Por Alberto Montaner.
La noticia estremeció a los cubanos: el odiado general Juan Escalona, fiscal general de Cuba, acaba de ser destituido.
Hace unos años me visitó en mi residencia de Madrid una persona que conocía muy bien al general Juan Escalona Reguera y a su esposa, coronel jubilada, por cierto, del Minint. Lo que entonces me contó me pareció inusual, pero creíble: el matrimonio Escalona hablaba pestes de los Castro en la intimidad del hogar. Ambos pensaban que Fidel los había "embarcado" en el juicio y fusilamiento del general Arnaldo Ochoa en 1989, convirtiendo a "Juanito" en el villano de la película, y los dos estaban de acuerdo en que la revolución se había convertido en una pesadilla enormemente perjudicial para la sociedad cubana.
Algunos amigos que estuvieron al tanto de esa entrevista y conocieron los detalles opinaron que se trataba de un mensaje indirecto de Escalona ante la eventualidad de que la revolución terminara abruptamente. Nos acercábamos al año 2000, todavía Chávez no había comparecido en la historia de Cuba con la chequera repleta de petrodólares y la cabeza de disparates. La sensación de crisis final estaba muy extendida (como ahora vuelve a estarlo).
Otros, incluso, pensaban que se trataba de una celada de la inteligencia cubana, pero esa posibilidad era muy remota. La persona no había venido a verme para preguntarme o para convocarme a nada. Sencillamente, me quería dar una información que, además, parecía compartir con argumentos muy persuasivos y cierta amargura en el tono. Los Escalona y el mensajero formaban parte de la nomenklatura desmoralizada.
Mi impresión es que la persona que me reveló esos detalles sobre el estado anímico de Escalona y su mujer no mentía. Tal vez me visitaba con la anuencia del general y la coronela, o acaso se trataba de un desahogo personal, pero más importante que eso era la naturaleza del mensaje: una pareja de revolucionarios del más alto nivel, gentes que debían ser la quintaesencia de la militancia fidelista, corazón adentro repudiaban al Máximo Líder y estaban totalmente desengañados de la revolución.
Ahora dan la noticia del cese de Escalona. La nota, muy escueta, dice que lo sustituyen por razones de salud, pero anuncia que más adelante le asignarán otras responsabilidades. ¿No tiene más sentido jubilar definitivamente a un anciano enfermo de 78 años que colocarlo en otra posición?
¿Tiene alguna relación esta remoción de Escalona con la del general Rogelio Acevedo anunciada hace pocos días? No sé. Raúl Castro por lo visto cree que la revolución conseguirá remontar la crisis cambiando gente y reforzando la represión. No acaba de entender que el problema de fondo es que ya casi nadie cree en el sistema ni en sus líderes. Lo que los cubanos desean, incluso los de su entorno, es un cambio profundo y radical que liquide ese engendro de hambre y calabozos.
La noticia estremeció a los cubanos: el odiado general Juan Escalona, fiscal general de Cuba, acaba de ser destituido.
Hace unos años me visitó en mi residencia de Madrid una persona que conocía muy bien al general Juan Escalona Reguera y a su esposa, coronel jubilada, por cierto, del Minint. Lo que entonces me contó me pareció inusual, pero creíble: el matrimonio Escalona hablaba pestes de los Castro en la intimidad del hogar. Ambos pensaban que Fidel los había "embarcado" en el juicio y fusilamiento del general Arnaldo Ochoa en 1989, convirtiendo a "Juanito" en el villano de la película, y los dos estaban de acuerdo en que la revolución se había convertido en una pesadilla enormemente perjudicial para la sociedad cubana.
Algunos amigos que estuvieron al tanto de esa entrevista y conocieron los detalles opinaron que se trataba de un mensaje indirecto de Escalona ante la eventualidad de que la revolución terminara abruptamente. Nos acercábamos al año 2000, todavía Chávez no había comparecido en la historia de Cuba con la chequera repleta de petrodólares y la cabeza de disparates. La sensación de crisis final estaba muy extendida (como ahora vuelve a estarlo).
Otros, incluso, pensaban que se trataba de una celada de la inteligencia cubana, pero esa posibilidad era muy remota. La persona no había venido a verme para preguntarme o para convocarme a nada. Sencillamente, me quería dar una información que, además, parecía compartir con argumentos muy persuasivos y cierta amargura en el tono. Los Escalona y el mensajero formaban parte de la nomenklatura desmoralizada.
Mi impresión es que la persona que me reveló esos detalles sobre el estado anímico de Escalona y su mujer no mentía. Tal vez me visitaba con la anuencia del general y la coronela, o acaso se trataba de un desahogo personal, pero más importante que eso era la naturaleza del mensaje: una pareja de revolucionarios del más alto nivel, gentes que debían ser la quintaesencia de la militancia fidelista, corazón adentro repudiaban al Máximo Líder y estaban totalmente desengañados de la revolución.
Ahora dan la noticia del cese de Escalona. La nota, muy escueta, dice que lo sustituyen por razones de salud, pero anuncia que más adelante le asignarán otras responsabilidades. ¿No tiene más sentido jubilar definitivamente a un anciano enfermo de 78 años que colocarlo en otra posición?
¿Tiene alguna relación esta remoción de Escalona con la del general Rogelio Acevedo anunciada hace pocos días? No sé. Raúl Castro por lo visto cree que la revolución conseguirá remontar la crisis cambiando gente y reforzando la represión. No acaba de entender que el problema de fondo es que ya casi nadie cree en el sistema ni en sus líderes. Lo que los cubanos desean, incluso los de su entorno, es un cambio profundo y radical que liquide ese engendro de hambre y calabozos.