lunes, 17 de agosto de 2015

Nieto de Raúl Castro expulsa de Cuba a inversionista español.

Por Juan Juan Almeida.

Eduardo es un serio empresario español, también correcto, que desde hace más de 20 años tiene negocios en Cuba. Posee una firma comercial inscrita y legalizada en el registro mercantil de la Cámara de Comercio, y una familia cubana. Vive en la calle 30, entre 5ta y 7ma, barrio Miramar, en Ciudad Habana, exactamente a un costado de la embajada de Canadá.

Como buen comerciante, astuto y calculador, supo aprovechar el momento, y las nuevas oportunidades ofrecidas; convencido además de que el gobierno revolucionario necesita recibir ingresos de capital en iniciativas privadas, extendió su negocio más allá del vínculo comercial que le une a varias empresas de la isla, se asoció, por separado, con tres ciudadanos cubanos y con ellos creó estas sociedades:

1.- El Up & Down bar restaurant, situado en calle 5ta esquina B, en el Vedado, La Habana, abre todos los días de 3 de la tarde hasta las 3 de la madrugada.

2.- El bar de tapas, sala de fiesta y club nocturno Shangri-Lá, ubicado en 21 ente 40 y 42, municipio Playa, La Habana.

3.- ElShangri Lá, en la provincia Las Tunas.

Y así, como la espuma, crece el señor empresario. En ese boom, sin saber que caminaba por sendero resbaladizo y oscuro, conoció a Raúl Guillermo Rodríguez Castro, nieto del general Raúl Castro, quien se hizo asiduo a las noches del Shangri Lá. Pero la incipiente amistad terminó, como la de Héctor y Paris, efrentando al empresario español y a Raulito el poderoso, en una desleal competencia por lograr la atención y todo lo demás, de una bella joven que algunos dicen que supera en atributos a la mítica Helena de Troya.

El joven Castro perdió y, genéticamente iracundo, utilizó sus zafios modales más el poder que le confiere el linaje, e hizo transformar un simple problema personal en tormenta policial. A Eduardo le aplicaron una sanción más previsible que el parte meteorológico de la Habana en el mes de agosto, “expulsión del país con negación indefinida de entrada al territorio nacional”.

Por desgracia, Eduardo no es un caso aislado; le preceden historias muy similares (incluso peores) de empresarios expulsados por maquiavélicas razones como las del panameño Rodin, el italo-francés Garzaroli, el uruguayo Gosende y algunos más. Es que Cuba y su gobierno, desvergonzado y sin decencia, son como una ópera bufa, donde las posibilidades de negocio, las potencialidades para proyectos comerciales y las oportunidades de inversión que ofrecen a los extranjeros, están intimamente ligadas a la aventura de invertir en un país donde no solo existe el riesgo de enfrentarse a la ausencia de respaldo legal y a las muchas anomalías estructurales, bancarias y financieras; también tropiezan con el desafío de convivir con ese toque totalitario que paradójicamente tiene almizcle seductor para muchos inversionistas que atraidos por el poder, y los vínculos políticos, olvidan que, como dice el refrán: el sol, de cerca quema y de lejos alumbra. Claro, siempre a conveniencia.

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