martes, 14 de junio de 2011

¿Tiempo de cambios en Cuba?

Por Oscar Espinosa Chepe.

Con la realización del VI Congreso del Partido Comunista y la aprobación de los Lineamientos de la Política Económica y Social, con insuficientes medidas para sacar Cuba de la crisis, quedan más interrogantes que respuestas. Sin embargo, algo es cierto: el evento culminó un proceso iniciado a fines de julio de 2006, con el arribo al poder de Raúl Castro y sus concepciones.

El cónclave no solo se distinguió por el abrumador nombramiento en el Comité Central y su Buro Político de militares en activo y personas identificadas con el menor de los Castro. También puede apreciarse en los Lineamientos el pensamiento por muchos años gestado en las fuerzas armadas, y que en oportunidades intentó, sin éxito, por la oposición de los sectores más conservadores de la jerarquía, implantarse en la vida civil.

Un intento ocurrió a raíz del fracaso de la Zafra de los diez millones (1970), y las políticas voluntaristas e irreales que llevaron el país al borde de la bancarrota en aquellos años. Entonces la gestión discreta de Raúl Castro, detrás de Humberto Pérez y su grupo, en lo económico, y Carlos Aldana, en lo político, enmendó hasta cierto punto la catástrofe, y procuró conferir cierta racionalidad al totalitarismo cubano.

Este proceso que, entre otras medidas, restituyó las relaciones mercantiles entre las empresas, reconstruyó la destruida banca, hizo tímidas reformas como la apertura de los mercados campesinos y algunos progresos en la venta de productos por los artesanos, así como flexibilizó ligeramente la planificación centralizada, terminó en 1985 con la campaña de "rectificación de errores y tendencias negativas". Un golpe de timón dado por Fidel Castro, siempre temeroso de que la independencia económica de los ciudadanos se convierta en ansias de libertad y progreso democrático.

Ante esas circunstancias, los militares tuvieron que replegarse a su esfera de responsabilidad, para intentar seguir perfeccionando los métodos de gestión en sus empresas, en espera de una nueva coyuntura para desarrollar sus concepciones en la vida civil.

La nueva oportunidad surgió en los años 1990, debido a la pérdida de la subvención de la Unión Soviética y países de Europa del Este, y el inicio del llamado Período Especial, del cual aún el país no ha salido. Entonces, Raúl Castro resurgió con sus ideas reformadoras dentro del sistema, con su lema de que "los frijoles son más importantes que los cañones". Se tomaron medidas como la apertura al turismo, la circulación del dólar, la reapertura de los mercados campesinos, el trabajo por cuenta propia y un marco relativamente más amplio para la gestión de las empresas.

Este proceso duró hasta la aparición de un nuevo mecenas en Venezuela a principios del nuevo siglo. Esto permitió a Fidel Castro (otra vez) detener el proceso de reformas y en muchos aspectos hacerlo retroceder.

Con el retiro de Fidel Castro debido a su enfermedad en 2006, esta situación comenzó a variar. Lamentablemente, el proceso de implantación de las nuevas concepciones ha avanzado muy lentamente y con muchas contradicciones, por causas todavía no claras. Medidas correctas, pero aplicadas sin una visión de integralidad y la profundidad requerida, no han funcionado. Es cierto que el colosal desastre recibido como legado, no solo en la economía sino en todos los aspectos de la sociedad cubana, incluida la pérdida de valores éticos y morales, dificulta la materialización de los cambios, cuando adicionalmente se ha dilapidado el capital político de los primeros años, creándose un vacío donde florece la indiferencia y la frustración del pueblo.

A esto se suma que en estas décadas de fidelismo, crecieron estructuras e intereses difíciles de remover y, lo que es peor, una amplia capa de burócratas (conocedores de que sus privilegios dependen del viejo sistema), hace resistencia a los cambios. Además, parecen persistir viejas concepciones y dogmas en los nuevos dirigentes, que de mantenerse, imposibilitarán el progreso de las transformaciones.

En particular, se mantiene el rechazo a la propiedad privada y a otorgar al mercado el papel que debe tener en cualquier economía que pretenda desarrollarse. En su lugar, se da prioridad a la planificación centralizada, cuando la planificación solo debería jugar un papel orientativo y de herramienta para ayudar a corregir las distorsiones del mercado.

Posiblemente los métodos de gestión seguidos en las empresas del Ministerio de las Fuerzas Armadas fueron exitosos. No obstante, hay que tener en cuenta que se ejecutaron dentro de un marco estrecho, con niveles de organización, disciplina, estímulos y selección de personal inexistentes en el resto de la sociedad, y lo más importante, con aseguramientos materiales, en condiciones absolutamente diferentes a las presentes en las actividades civiles, donde la precariedad y la falta de abastecimiento han sido una constante.

Se habla de preservar un socialismo, que muchos dudan haya existido alguna vez en Cuba. En primer lugar habría que preguntarse el carácter social de las empresas estatales, mayoritariamente una carga para la sociedad en todos los sentidos, incluida la pérdida de valores morales y éticos en el trabajador. Habría que preguntarse si la productiva propiedad privada de los campesinos, siempre acosados, con menos tierra y recursos, no ha sido más social que las granjas estatales, improductivas, derrochadoras de recursos, destructoras de la fertilidad de la tierra.

Es objetivo reflejar que en los últimos años ha disminuido la enorme presión ideológica sobre los ciudadanos. Las marchas y contramarchas son considerablemente menos numerosas; conceptos y programas absurdos como Batalla de Ideas y Trabajadores Sociales, ya ni se mencionan. Incluso lo que queda de esas delirantes campañas, como el programa Mesa Redonda de la televisión están bajo la crítica de la sociedad, y sus periodistas han perdido tanto prestigio que ni siquiera ocuparon lugares en el VI Congreso del PCC, sin que dedicaran algún programa al evento. Hasta la deficiente TV nacional, por lo menos cumple ahora con la programación anunciada.

A su vez, existe un mayor grado de institucionalización, y hasta el Consejo de Ministros se reúne y toma decisiones; mientras la educación, todavía sin acceso a Internet, termina con las irracionales escuelas en el campo y las dañinas aventuras con los maestros emergentes e integrales.

Los resultados del VI Congreso del Partido Comunista, con sus ciertas, pero limitadas, dosis de pragmatismo y racionalidad, indican que emerge una nueva época para Cuba. Pero no está suficientemente claro si la novedosa orientación estará a la altura de los retos de una sociedad destrozada por tantos años de desgobierno, y podrá lograr que el país se enrumbe hacia el progreso, el respeto de los derechos humanos y la democracia, dentro de un marco de entendimiento y reconciliación entre los cubanos.
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