viernes, 2 de julio de 2021

“Palabras a los intelectuales”: la historia no contada.

Por Roberto Jesús Quiñones.

Fidel Castro y Virgilio Piñera.

Este 30 de junio se cumplen 60 años de la clausura del encuentro que Fidel Castro Ruz realizó durante tres sesiones de trabajo en la Biblioteca Nacional José Martí con un grupo de artistas y escritores.

De ese discurso, devenido piedra angular de la política cultural de la dictadura, suele citarse casi únicamente su famosa frase “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, fórmula inherente al espíritu totalitario que se impondría en todos los ámbitos de la sociedad cubana. Sin embargo, en él hay otras ideas que reflejan la violencia intelectual, el rencor,  la intolerancia y la demagogia de quien había prometido restablecer la democracia en Cuba.

Suele desconocerse que en ese momento había divisiones profundas en la cultura cubana. Existía una enconada lucha sectorial por el poder, donde quienes no habían luchado contra Batista para hacer una revolución socialista veían con mucho recelo a los comunistas por el peligro que representaban para las ideas democráticas.

Entonces ocurrió que Alfredo Guevara -íntimo amigo de Fidel Castro- prohibió la difusión del documental PM, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez. Esa fue la chispa que estremeció los cimientos del mundo cultural cubano, dividido en tres grandes grupos. De una parte estaban los militantes del Partido Socialista Popular (PSP), agrupados en torno a Hoy Domingo, suplemento cultural del periódico Hoy, órgano oficial del PSP; del otro estaban los intelectuales agrupados en Lunes de Revolución, suplemento cultural del periódico Revolución, dirigido por Carlos Franqui; y, por último, había un grupo heterogéneo de intelectuales que pudiéramos calificar como indefinidos políticamente, con escaso o ningún poder.

Consumada la traición a los ideales democráticos que dieron origen a su revolución, Fidel Castro tenía ante sí la ardua tarea de impedir la continuidad de la fragmentación de las fuerzas que lo apoyaban y  lograr la captación de la inteligencia todavía políticamente indefinida. En el éxito de esa misión tuvieron importancia decisiva su carisma y su capacidad para convertir su doblez en una ilusión creíble de sinceridad.

Otras aristas de “Palabras a los intelectuales”.

En los primeros momentos de su discurso, Fidel Castro mostró su enojo al referirse a algunas de las intervenciones realizadas allí y que -según él- recelaban de la revolución y revelaban pesimismo al mostrar preocupación sobre la posibilidad de que se coartara la libertad creativa. Se asegura que Virgilio Piñera confesó sentir miedo.

Y aunque el líder reiteró  que la revolución potenciaría la más alta libertad creativa, su famosa frase de ese discurso y la práctica impuesta durante esa década, cuyo colofón fue el Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971, se encargarían de desmentirlo.

Otro aspecto que llama la atención de ese discurso es el uso de los conceptos “pueblo” y “revolución”. El primero fue usado de forma sutil en contraposición a los intereses mostrados allí por algunos intelectuales, “honestos, pero no revolucionarios”, y por tanto, excluidos del concepto. Por su parte, el término “revolución” fue usado sugiriendo que las decisiones correspondían siempre a sus principales hacedores. Pero, en ese momento, ¿cuál concepto de revolución debería ser respetado? ¿El que había sido plasmado en La historia me absolverá y en los Pactos de México, La Sierra y Caracas o el que se elaboraba diariamente, impreciso y voluntarista, incongruente con el que fue plasmado en los documentos mencionados? ¿Quién definía, y con qué poder legítimo y moral, lo que era revolucionario y lo que no? ¿Cómo podía ser  democrática una revolución que era un proceso verticalista que se realizaba a base de ucases? ¿Por qué alguien que había luchado contra Batista, sólo por disentir del curso estalinista que tomaba la revolución, pasaba automáticamente al bando de los contrarrevolucionarios y traidores? Todas esas preguntas son provocadas por la lectura del discurso y los sucesos de la época.

Hubo también momentos de enconado rencor: “Yo tengo derecho a quejarme; alguien habló de que fue formado por la sociedad burguesa, y yo puedo decir que fui formado por algo peor todavía; que fui formado por lo peor de esa reacción y que una buena parte de los años de mi vida se perdieron en el oscurantismo, en la superstición, y en la mentira”. Sin embargo, no dijo que fueron dos representantes de esa “reacción”, el oficial Sarría y Monseñor Pérez Serantes, quienes le salvaron la vida luego de haber ido a matar a otros cubanos en el cuartel Moncada.

Dijo también Fidel Castro que en aquella época de estudiante a él no lo enseñaron a pensar, sino que lo obligaron a creer. Aunque existen evidencias suficientes para desmontar esa frase, baste decir que esa imposición, en su caso, se circunscribió al ámbito escolar. Cuando él se hizo del poder la extendió a toda la sociedad cubana.

En una de esas elucubraciones tan propias de su romanticismo político aseguró: “Calculen lo que significará cuando tengamos instructores de teatro, de la música, de danza en cada cooperativa y en cada granja del pueblo”, idea que demuestra la tendencia a introducir en el mundo de la cultura métodos de reproducción material inaplicables al desarrollo de la espiritualidad humana. Esa tendencia a masificarlo todo sin tener en cuenta las aptitudes y capacidades de las personas fue también el origen de muchos tropiezos cuyos efectos aún se constatan.

Y, por último, aseguró: “A lo que hay que temerle no es a ese supuesto juez autoritario, verdugo de la cultura, imaginario, que hemos elaborado aquí. ¡Teman a otros jueces mucho más temibles, teman a los jueces de la posteridad, teman a las generaciones futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra”.

Sentencia profética. Sesenta años después muchos de esos escritores nos legaron una obra donde ni por asomo aparecen sugeridos los traumáticos acontecimientos de la década de los sesenta del pasado siglo, ni reflejan crítica alguna a las posteriores etapas de la revolución. La novela Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz -considerada la obra que mejor refleja la revolución en su conjunto-, tuvo que esperar más de diez años para que se autorizara su publicación. Otras obras jamás han sido publicadas en Cuba. ¿De qué libertad de creación habló entonces Fidel Castro?

Por eso Castro no solo ha sido condenado por la historia, sino por sucesivas generaciones de cubanos cuya vida se ha constreñido al interés por emigrar o a simular para sobrevivir. De esa forma, expresan lo que piensan de él, de su dictadura y sus discursos, entre ellos Palabras a los intelectuales.

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