La Habana. Enero de 1959. Palacio de los Deportes, hoy Ciudad
Deportiva. Ése sería el escenario escogido por el recién estrenado
Gobierno Revolucionario, para celebrar el primer y más masivo juicio que
tendría lugar en Cuba, apenas tres semanas después de la llegada de
Fidel Castro y sus tropas rebeldes a la capital. Y se hicieran cargo del
poder. De todo el poder. Hasta el día de hoy.
Los enjuiciados y condenados a muerte por fusilamiento fueron tres
antiguos militares del ejército batistiano: el teniente coronel Ricardo
Luis Guerra y los comandantes Pedro Martínez Morejón y Jesús Sosa
Blanco, el más ‘famoso’ de los tres. Estaban acusados de innumerables
delitos de corrupción, abusos y asesinatos. Un expediente criminal que
exigía sentarlos en el banquillo de los acusados. Y juzgarlos. Pero sin
hacer de su juicio un espectáculo, que durante días mantuvo en vilo a
toda la isla. Ese despliegue publicitario volvería a repetirse treinta
años después, con la Causa No. 1/89, y que condenara a morir fusilados,
al general Arnaldo Ochoa, el coronel Tony La Guardia, el mayor Amado
Padrón y el capitán Jorge Martínez.
El fiscal del juicio a Sosa Blanco fue Jorge ‘Papito’ Serguera,
fallecido en 2009. En 1959 fue nombrado máximo representante de la
“justicia revolucionaria” . Una justicia que primero sería aplicada a la
manera rebelde y guerrillera primero, y socialista y estalinista
después. Todavía vigente. A varias sesiones asistió Fidel Castro, aún
convaleciente de un fuerte estado gripal. Tres décadas después, en
1989, los Castro prefirieron no dar la cara y dirigir tras
bambalinas aquel circo. El fiscal del Caso Ochoa fue Juan Escalona
Reguera, desde entonces conocido como “Charquito de sangre”.
Los relatos de las atrocidades cometidas por los tres militares enjuiciados fueron estremecedores.
A los novatos gobernantes, inexpertos en política, leyes y
derechos, no les importó exponer ante cientos de personas, periodistas y
cámaras de televisión, los testimonios de niños y
adolescentes. Declaraciones que debieron hacerse en privado, a puertas
cerradas.
Para presenciar el juicio, apoyar la “justicia revolucionaria” y la
aplicación del paredón (pena de muerte por fusilamiento), ciudadanos de
todo el país fueron movilizados hacia la capital. Como se puede
apreciar, los trenes se conservaban en buen estado y la gente andaba
mucho mejor vestida que ahora.
Otros viajaron en cómodos ómnibus interprovinciales, todavía pertenecientes a empresas privadas, poco después nacionalizadas.
Los de la capital y provincias cercanas se movilizaron en camiones.
Muy alegres. Como si en vez de ir a llenar un juicio-espectáculo o un
masivo acto político, fueran a desfilar en el carnaval de La Habana.
Junto a los periódicos, convocando a participar en un acto frente al
antiguo Palacio Presidencial, pueden verse historietas de Superman.
En el 59, muchos cafés también vendían periódicos, revistas y billetes de lotería.
Un vendedor aprovecha el numeroso público en el Palacio de los
Deportes, para vender Prensa Libre, uno de los periódicos cerrados en
1960. El de mayor tirada era
El Diario de la Marina. Cuesta
creerlo, pero en 1959-60, miles de personas salieron a las calles, a
ritmo de pachanga, para respaldar el cierre de periódicos y revistas. El
magnetismo del ‘máximo líder’ y el entusiasmo por su revolución “más
verde que las palmas”, nublaron sus ojos y sus mentes y no les
permitió ver ni analizar de que estaban contribuyendo a instaurar un
Estado totalitario. El mismo que hoy padece Cuba. Sin libertad de prensa
ni de expresión.
El medio de comunicación preferido de Fidel Castro, desde el mismo
1959, fue la televisión. El internet, facebook y twitter de la época.
Texto: Tania Quintero