viernes, 8 de abril de 2022

Pechuga de jutía con moringa y leche de cucaracha.

Por Miguel Sales.

La gastronomía cubana progresa a pasos agigantados. Olvídense de las recetas tradicionales y ríanse de los peces de colores. El picadillo con pasas y alcaparras, el boliche mechado, el arroz con pollo a la chorrera y los camarones enchilados han quedado obsoletos en la Isla y solo perviven en algunos restaurantes arcaicos de Miami.

En Cuba, gracias al socialismo castrista, generaciones enteras de comensales pueden ahora disfrutar de manjares antaño desconocidos o menospreciados, como la tilapia transgénica, el bistec de cáscara de plátano, la masa cárnica extendida y las croquetas rascacielos. Los últimos avances en este ámbito, según informó el experto Guillermo García en una memorable conferencia televisada, han sido la carne de gallina decrépita, de cocodrilo y de jutía -conga o carabalí, tanto monta-. 

A estas inestimables fuentes de proteína cabe añadir la prodigiosa moringa, contribución prepóstuma del Nutricionista en Jefe a la soberanía alimentaria de los cubanos. Y, en fecha más reciente, la corteza de papa y la leche de cucaracha, recomendados por especialistas de renombre mundial, entre otros, Frei Betto.

Estos adelantos en materia gastronómica reflejan la evolución del sector primario nacional que es, en definitiva, el que aporta los alimentos. Agricultores, ganaderos, pescadores y hortelanos producen hoy apenas una fracción de lo que generaban hace 60 años, mientras que en ese periodo la población del país se ha duplicado. Las estadísticas oficiales, por supuesto, cuentan otra historia. El problema radica en que las estadísticas no se comen, aunque mucha gente sí se las trague.

La mengua de la cabaña ganadera, la disminución de las pesquerías y la reducción de las tierras cultivadas -en las que hoy prolifera lozano el marabú- constituyen un notable aporte del gobierno cubano a la salvación del planeta-mundial-globalizado, tan amenazado por el cambio climático que generan los pedos de las vacas y las plantaciones de mango y aguacate.

Ya en 1960, René Dumont, un agrónomo francés, socialista acérrimo y admirador del castrismo, recorrió la Isla y vaticinó con gran lucidez que estas serían las consecuencias de la primera reforma agraria. Molesta con el pronóstico, aunque viniera de su propio campo, la policía política cubana lo incluyó luego en la lista de “agentes de la CIA” que se dedicaban a calumniar a “la revolución”, en la que ya figuraban notorios amanuenses de Langley como Octavio Paz, Jorge Semprún y Mario Vargas Llosa. 

Por suerte para la salud del planeta y el progreso de la cocina cubana, el agente Dumont tenía razón y los policías cubanos estaban equivocados. Las medidas injerencistas del Estado revolucionario aniquilaron a buena parte de la agricultura y la ganadería, redujeron la producción de azúcar a volúmenes propios del siglo XIX y abrieron la puerta a esas innovaciones gastronómicas, que hoy constituyen la delicia de los gourmets de la Isla y el asombro del resto del mundo. De no ser porque el bloqueo del imperialismo yanqui lo impide, la UNESCO ya habría incorporado la pechuga de jutía con moringa y leche de cucaracha a la lista del patrimonio inmaterial de la humanidad, donde ahora campean el kimchi y la pizza napolitana. Un plato así se merece que Nitza Villapol baje y lo pruebe. 


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