Por Yaxys Cires Dib.
La influencia política, económica y cultural que le atribuimos al exilio cubano radicado en Florida no es chovinismo ni exageración. La pujante ciudad de Miami es una referencia para muchas ciudades latinoamericanas, pero también es la demostración incontestable de lo que pueden construir los cubanos en libertad.
Es positivo, siendo optimistas, resaltar este ejemplo de esfuerzo y prosperidad; es un aliciente para una Cuba que hoy se encuentra estancada y sin esperanzas, pero que más tarde o temprano cambiará. Ahora bien, cuando hablamos del sur de la Florida hay por lo menos un detalle que debemos tener presente para que el ejemplo de los exiliados no sea un fracaso o una quimera en la Cuba futura.
Por obvio que parezca, no podemos perder de vista que la comunidad cubana de exiliados está en un país que, con sus luces y sombras, es uno de los Estados de derecho más consolidados del mundo. Sería un error creer que solamente con entusiasmo y transferencias de recursos se podrá hacer de Cuba un país próspero. Además de la perseverancia y la libertad para emprender, también harán falta instituciones sólidas e independientes, respetables y respetadas que garanticen las reglas del juego; que pongan límite a las pasiones, al abuso de poder, a las ambiciones, al caudillismo o a la cultura de "quien paga manda".
Ya sabemos que una dictadura no necesita instituciones respetables, solamente política de hechos consumados junto a mecanismos de miedo y represión. Como reflejo de ello, en Cuba los edificios de las principales instituciones del Estado fueron destinados a otros usos: museos, oficinas ministeriales, etc. El parlamento actual, por ejemplo, sesiona —las pocas veces al año que lo hace— en el mismo lugar donde se reúne cualquier gremio nacional o internacional que se le ocurra darse cita en La Habana.
Ahora Raúl Castro ha decidido que el parlamento regrese al Capitolio, y por ello han comenzado las labores de restauración del majestuoso edificio maltratado por más de cinco décadas de mal uso y desidia. Eusebio Leal, un hombre realmente preocupado por estas cosas y con una labor importante en el rescate del patrimonio arquitectónico de La Habana, ha comentado recientemente que la decisión del presidente "implicó recoger en todo el país todas las sillas, las mesas, objetos que estaban en otro lugar y con otros usos". Está por ver, aunque no es difícil imaginarlo, si ese regreso implicará la llegada del pluralismo y la autoridad que los parlamentos deben tener.
Por otra parte, sería un error tomar como referencia etapas anteriores a 1959, cuando su calidad institucional siempre estuvo en entredicho: dos dictaduras, la mejor constitución que solo duró 12 años, entre otros ejemplos. Gracias a esos vicios llegaron los otros males. Gracias a estos, la prosperidad que en algún momento comenzó a surgir se vio limitada, primero, y truncada de manera definitiva con la llegada del comunismo, después. En una mentalidad institucional madura no habría espacio, como entonces, para los golpes de Estado, para la suplantación la Carta Magna, inclusive podríamos cuestionar la necesidad de revoluciones, y desde luego, no habría lugar para dictaduras ni dictablandas.
Es posible que como algunos afirman, nuestra república fuera demasiado joven como para exigirle madurez institucional a la luz de los criterios actuales o para que fuera leal a los grandes esfuerzos democráticos y de consensos que los propios cubanos hicieron. Pero el problema ya no es del pasado, es un reto del futuro: ¿volveremos a darnos otro siglo de "adolescencia"? ¿Cometeremos los mismos errores dos y tres veces?
El éxito de la Cuba del futuro en gran medida está en el ejemplo de los exiliados cubanos (y de los cubanos de la Isla que aprovechan cualquier resquicio para ser creativos y romper con el pesimismo), pero también está en el de las instituciones de los países que les han acogido.
Hoy la actividad opositora busca impulsar un cambio en la Isla, pero de todos los deseos y objetivos que la envuelven, garantizado ya está el hecho de que es un entrenamiento. Si de verdad creemos que la institucionalidad es algo necesario para nuestro futuro como nación, debemos entrenarnos en ello desde ahora, en los grupos opositores y de la sociedad civil. ¿Se rotan las personas en el ejercicio de las responsabilidades? ¿Hay elecciones internas en los grupos que por su naturaleza las requieren? ¿Se respetan las decisiones grupales? ¿Hay debate de opiniones? ¿Se evita el caudillismo? ¿Hay "golpes de Estado"? ¿Hay grupos o personas con complejo de hiperlegitimidad?
La sociedad cubana se juega mucho en este asunto. Y hay que comenzar ya a fomentar una cultura política respetuosa de las instituciones. Ojalá que dentro de varios años, ya con cada institución en el edificio que por honorabilidad le corresponde, no estemos nuevamente bailando al ritmo de "La Chambelona".
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