viernes, 14 de agosto de 2015

Del Cordón de La Habana, Rosafé y las vacas enanas.

Por Paulino Alfonso.

Casi todos los mega-proyectos de Fidel Castro, excepto la heladería Coppelia, no rebasaron un quinquenio, ya que fueron paralizados por unos pragmáticos interventores soviéticos, enviados por Nikolai Baibakov después de la catástrofe de la zafra de los diez millones.

Me voy a referir a un proyecto que, contrario a los anteriores, no fue tan costoso, ni en capital financiero ni humano aunque tampoco logró resultados. Fue, sin duda, el más ridículo de todos.

Me refiero a  dos eventos que, aunque acaecieron en épocas distintas –el primero en los años 60, el otro en los 90–, se relacionan, toda vez que ambos tuvieron un común responsable: Fidel Castro.

Durante la primavera de 1966, se acometió un plan agropecuario que fue bautizado  por Castro como Cordón de la Habana. Según aseguraba, este proyecto abastecería la ciudad de La Habana de todas sus necesidades de alimentos en no menos de cinco años.

Expresaba entonces Castro al recién inaugurado diario Granma: “De ser exitosa esta experiencia, se aplicará  en Santiago de Cuba”.

Con el “desarrollo pecuario” del Cordón de la Habana, Castro pretendía en un término breve convertir a Cuba en uno de los mayores productores de leche y carne del mundo. De más está decir que este plan se convirtió en la joya de la corona castrista.

Sin recordar que en Cuba hasta 1959 había una res por habitante y la leche era el más abundante y barato alimento del pueblo, Fidel Castro, después de leerse el que era entonces su libro de cabecera, "La mecánica de los suelos" del francés André Voisin, ordenó acometer este otro sueño.

De esa forma, en menos de 18 meses se construyeron seis centros de  inseminación artificial, uno por provincia. El costo aproximado por unidad sin el equipamiento tecnológico, ascendió aproximadamente a un  millón de pesos, que por entonces podían ser equiparados en dólares.

Se adquirió en Canadá un semental llamado Rosafé Signet a un precio aproximado de tres millones de dólares, que sería, al decir de Castro, el padre de un nuevo tipo de ganado, el F1 (la F por Fidel).

El equipamiento tecnológico de casi todo este proyecto lo suministró la firma sueca  Alfa Laval, que aparte de los laboratorios incluía  la climatización en las salas de monta para no afectar la cópula de los animales.

También se adquirió con esta misma firma el equipamiento para una ordeñadera circular llamada Rotolactor.

Este proyecto se pagó en un 60% en especies (mariscos, carne de res y níquel), a un costo total de 80 millones de dólares, según me relató en los 80’, durante una guardia en nuestro CDR, un técnico en comercio exterior que por entonces atendía ese contrato.

No obstante a aquellas quimeras, en el año 1972 el déficit de producción lechera que acusaba Cuba provocó que los soviéticos obligaran a la entonces República Democrática Alemana a entregar anualmente a la Isla unas 100,000 toneladas de leche en polvo a cambio de un complemento alimenticio animal derivado de las mieles de azúcar, llamado torula.

Por esa misma fecha, y en vista del diezmado rebaño existente en Cuba, y de que los terneros F1 finalmente no aparecían, los soviéticos decidieron crear además una flota pesquera para reponer el déficit proteico del pueblo cubano con pescado.

A pesar de aquel esfuerzo, hasta hoy a los niños cubanos se les suspende la leche a los siete años y la carne de res es un artículo suntuario, lejos del alcance del pueblo.

Décadas después de aquel fiasco, vino el caso de las vacas enanas. Pero este no fue un programa, a diferencia del Cordón de La Habana y el proyecto de Rosafé; ocurrió en los años 90, en la parte más difícil del ya sempiterno “Período Especial”.

Una noche, el Doctor Limonta, por entonces Director del  Centro de Biotecnología, fue llamado  por Castro a su oficina para preguntarle por qué no se podían criar vacas enanas, de forma  tal que cada familia tuviera asegurada la leche.

Al oír esto, Limonta pensó que era una broma y lanzó una carcajada, lo que produjo una reacción terrible en Fidel Castro quien, archipámpano, lo destituyó de todos sus cargos y lo envió como director del banco de sangre de La Habana.

Teniendo en cuenta el caso del doctor Limonta fue que Abel Prieto se asustó  por una expresión en público de Castro, quien al ver la preocupación de Prieto, le aclaró que era una broma. A esto, el entonces ministro de Cultura, respondió: “Sí, comandante, pero con sus bromas hay que tener mucho cuidado”.

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