martes, 17 de octubre de 2017

Eusebio Leal y el embuste de una sola revolución.

Por Orlando Freire Santana.

Al conmemorarse en 1968 el centenario de las luchas por la independencia del colonialismo español, Fidel Castro manipuló la historia para dar legitimidad a su régimen al expresar que en Cuba hubo una sola revolución: la que inició Carlos Manuel de Céspedes en 1868, y que él y sus huestes habían continuado en 1959.

Con motivo del traslado de lugar de los restos de Céspedes y de Mariana Grajales el pasado 10 de octubre en el cementerio de Santa Ifigenia, el Historiador de La Habana, Eusebio Leal, pronunció un discurso en el que mencionó dos veces la referida frase del máximo líder. Además, también se hizo eco de la máxima del mayor de los Castro, en el sentido de que "nosotros ayer hubiésemos sido como ellos, y ellos hoy hubiesen sido como nosotros".

Valdría la pena dilucidar si el señor Leal, haciendo válido aquello de que "una mentira muchas veces repetida llega a convertirse en una verdad", ha llegado a interiorizar realmente semejante hipótesis, o si por el contrario lo motiva el querer congraciarse con la maquinaria del poder.

(Eusebio Leal en el cementerio de Santa Ifigenia. (ACN))

De momento, analicemos algunas de las características y acciones que signaron la epopeya iniciada el 10 de octubre de 1868, y confrontémoslas con la cotidianidad de la Cuba de hoy en busca de hipotéticos puntos de contacto.

La Constitución de Guáimaro, ese documento que dio forma jurídica a la República en Armas fundada por nuestros mambises del 68, estableció las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza, y demás derechos inalienables del pueblo. Todo ello a pesar de emitirse en momentos en que lo prioritario era la guerra.

En la Cuba castrista, en cambio, solo se imprimen los periódicos y revistas que defienden el punto de vista gubernamental; las reuniones pacíficas de opositores son con frecuencia abortadas por operativos de la Seguridad del Estado; y la enseñanza se halla monopolizada totalmente por el Estado.

Los constituyentes de Guáimaro otorgaron suma importancia a la separación de poderes, sin dudas con el ánimo de evitar que el Ejecutivo pudiese derivar en una tiranía. El poder legislativo, representado por la Cámara de Representantes, era tan preeminente que poseía la facultad de nombrar y destituir al presidente de la República y al general en jefe del Ejército. Por su parte, el poder judicial era igualmente independiente.

Y lo que Leal calificó en su discurso como "descabezamiento de un líder" cuando la Cámara destituyó a Céspedes, también podría interpretarse como la viabilidad de los mecanismos institucionales forjados para preservar la democracia.

En ese sentido, ¿cuál es el panorama que afrontan hoy los cubanos? Pues que la cúpula del poder gobierna y legisla al mismo tiempo, y en consecuencia la Asamblea Nacional del Poder Popular es el emporio de la unanimidad, donde ningún diputado osa contradecir las indicaciones provenientes "de arriba". Los jueces, por su parte, portan en su mayoría el carnet del Partido Comunista /al que la Constitución le reconoce la rectoría de la sociedad/, una condición que les impide impartir la justicia con imparcialidad.

Los reunidos en Guáimaro, fascinados por las instituciones democráticas de EEUU, llegaron a solicitar, con la aprobación del presidente Céspedes, la anexión de la Isla al vecino norteño. Un sentimiento que contrasta con el antinorteamericanismo que caracteriza a los actuales gobernantes cubanos.

Así podríamos continuar y solo hallaríamos desemejanzas entre los mambises de ayer y los gobernantes de hoy. ¿Dónde está entonces la continuidad histórica que con tanta insistencia reclama el castrismo?

No es difícil imaginar que un hombre de la capacidad intelectual de Eusebio Leal posea la respuesta adecuada a semejante interrogante. Pero su saber se ha prostituido, y una vez más la maquinaria del poder ha comprado sus favores.
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