprar sus dos panes diarios. El zapato izquierdo deja ver los dedos del pie cubiertos por una gruesa media gris. En jarana, le digo si está cogiendo fresco en los pies y me responde que sí porque hace mucho calor y con las aceras rotas para qué se va a poner el único par que tiene sano e inicia una descarga acerca del precio de los zapatos. Los más baratos cuestan más de un centenar de pesos.
Camino unos metros y junto a una carretilla con vegetales y ristras de ajo, frijoles negros y colorados envasados en bolsitas de nylon de una libra. El vendedor es un muchacho que se cubre del sol con un sombrero y me responde que cada cabeza de ajo vale $ 2 a pesar de ser no muy grandes. Los tomates de ensalada a $ 15, el mazo de cebollas a $ 20, una col $ 10, un pimiento $ 5, el mazo de cebollinos $ 10, frijoles negros $ 12 y colorados $ 15 la libra.
En la acera de enfrente observo un grupo de personas en la antigua carnicería donde solamente venden ahora carne de puerco, y es que hay picadillo condimentado a la venta (una masa rojiza y pastosa con trozos de tendones y todo), pero los clientes se la llevan porque vale $10 la libra. Los bistecs de cerdo valen a $40 la libra, así que la diferencia de los precios decide.
Numerosos son los testimonios que escucho todas las semanas de boca de personas desconocidas que necesitan comunicar a cualquiera su desesperación y desencanto. Sobre todo, de quienes fueron convencidos por los máximos dirigentes de que habría un futuro para ellos bajo el socialismo tropical y a medida que el modelo económico recibe la actualización se dan cuenta que han sido engañados una y otra vez: la denominada actualización del modelo económico cubano sólo ha acentuado la pobreza de los habitantes de la isla.
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