miércoles, 2 de febrero de 2022

La luz al final del túnel: ¿Dónde está?

Por Miriam Leyva.

¿Qué depara el futuro a los niños en Cuba?

Una voz infantil, pero con tono doctoral, me sorprendió. Una niña en su impecable uniforme escolar explicaba al atento abuelo en su andar por las calles de La Habana: “Eso cuesta 800 pesos, y no lo podemos comprar porque no alcanzan los salarios”. La bien resumida situación económica cubana actual resultaba sorprendente. Ante la admiración y preguntas de un caminante, la niña respondió con firmeza y orgullo que tenía seis años y que estaba en preescolar.

En Cuba no es raro escuchar un diálogo entre niños de edades tempranas sobre el CUC o la moneda convertible, indispensable para comprar leche, cereales, carnes, caramelos, dulces, helados y refrescos, cuando los hay, en las tiendas de venta en divisas. El litro de leche diario o su equivalente en leche en polvo solo se “concede” a los infantes hasta los siete años de edad.

Ni pensar en los juguetes, que dejaron de ser racionados una vez al año y pasaron a las mismas tiendas en divisas. No obstante, en 2021 ni en las tiendas en MLC se encontraban, así que Santa Claus y los Reyes Magos tuvieron que traerlos de afuera o comprarlos a los cuentapropistas y merolicos a elevados precios. Las chucherías para la merienda en la escuela siguen suerte parecida.

Durante el “Periodo Especial” iniciado en la década de 1990, los niños cubanos, sobre todo de las provincias orientales, tuvieron desnutrición y baja talla, por lo que la UNICEF y la FAO, fundamentalmente, comenzaron a donar alimentos y vitaminas al Gobierno de la Isla.

Las preocupaciones por las carencias cercenan la imaginación y los sueños de los niños y adolescentes. Durante los dos años de encierro por la pandemia de COVID-19, en los hogares con mejor desenvolvimiento económico los teléfonos celulares y las computadoras posiblemente hayan estado creando un micromundo nuevo, en ocasiones no acorde con los requerimientos de las edades, la educación y la salud. Una cantidad importante de los menores cubanos recibe ropa y calzado de los padres, abuelos y otros familiares residentes en el extranjero, así como dinero para la alimentación y gastos domésticos. Pero los artículos para los juegos y el desarrollo intelectual son relegados ante las necesidades más perentorias.

En Cuba, a varias generaciones se les ha privado de las ilusiones que se nutren a través de la lectura despolitizada y la interacción en los juegos propios de las tiernas edades, por carecer de muñecas, pelotas, bates, patines, bicicletas y otros artículos, lo que afecta el desarrollo de los valores sociales y los ejercicios intelectuales y físicos. Incluso la inexistencia o deplorable estado de los parques ha repercutido en la disminución de la práctica de deportes y la formación de los equipos nacionales.

Desde noviembre del pasado año los niños y adolescentes retornaron a las aulas. El restablecimiento de las clases era muy necesario por el retraso escolar y las depresiones causadas por el encierro, también por haber contraído el coronavirus o por el fallecimiento de algún allegado. No obstante, en las escuelas los niños tienen que jurar incondicionalidad política y en todas partes callar y simular, sobre todo si lo familiares venden en el mercado subterráneo productos robados o conseguidos tras prolongadas horas de colas. Esas simulaciones deforman las personalidades y conductas de los futuros ciudadanos.

El dilema está en que no se ve la luz al final del túnel. Imposible esperar a que la niña del inicio se convierta en una respetada economista para que le permitan aplicar cambios, que desde ahora son obvios para la mayoría de los cubanos: soltar el arique, alar parejo, sin la tutela estatal, todos libres para trabajar y crear las riquezas propias y de la Patria.

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