Por Jorge Luis González Suárez.
Una merolica en un portal.
Si caminamos por calles habaneras, sobre todo en lugares céntricos, veremos profusión de merolicos: vendedores errantes, ubicados en portales, parques y en las puertas de sus viviendas, que ofertan productos usados, obtenidos de personas que los desechan, o en los enormes basureros de cualquier esquina de la ciudad donde escarban para hallarlos.
“Merolico” es un término surgido de la telenovela mexicana Gotita de gente, transmitida por la Televisión Cubana en la década de 1980. En ella, uno de los personajes centrales, vendedor de pócimas sin eficacia, era cuestionado por las autoridades y tildado como “un merolico, vago sin oficio ni beneficio”.
Dicha expresión vino como anillo al dedo a Fidel Castro para designar a todos aquellos individuos negados a trabajar para el Estado, y arremeter contra ellos, desatando una fuerte persecución y la aplicación de legislaciones como la “Ley del Vago”, mediante la cual podía condenarlos a trabajos forzados o enviarlos a prisión.
Desaparecidos por un tiempo de la vía pública, los merolicos tuvieron que actuar clandestinamente para mantener sus negocios. Pero en los últimos años han proliferado por toda la capital.
Los merolicos, casi siempre hombres de la tercera edad, generalmente mal vestidos, con poca pulcritud, presentan apariencia de pobreza. A diferencia de los comerciantes por cuenta propia, al no poseer licencia de venta, no pagan impuestos al fisco.
Los merolicos exponen sus mercancías siempre sobre algún cartón o sábana sobre el piso, que usan para recoger con rapidez los artículos en caso de redada policial.
En muchas ocasiones están en las entradas de edificios con escaleras, pasillos, y solares, donde guardan las cosas. Se colocan en la puerta, sin exhibir la mercancía, mostrando en la mano lo que ofertan.
Entre sus ofertas más frecuentes están ropas y zapatos usados, equipos eléctricos, teléfonos fijos e inalámbricos, forros protectores de celulares, cargadores de móviles, herrajes de plomería, CD, libros de uso, medicamentos, etc. El precio de lo que venden es relativamente barato pero no dan garantía de sus productos. La gente les compra porque la mayoría de las cosas que venden no se puede conseguir en las tiendas estatales o las mipymes.
Hay también vendedores ambulantes, tanto hombres como mujeres, que pregonan ofertando coquitos, raspaduras y otros dulces de elaboración casera que trasladan en cajas de cartón.
Hace unos años aparecieron las llamadas “candongas”, puntos en la periferia de la capital donde vendían de todo. Existieron algunas que se hicieron famosas entre los habaneros como La Cuevita, en San Miguel del Padrón, y la ubicada al final de la barriada de Pogolotti, en Marianao, que era llamada la Calle 8 (en alusión a la calle de Miami popularizada por los cubanos) que tenía cerca de un kilómetro de extensión.
Hoy para dar visos de legalidad al candongueo, el Gobierno permite las ventas de garaje en las casas particulares los fines de semana.
Los sitios más comunes en los cuales se ven ahora los merolicos son los portales de la Avenida Carlos III, el parque El Curita, en Reina y Galiano, por toda la calle Monte y la Calzada de Diez de Octubre o alrededor de los agromercados. Pero también puede vérseles en otras zonas de la capital, mezclados con los cuentapropistas, como en La Güinera, en el municipio Arroyo Naranjo.
El oficio de vender objetos usados es tan antiguo como la humanidad. Siempre ha sido ejercido para sobrevivir por personas sin trabajo fijo. Los denominados buscavidas han aparecido reiteradamente en la literatura y el cine.
Recuerdo cuando era niño que acompañaba a mi padre cuando buscaba alguna pieza de plomería, o algo similar para hacer arreglos en la casa. Íbamos a la calle Rastro, cerca de la Plaza de los Cuatro Caminos, donde estaban ubicados los vendedores, en más de un centenar de metros, ofertando su mercancía en sus carretillas.
Es incomprensible como personas que son muy pobres, que no hacen daño a nadie y que, por el contrario, dan beneficio al recuperar cosas que se descartan y que pueden ser aprovechadas, son perseguidos en Cuba por las autoridades, que les decomisan su mercancía e imponen fuertes multas.
Con la catastrófica situación económica del país, generada por un sistema político anacrónico e inoperante, seguirá en aumento el número de merolicos. Para sobrevivir, muchas personas de las más desfavorecidas de la sociedad, apelarán a este recurso de subsistencia, aunque sea considerado ilegal por el Gobierno.