miércoles, 11 de septiembre de 2024

Bola de Nieve: un hombre triste que cantaba alegre.

Por Laura Rodríguez Fuentes.

Ignacio Jacinto Villa y Fernández, mundialmente conocido como Bola de Nieve, nació el 11 de septiembre de 1911, hace 113 años.

Una noche de principios de los años 30 aparecía en la escena del frecuentado Hotel Sevilla de La Habana la ya conocida cantante Rita Montaner junto a un pianista vestido al estilo de un lord inglés, negro, de cara redonda, cabeza rapada a navaja y con una maestría indiscutible para acompañar a La Única. Así, prácticamente, se daba a conocer Bola de Nieve, el nombre artístico que lo acompañaría toda su vida. 

Era este, en realidad, un apodo de la infancia de Ignacio Jacinto Villa y Fernández, nacido en la villa de Guanabacoa el 11 de septiembre de 1911, en e seno de una familia de pocos recursos integrada por otros 12 hermanos, muchos de los cuales fallecieron a temprana edad debido a enfermedades infecciosas de la época.

Aunque había matriculado en el Conservatorio José Mateu a los 12 años y luego estudió Magisterio, El Bola se ganó la vida inicialmente trabajando como pianista de películas silentes en el cine Carral. “Hubo que comer y me dediqué a tocar el piano en un cine…”, confesó en una de sus últimas entrevistas. “Yo no sé si me inicié en el arte o si me iniciaron. Yo no tuve motu proprio para decir ‘Yo quiero ser…’. ¡Jamás!”.

Junto a Rita despuntó la carrera de este inusitado showman, un fenómeno artístico al que muchos tildaron como “excéntrico musical”. De aquel primer encuentro con la diva derivó su primera gira por México, que lo catapultó a la fama mundial y lo condujo a los grandes escenarios latinos, europeos y norteamericanos junto a Ernesto Lecuona. 

El Bola cantaba en varios idiomas: inglés, francés, italiano y portugués. Cuentan que, tras su presentación en el Carnegie Hall de Nueva York, debió salir al escenario nueve veces ante el público que no paraba de aplaudirlo y ovacionarlo. La prensa especializada lo comparó, incluso, con el francés Maurice Chevalier y el estadounidense Nat King Cole, y la mismísima Edith Piaf llegó a asegurar que nadie interpretaba como él La vida en rosa. 

Bola de Nieve creó un estilo único y gestual que rompía los esquemas de los cabarets a pesar de mostrarse en el escenario con su impecable etiqueta, como su singular interpretación de temas tan pintorescos como Mesié Julián: “Yo, soy negro social / soy intelectual y chic / y yo fui a Nova Yol / conozco Broguay, Parí / Soy artita mundial y no digo má chachá”.

Amén de sus glorias, El Bola fue criticado por algunos músicos de academia debido a su “voz escasa, áspera, zalamera, sin timbre seductor, y su repertorio exótico”, según recogen varios investigadores. Él mismo respondería a las críticas alegando que no le interesaba impresionar, sino tocar la sensibilidad del que escucha.

Además de los desafíos que debió sortear debido a los convencionalismos sociales, Bola de Nieve también convivió con múltiples prejuicios debido a que jamás escondió su homosexualidad ni sus prácticas religiosas. De hecho, el escritor Enrique Núñez Rodríguez relató que, en una ocasión, él mismo le comentara: “A mí me gusta que digan de mí ‘¡Qué clase de artista es Bola de Nieve, lástima que sea homosexual!’, y no que digan: ‘¡Qué homosexual es Bola de Nieve, lástima que sea artista!’”. Sobre este tema en particular, el escritor Pere Montaner sostiene que “Bola de Nieve se convirtió sin quererlo en embajador cultural de un régimen homófobo que, en esta ocasión, hizo la vista gorda ante la homosexualidad del artista”.

Varios musicólogos han llegado a afirmar que algunas de las canciones que eligió Ignacio Villa para interpretar fueron un reflejo de su propia “vida atormentada”, como No puedo feliz, de Adolfo Guzmán. De ahí que, tal y como sostiene Montaner, fue un maestro en el arte de aunar la a veces trágica dicción del bolero con las armonías del blues y el jazz, por lo que solía provocar en quienes lo escuchaban emociones que podían rayar en la nostalgia o la desazón a punto de hacerlos llorar. 

Y es que él mismo se autodefinía como “un hombre triste que canta alegre”. Testimonios suyos confirman que incluso llegaba a subestimarse: “No soy exactamente un cantante, sino alguien que dice las canciones… Si tuviera voz hubiera cantado en serio, cantaría ópera, pero tengo voz de manguero, tengo voz de vendedor de duraznos, de ciruelas; entonces me resigné con vender ciruelas sentado al piano”.

En varias oportunidades Bola de Nieve aseguró que tampoco se consideraba un gran compositor sino de “cancioncitas baratas” a pesar de haber creado temas tan estremecedores como Si me pudieras querer, No quiero que me olvides o Ay, amor.

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