Por Iván García.
Cuba es un desastre. Apagones de hasta 22 horas diarias, desabastecimiento general y más del 70 por ciento de la población come poco y mal. Los servicios básicos son un caos. El transporte urbano no funciona, el déficit de agua afecta a dos tercios de los cubanos y la salud pública hace rato colapsó.
Mirna, 43 años, dependienta en una tienda estatal, pagó 3,200 mil pesos por un spray de salbutamol en el mercado informal. “Con la llegada del invierno, los asmáticos sufrimos bastante. Cuando vas al policlínico a darte un aerosol a veces no hay oxígeno o no tienen boquillas. Las personas van a los hospitales con jeringuillas desechables y otros útiles sanitarios. Si te partes una pierna o un brazo tienes que comprar a precio lo necesario para ponerte un yeso. Es una locura. Por menos que eso, en cualquier país civilizado renuncia el ministro de salud pública y la plana mayor del gobierno”
Unos días antes de que La Habana festejara su 505 aniversario, en el hospital pediátrico Borrás-Marfán, en 27 y F, Vedado, un niño de 7 años falleció de un ataque de asma. “Cuando los médicos lo asistían se fue la luz. Y en el hospital no funcionaba la planta eléctrica. Fue una negligencia criminal del Estado. Es increíble que las sedes del partido comunista, unidades de policías y los hoteles tengan respaldo eléctrico para caso de apagones y muchos hospitales no”, dijo una enfermera.
A falta de ambulancias, asegura Fermín, quien tiene a su madre encamada en su domicilio, “la mejor opción es llamar a la policía si tengo que llevarla al médico. No puedes decir que es para eso, pues no vienen, la táctica es decir que la gente está protestando y a los cinco minutos el barrio se llena de patrullas y motos de la Seguridad del Estado. A los represores y a los dirigentes no les falta el combustible”.
Graciela, madre de dos varones, tiene claro a dónde ir cuando “uno de mis hijos se me enferme. Voy directo al Cira García, La Pradera u otra clínica para extranjeros o al CIMEQ (Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas), en el reparto Siboney, que atiende a los altos funcionarios del gobierno. Esos centros parecen hoteles cinco estrellas y tienen medicamentos de última generación”.
En la mañana del martes 12 de noviembre, un grupo de vecinos residentes en bloques de apartamentos contiguos a la intersección de las calles 100 y Boyeros, decidieron armar una barricada y detener el tráfico en la céntrica avenida.
“Lo hicimos después de estar más de cien horas sin electricidad, sin agua y sin que recogieran la basura y los arbustos que derribó el ciclón Rafael. Llamabas a las instituciones y te peloteaban o te caían a mentiras. La única opción que nos quedaba era salir a protestar a la calle. A los cinco minutos se apareció la Seguridad del Estado y los chivatones de las brigadas de respuesta rápida. La protesta funcionó. Por la tarde nos pusieron la luz y el agua”, cuenta un vecino.
Mientras, en los noticieros de televisión, en surrealistas puestas en escena, se vende la narrativa de lo positivo que resultan los recorridos de las comitivas gubernamentales por toda la isla. Y al poner imágenes de gente saludando a las autoridades, dan a entender de que el pueblo ‘está feliz’ por esas visitas y por la premura en la recuperación de los daños causados por los huracanes Oscar y Rafael y por dos sismos ocurridos en provincias orientales, la realidad cotidiana es bien diferente.
En el barrio habanero donde reside Sureya, ama de casa, hace diez días no recogen la basura y no entra el agua. “No tenemos gas licuado para cocinar y no todo el mundo tiene 20 mil pesos para comprar una balita por la izquierda. Sin luz ni agua, sin comida ni gas, rodeados de basura, este gobierno nos está matando. Por si no bastara, el ciclón me llevó la mitad del techo de la sala. Los funcionarios de Vivienda siempre te dicen lo mismo, que una comisión va a pasar por la casa, a ver la cantidad de materiales de la construcción que necesito. Son sádicos. Te dan esperanza y al final no te dan nada. Si no resuelves por tu cuenta, te cae el techo encima”.
Ricardo, más conocido por El Yoyi, comenta que lleva más de veinte años viviendo en un albergue. «Cuando se derrumbó el edificio donde vivía, la situación económica era mucho mejor que ahora. Imagínate lo que le espera a los que acaban de perder sus casas. Si acaso, los mandan a un albergue estatal, que son verdaderos antros, donde la suciedad, los robos y las puñaladas son el pan nuestro de cada día”.
El saldo de dos huracanes y dos sismos en menos de un mes en Cuba, ha sido terrible: más de 46 mil viviendas dañadas en Guantánamo, Artemisa, Mayabeque, La Habana, Santiago de Cuba, Granma e Isla de la Juventud. En algunas provincias se produjeron derrumbes totales o parciales como en La Habana, donde 461 viviendas se desplomaron tras el paso del huracán Rafael.
El creciente descontento ciudadano ha provocado cientos de protestas callejeras a lo largo y ancho del país en los últimos meses. La respuesta del gobierno ha sido enjuiciar a los supuestos ‘cabecillas’. Un ex funcionario cree que a la la capital le prestan mayor atención y le destinan más recursos, porque «es la provincia donde se producen más manifestaciones al ser menor el apoyo al gobierno, lo que está documentado por informes de contrainteligencia y estadísticas de las últimas elecciones realizadas. En el sufragio para elegir a los delegados del Poder Popular el voto válido fue solo del 35 por ciento”.
El funcionario revela que es «una táctica que la contrainteligencia cubana recomendó al chavismo durante los años duros de la crisis económica en Venezuela. Para las regiones fuera de Caracas eran los apagones y el desabastecimiento. La electricidad y los bodegones repletos de mercancías recién llegadas de Miami eran para la capital. Aunque casi nadie lo podía comprar, vendían desde salmón hasta autos Ferrari”.
“Esa estrategia funciona porque en las grandes urbes la visibilidad internacional es mayor. En las ciudades radican las embajadas, la prensa extranjera, y firmas internacionales. Y en el caso de La Habana la movilidad de un municipio a otro es mucho más fácil que en provincias, donde trasladarse de un lugar a otro es más complicado. Y por el número de habitantes , una protesta en la capital es más numerosa. El miedo también incide: los principales jerarcas viven en La Habana. Si se arma un revolú no tienen donde esconderse”, opina el ex funcionario.
Tal vez por esas razones, los cortes de electricidad en la capital son de menor duración. Y la dictadura continúa celebrando eventos, festivales y congresos internacionales como si nada pasara. Ya se había alertado del paso del huracán Rafael cuando se inauguró la Feria Internacional de La Habana. Los fuertes vientos destrozaron una parte de Expocuba, al sur de la ciudad. “Tuvieron que clausurarla a la carrera y recoger los equipos y cosas que se exhibían. En el pabellón de productos nacionales, el más dañado, se colaron personas y se robaron las muestras en el stand de alimentos”, señala un trabajador.
En estos momentos, La Habana es sede de la XV Bienal de Artes Plásticas (15 de noviembre 2024-28 de febrero 2025). Desde su celda, en la prisión de Guanajay, el artista visual Luis Manuel Otero Alcántara, fundador del Movimiento San Isidro, invita a los asistentes a la Bienal a participar en una intervención artística denominada Fe de Vida, una especie de performance en el cual propone abrir su espacio carcelario como sitio de encuentro. Y del 5 al 15 de diciembre, se celebrará el 45 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Y al igual que en 2023, los filmes concursantes solo se podrán ver en cinco cines del Vedado (Chaplin, 23 y 12, Yara, La Rampa y Acapulco) y en dos salas (la Glauber Rocha y la del antiguo Instituto Superior de Arte).
Cifras que evidencian el desastre que ha dejado el castrismo, el peor huracán que pasada por la Isla. Cuando Fidel Castro llegó al poder en enero de 1959, en La Habana habían 134 cines funcionando en barriadas de Centro Habana, Habana Vieja, Cerro, 10 de Octubre, Vedado, Miramar, Luyanó y Lawton, entre otras.
El sábado 16 de noviembre La Habana cumplió 505 años de fundada. Hasta que los barbudos la destruyeron, la capital cubana era una de las ciudades más hermosas y desarrolladas del continente americano. Tuvo ferrocarril primero que España. También televisión y más emisoras de radio, periódicos y revistas que cualquier país europeo. Circulaban por las relucientes avenidas habaneras los últimos modelos de autos norteamericanos. Los cubanos fueron pioneros en la transmisión en vivo de un partido de la Serie Mundial de Grandes Ligas utilizando un avión comercial como satélite.
En casi veinte años construyeron 20 hospitales y decenas de casas de socorro (policlínicos). El FOCSA fue el primer edificio construido con tecnología de molde deslizante en el mundo. Los habaneros consumían tanta carne de res como los argentinos y uruguayos. En cualquier esquina había una bodega o un café con una victrola. Cuando caía la noche, La Habana era una fiesta.
En Tropicana cantó Nat King Cole, acompañado al piano por el ‘caballón’ Bebo Valdés. El Chori calentaba los cueros en los cabarets de la Playa de Marianao. Bola de Nieve interpretaba Adiós, Felicidad, de Ela O’Farrill en el Monseñor, en 21 y O. José Antonio Méndez, el Ronco, pasada la medianoche, iniciaba su descarga en el Pico Blanco del hotel Saint John’s. En el Alibar, Benny Moré ponía a bailar a sus seguidores. Y la gran Celia Cruz cantaba con la Sonora Matancera en un famoso cabaret.
En esa Habana de diversidad arquitectónica, caminabas sin coger sol por los portales de la calle Reina. Los habaneros, grandes aficionados a la radio, escuchaban novelas y los programas diarios de Joseíto Fernández, Panchito Riset o Vicentico Valdés. Las rutas de ómnibus urbanos -había más de cien- pasaban cada tres minutos y hasta el más pobre tomaba café con leche, la bebida tradicional de los capitalinos.
Sesenta y cinco años después de la imposición del llamado Gobierno Revolucionario, La Habana es una ciudad triste y apagada. El régimen intentó ‘alegrarla’, realizando una gala por el 505 aniversario con funcionarios vestidos de verde olivo, en una gala en La Habana Vieja. Según Sergio, vecino de la zona, la “gente veía la velada de lejos. Parecíamos extranjeros. No sabíamos exactamente qué se celebraba y por qué. Con la que está cayendo, la ciudad no está para fiesta”.
La capital cubana, al igual que tres millones de compatriotas, hace rato emigró de la Isla. Lo que queda es la nostalgia, ese ladrón que roba fuerzas. La otrora cosmopolita capital resurgió 90 millas al norte de Cuba. Miami, con sus bares y cafés, sus rascacielos y sugre Calle Ocho, es la ciudad que La Habana no pudo ser.