martes, 20 de julio de 2021

Escritores y artistas cubanos, censores y tontos útiles ante las protestas.

Por William Navarrete.

Leonardo Padura junto a Carlos Garaicoa en Coconut Grove, 2018, para la presentación del libro “Island in the Light”.

En mayo de 1943, el pintor Emil Nolde escribe a su esposa que la guerra había sido alentada y financiada por un puñado de judíos […] escabullidos detrás de los gobiernos y las bancas. Dos meses después, la pareja se regocija con el discurso de Joseph Goebbels que prometía “la liquidación total de los judíos de Europa”.

Louis Aragón, figura clave del Surrealismo, autor de varias novelas, pero sobre todo, militante comunista feroz en Francia, dijo en algún momento que prefería a Stalin que a Marcel Proust. El gran André Malraux fue recibido con bombos y platillos en el Gran Palacio del Pueblo (1965), en calidad de ministro de Cultura de Charles de Gaulle, por el infame Mao Zedong (uno de los dictadores más sangrientos al que se le atribuyen unos 78 millones de muertos en China). Gabriele D’Annunzio, sombrío escritor italiano que mucho proveyó al fascismo de símbolos, murió en su siniestra casona a orillas del lago de Garda sin haberse retractado del apoyo que brindó a Benito Mussolini. Eugenio D’Ors, egocéntrico ensayista y agitador cultural catalán que en su época gozó de cierto prestigio, fue también un connotado agente represor al servicio del franquismo.

La lista es larga, y el espacio y el tiempo apremian. Puedo seguir citando nombres de escritores y artistas que, como en las películas del Oeste, en vez de ponerse del lado de los “buenos”, disparan y tiran a mansalva junto a los “malos”. Unos pocos fingen seguirles, otros aplauden y no falta quien echa hasta un par de lagrimones cuando les tiembla la voz, que no el alma, al decir algo para quedar bien con Dios y con el Diablo. Pero los oportunistas de siempre ya no nos engañan. Creen que la Historia nunca les pasará la cuenta, que sus hijos y nietos no se avergonzarán nunca de ellos. Piensan que la gente es desmemoriada y que, en tiempos de emoticones, tik-tokes, Instagram y otras tonterías, todo pasa demasiado rápido como para recordar un día sus fechorías.

Esto es, más o menos y salvando las distancias, lo que ha sucedido ante el admirable levantamiento popular del pasado domingo 11 de julio en Cuba. Por vez primera en la historia (no hay precedentes tan masivos o abarcadores ni siquiera durante los gobiernos de Machado y Batista), en más de 60 ciudades y pueblos de la isla, empezando por San Antonio de los Baños y Palma Soriano y extendiéndose desde Pinar del Río hasta Guantánamo, la gente tomó las calles para reclamar, al unísono, justicia y libertad, pero más que todo, el fin de la obsoleta dictadura de más de seis décadas.

El común denominador de todos estos escritores y artistas ha sido la bajeza. Digo “bajeza” porque ellos sí “saben”. Han leído, han visto mundo, disfrutan a plenitud en sus viajes de las libertades de Occidente en donde acceden a todo lo que el régimen les escamotea, intercambian con cada narración del exilio los relatos de dolor del que perdió al hijo en Angola, al marido en balsa, al padre en un pelotón de fusilamiento, a la madre que no volvió a ver, al amigo que se pegó un tiro, al hermano que vive en Miami o al vecino que se fue y sigue tendiéndole la mano a pesar de que no salió a defenderlo cuando debió hacerlo.

Muchos tienen a sus familias, amigos o hijos exiliados, porque no pudieron seguir conviviendo (que era muriendo) con la trituradora castrista. Suelen salir del país a cada rato, y hablan bajito o susurran todo el tiempo: “Aquello está peor que nunca”. Son los invitados eternos de universidades e instituciones occidentales. Cuentan al que quiera oírlos (siempre en público) lo terrible del embargo. Viven relativamente bien para los estándares nacionales: en un país en donde un secador de pelo de tres velocidades o una cafetera anunciada por George Clooney hace que se diferencien de sus vecinos. Comen en dólares y beben en euros. Resuelven, que es el verbo que les enseñó el cubano de a pie. Son expertos cazadores de premios o contratos en academias del malvado Imperio. Hábiles para colarse en ferias de arte y festivales en donde sea. Y apelan a cualquiera que los saque un rato del estiercolero político en que viven mansitos.

En las redes ya están sus inconsistentes respuestas. La tibieza, el navegar entre dos aguas, entre aplaudo y condeno. La de Nancy Morejón, poeta nacional, invitada ya por la Universidad de Missouri y el Smith College (Massachussetts) es una de ellas. Dice que las manifestaciones son “una vejación a nuestros derechos humanos” (o sea, a los suyos y los del régimen, y no del régimen hacia el pueblo o ella), pidiendo que apoyen al gobierno, es decir, para que este linche sin miramientos a manifestantes pacíficos y desarmados.

También la de Silvio Rodríguez, con rancio olor a armario viejo con bolitas de naftalina, quien sigue llamando “socialismo” al totalitarismo, con la panza y el bolsillo llenos. Escogió no ser “dócil asalariado” del imperialismo, pero vive con dólares en el lujo. O la de una pintora de floripondios que hace honor a su nombre, Flora Fong, y se enreda en galimatías al instar a la ecuanimidad, a vacunarse contra el virus y a prepararse para los ciclones. Todo para no llamar a las cosas por su nombre. La de Virgilio López Lemus, que dice estar del lado justo (el de la “revolución benéfica para el pueblo”) y contra las manifestaciones anexionistas e importadas. López Lemus es nuestro pedagogo contra el anexionismo, y viaja hasta el siglo XIX sin mencionar a los espurios mandatarios de su propia vida. E incluso, la del pintor Nelson Domínguez que afirma que ellos (los manifestantes) van a tener que salir pidiéndoles (el gobierno y él son uno) “un cachito para vivir”. Domínguez es el “Repartidor de Oxígeno Nacional”, y sin ese “cachito de aire” que puede repartir los manifestantes morirían asfixiados. Y hasta la de Nelson Ramírez de Arellano, director del oficialista Centro Wifredo Lam, que compara la situación de Cuba con un corredor de resistencia que se acerca a la victoria, y como al final no sabe que la meta ya está cerca, se desespera. Arellano es entonces nuestro “Atleta Nacional para Tokio 2021”.

El Ministerio de Cultura se apresuró, en medio de los cortes de internet, en subir a la plataforma YouTube varias decenas de declaraciones de agentes y académicos de ese ámbito, bajo las rúbricas “Todo por la patria” o “La razón de mi voz”. Tontos útiles, que no lo son tanto, y sí lamentables censores.

Pero de todos, el más decepcionante ha sido Leonardo Padura, quien, después de machacar con esa palabra “abretesésamo” que es embargo/bloqueo, rechaza la violencia de cualquier parte (muy bien), pero -Padura se ha ido convirtiendo poco a poco en “el hombre que amaba los peros”- le pone pegas a la gesta nacional del 11 de julio minimizándola, es decir, retomando el discurso oficial de que hubo entre los manifestantes “personas pagadas y delincuentes oportunistas” (muy mal). Al parecer, debe conocer a algún que otro revoltoso, aunque se niega a creer que sean tantos los que delincan y si lo fueren (aclara) entonces el proceso educativo social cubano quedaría desvirtuado. Tal vez haya sido Padura otra víctima del apagón digital que condena. Su reacción demoró cuatro días en saltar a la prensa. Es verdad que con los tiempos que corren cualquiera puede ser interpretado, según una cita de Sánchez Albornoz que él entrecomilla, “reaccionario” por unos o “rojo” por otros. Lo curioso (y bochornoso) es que, tras 62 años de engaños y atropellos en Cuba, podamos tildar todavía a alguien, aunque sea por equívoco, de “rojo”.

En 2019, la canciller alemana Angela Merkel ordenó que sacaran de la Cancillería dos lienzos de Emil Nolde que adornaban las paredes de su despacho. El expresionista alemán fue un excelente pintor, pero la Historia terminó haciendo profilaxis. El pueblo cubano también hará la suya y colocará a cada cual en la casilla en la que debe estar. Como Nolde muchos caerán del pedestal. Y poco importará la calidad, porque la calidad vale de poco cuando se trata de moral. Por eso me pregunto qué esperan los voceros de la cultura cubana oficial para descolgar de sus propios muros los Nolde por los que un día se les juzgará.

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