El pasado 16 de octubre los cubanos amanecimos con la noticia de la inminente eliminación del permiso de salida más la carta de invitación, ambas obligatorias para viajar al exterior, y también con la modificación que otorga el derecho a comprar residencia y vivir en la isla para cubanos o extranjeros que no sean considerados “hostiles políticamente” al gobierno revolucionario.
Y aunque la ordenanza no entrará en vigor hasta el 14 de enero del próximo año, las reacciones no se han hecho esperar.
Para algunos, y me incluyo, la medida es etérea, una imperceptible transformación en la semántica gubernamental que únicamente ha cambiado “El Permiso” por “Un Cuño”, y el aumento al costo de los pasaportes (de 50 CUC a 100), con la premeditada intención de apostar a la masividad y estimular de esta forma una estampida de cubanos similar a la de 1965 (Camarioca), el 80 (Mariel) y 1994, la denominada crisis de los balseros.
Otros aseguran que la población aplaude la regulación como un nuevo acto de marketing político. Lo dudo, porque con la situación socio-económica actual y el índice de natalidad en preocupante agonía, repetir la peligrosa fórmula de usar a la ciudadanía como balas de cañón dirigidas hacia el exterior cual válvula de escape a las dificultades internas, más que astuta solución, hoy se convierte en problema.
La población envejece, el exilio crece, y la fuerza laboral disminuye. Para que esta medida no sea un acto de peligro social lindante al delito, debe al menos estar acompañada por algo muy bien maquinado, como por ejemplo: comprar ilusión popular gastando dinero en cochambre o adquiriendo activos que, aunque tóxicos, sean capaces de aparentar el ansiado y necesario despegue económico.
Poco vale mi apreciación, yo no soy economista y no busco discursear sobre lo que ya se ha escrito, que para mí no es más que una lágrima al sol. Prefiero hacerlos partícipe de un sustancioso chisme, digno de atención. Me contaron de una reunión que tuvo lugar en Palacio, horas después de que la Gaceta Oficial publicara la reforma al reglamento de una ley migratoria que modifica la anterior.
Me dijeron,que unos 60 invitados, entre militares y civiles, saciaron hambre y sed en algo que, más que banquete, llamaron “nueva coalición de fieles”. En ella habló el general Raúl Castro, y aseguró que una próxima decisión le ayudaría a sentar bases legales para que una serie de eventos mutilen definitivamente cualquier tipo de oposición, incluso dentro del gobierno.
La gloria está en la magnitud del triunfo -así concluyó.
Y como no puedo asegurar que tan intensa reflexión haya sido generada por un brote repentino de originalidad del actual presidente de Cuba, tampoco debo afirmar que la elegante expresión sea el plagio transformador de algo hermoso en corrosivo. Pero, ojo, aunque yo no encuentre el vínculo, ni histórico ni mitológico, entre Cuba destruida y Troya desaparecida, no es casualidad que idéntica frase aparezca en uno de los 24 cantos de La Ilíada de Homero, pilar sobre el que descansa la épica grecolatina y la literatura occidental.
Los asistentes al inesperado cónclave salieron hartos, de comida y preocupación. Recibieron el ultimátum como neonato obligado a saltar de la apacible protección del útero materno a la hostilidad real. Constante, contante y hasta sonante.
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