lunes, 17 de junio de 2013

La ‘high society’ verde olivo.

Por Iván García.

Tienen poco que envidiarle a sus homólogos del capitalismo. La diferencia es de discursos y de tratados filosóficos. Estos anticapitalistas isleños  estudiaron manuales de marxismo y hablan en nombre de los pobres.

Pero muchos viven a todo trapo. En horario laboral visten calurosos uniformes diseñados por algún sádico sastre de la desaparecida Unión Soviética. Hace 25 años se movían en Ladas de factura rusa con gomas y equipos de música capitalistas. Se hacían notar.

Los altos cargos eran intocables. Los militares colocaban sus gorras en la parte trasera del vehículo, para que la policía de tránsito no los detuviera si cometían una infracción. Cumplir las leyes era un asunto de los otros.

Los únicos que podían destituirlos, castigarlos,  encarcelarlos (o fusilarlos) eran los Castro. Vivían en las antiguas residencias de la burguesía y clase media habanera, en Siboney, Miramar, Nuevo Vedado, Fontanar o Casino Deportivo.

Tenían más de un auto y la casa con muebles Ikea, cocinas eléctricas, refrigerador made in USA, televisores Sony, aire acondicionado de Corea del Sur y grabadoras Philips.

Hacían tres comidas suculentas al día y una vez a la semana leían reportes de la prensa occidental, condensados para los dirigentes por el departamento de orientación revolucionaria del partido comunista. En las vacaciones iban como  turistas a una república báltica en la URSS o caminaban despreocupados por la Plaza Wenceslao de Praga. Y a Varadero cada vez que se les antojaba.

Tomaban cerveza checa y whisky gringo. Fumaban habanos de exportación y en su billetera portaban dólares estadounidenses, en esa época prohibidos. A los ministros y jerarcas militares les gustaba vestirse como los ‘pijos’ de Madrid o la jet set de Nueva York, con jean Levi’s 501 y gafas polarizadas Ray-Ban.

En los años duros del ‘período especial’, mientras la plebe que los aplaudía pasaba hambre, enfermaba por desnutrición, sufría apagones de 12 horas y andaba en bicicleta, la burguesía revolucionaria mantuvo su alto nivel de vida. Tenían plantas eléctricas en sus domicilios, hacían sonadas fiestas y nunca probaron la bazofia creada por Fidel Castro para el cubano de a pie, como el picadillo de soya, la masa cárnica o el cerelac.

En el siglo 21 son empresarios de éxito. Los diversos ‘business’ montados con socios capitalistas se nutren de miembros de las fuerzas armadas y el ministerio del interior. Igual que la ‘industria’ nacida a partir del incremento de las remesas familiares enviadas del exterior.

Ese mercado absurdo y cautivo surgido en Cuba, que provoca que los cubanos tengamos que pagar con otra moneda desde una botella de aceite a un ventilador, lo maneja un holding de empresas creadas por militares.

Hace rato han disminuido las maniobras para enfrentar una supuesta invasión yanqui. Las añejas armas rusas se oxidan en búnkeres subterráneos construidos en los 80, cuando el gobierno movilizaba a la población por la ‘inminencia de una agresión del enemigo’.

La nueva burguesía criolla apuesta hoy por el mundo de los negocios. Asesorar a los camaradas venezolanos y conseguir cargos en embajadas europeas. Ya los Ladas ruso no están de moda. Ahora se presume con un Audi o jeep Hummer. El béisbol nacional les aburre.

Por la antena satelital prefieren ver en vivo juegos de las Grandes Ligas, partidos de fútbol de la Champions o play-offs de la NBA. Jugar golf o  cazar torcazas en un coto exclusivo. Cenan como si vivieran en Londres o París. Tienen internet en casa y por Skype hacen videoconferencias de trabajo o charlan con sus hijos en la Florida.

Vástagos de estos nuevos ricos han estudiado o estudian en universidades de Estados Unidos o Europa. Otros, más parecidos a su tiempo que a sus padres, prefieren vivir en el exilio.

De noche, la élite burguesa se mueve por los restaurantes donde mejor se come en La Habana y por las discotecas de pegada. Visten ropa de marca, tal vez facturada en lúgubres maquilas de Bangladesh. Usan perfumes franceses y relojes suizos. De día participan en actos revolucionarios con guayaberas blancas.

Exigen productividad y sacrificio. Hablan de un socialismo próspero y sustentable. Condenan al imperialismo yanqui. Y piden al pueblo que colabore para acabar con la corrupción galopante. A la nueva burguesía cubana le encanta hacer revolución desde las tribunas.
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