Por Luis Cino.
Si no fuera repugnante, resultaría conmovedora la disposición de ciertos emigrados -ya dejaron claro que ellos no son para nada exiliados- de saltar y mover la cola, agradecidos como perrillos falderos por la golosina, ante la más mínima pirueta que haga la dictadura. Ovacionan al mago que los echó de su país a cajas destempladas antes de que haga el próximo truco: basta que lo anuncie y muestre la chistera. Si saca algo de ella, como es el caso últimamente, entonces es la apoteosis de la adulonería a larga distancia.
Es el caso del empresario artístico Hugo Cancio, que conmovido como un flan de calabaza por la modificación de la ley migratoria cubana, con sus trampas y limitaciones y todo, anuncia que ya es hora de que el exilio cambie su actitud hacia la dictadura, que para él ya dejó de serlo. Digo, si es que alguna vez la consideró dictadura y no solo un mero accidente histórico que le hacía muy incómodo vivir en la hermosa Habana, y luego, más que nada por culpa de “la política agresiva de los gobiernos norteamericanos”, le impedía ganarse unos cuantos dólares a costa de la miseria de los músicos cubanos.
Si personajes como Hugo Cancio cuando hablan de cambiar actitudes se refirieran solo a condenar el embargo económico, las limitaciones a los viajes de los cubano-americanos y el envío de remesas a sus familiares en Cuba, si predicaran contra esa fea costumbre de revolver viejos chismes, aplastar discos y vociferar como energúmenos en la calle 8 contra los artistas de la isla que viajan a Miami, sería razonable. Pero ellos, en su afán por congraciarse y de que no haya dudas respecto a su condición de “emigrados buenos”, de los que son del agrado del régimen, piden ir mucho más allá en temas tales como exigir la libertad de los Cinco en lugar de la de los presos políticos en su país, el cese de la represión contra los disidentes o las libertades políticas para sus compatriotas.
Da asco cuando los integrantes de Cuban Americans for Engagement (CAFE) se reúnen disciplinadamente, cual cederistas, en la Sección de Intereses de Cuba en Washington a escuchar las orientaciones del MINREX. El pasado 28 de septiembre, con todo y el cubo de agua fría que les echó por encima el canciller Bruno Rodríguez cuando le imploraron invertir en Cuba y compatibilizar la ley migratoria cubana con los estándares internacionales, ninguno de ellos tuvo dignidad -¿se acordarán todavía de esa palabra?- para responder lo que se merecía el zoquete y emparrillado canciller de la dictadura, que por demás no parecía estar muy al tanto de lo que hablaba ni falta que hizo para que lo aplaudieran.
Hay otros que dan más asco todavía, pero que son más francos porque no dejan lugar a dudas. Como esos tracatanes del núcleo de militantes sin carnet del PCC en el exterior (en cuanto a fidelidad son un poco más que cederistas) pero con euros y pasaporte cubano -es el que le exigen, ahora al doble de su costo, para poder viajar a Cuba- que se reunió recientemente en Madrid bajo el lema “La emigración cubana con la revolución”.
En el encuentro madrileño aplaudieron más al castrismo que cuando chivateaban en Cuba. Ahora que están mejor alimentados, tienen más energías para hablar mierda. Imagínense que una compañera -entre ellos todavía se debe usar ese término ya arcaico en la Cuba no oficial- que reside en Italia hace 22 años, tuvo tripas para asegurar que en La Habana no se ven mendigos en las calles. Qué coño va a ver pordioseros la compañera Feliciana Wonder Tejedor si ella se largó -sabrá Dios si jineteando- justo cuando se iniciaba el periodo especial. Que venga, se ponga las gafas, salga a la calle y repare bien en la obra de la revolución. Y si quiere hacer algo bueno, que lleve bastante calderilla en chavitos para que les tire un salve a los muchos jodidos invisibles que descubrirá.
Pero esos son tracatanes nunca cortaron del todo la tripita: llevan en su alma la bayamesa fidelista. Peores son los súper-conciliatorios, los que una vez comían candela en contra y ahora conceden perdones sin que se los soliciten. Como Carlos Saladrigas. Ya no aspiran al diálogo, sino a ser espectadores del monólogo, sentados en segunda o tercera fila, en las sillitas plásticas compradas por el MINREX. Hablan de cambiar sin que la dictadura cambie. Basta con que mueva una ficha. O que haga el ademán de moverla. Aun si anuncia que va a meter un forro
Ahí están, listos a cambiar. Juntos y revueltos en la pachanga de los arrepentidos. Los rehenes a gusto de los diplomáticos-segurosos de las embajadas cubanas en el exterior, víctimas a gusto del síndrome de Estocolmo. Los impacientes por congraciarse y hacer carantoñas, con varias horas de adelanto en el reloj, prestos a la pesca en río revuelto, el colaboracionismo y la sumisión a cambio de que los dejen hacer negocios a costa de los cubanos. Sea con inversiones, agencias de viajes o conciertos de timberos, raperos, troveros y reguetoneros de la Generación de los Aseres en Miami, como los que organiza Fuego Entertainment. Porque de eso se trata: business as usual. ¿Para qué engañarnos?
Cancio, Saladrigas, Fanjul, Aruca y comparsa se pueden prestar al cambalache y la estafa, OK, pero que no se disfracen de patriotas. A otro con ese cuento. Cubanos sinvergüenzas habrá muchos en ambas orillas, pero los bobos ya no son tantos.
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