Por José A. Ruano.
“Eso no se le ocurre ni al que asó la manteca.” Acostumbraba a decir mi padre de quien dijese o hiciese algo irracional o sin sentido; y lo mismo repito yo ante quienes aseguran que en lo adelante, basado en los últimos cambios ocurridos en la isla, el gobierno cubano va a respetar el derecho sobre la propiedad privada.
Resulta que el abuelo paterno de mi buen amigo Dr. Raúl Pino, fue Fidel Pino Santos, alto ejecutivo en la provincia de Oriente de la United Fruit Company. Por su posición y posibilidades para otorgar contratos para el cultivo de la caña de azúcar, Fidel Pino Santos estableció una profunda amistad con un colono llamado Angel Castro, quien tuvo varios hijos con la señora Lina Ruz. Al segundo hijo varón de la pareja le nombraron Fidel, en honor al Sr. Pino Santos, quien además se convirtió en padrino del mismo. Con el paso del tiempo Fidel Castro Ruz fue a la Universidad de la Habana y tras de él fueron los cheques de su padrino, para ayudarle a costear sus estudios universitarios (he visto copias de cheques cancelados).
Luego sucedió lo que sucedió y Ramón “Mongo” Castro, el mayor de los hermanos varones de la familia, se quedó al frente de la finca de Birán. Su abogado y hombre de confianza de la familia por ese entonces, lo era el Dr. Raúl Pino Martínez, hijo de Fidel Pino Santos y padre de mi amigo Raúl.
Ramón Castro siempre fue un campechano. Un campesino simple y conversador el cual disfrutaba reunirse con el padre de mi amigo Raúl, los sábados en la tarde, para tomarse unas cervezas y charlar.
Luego del establecimiento de la Ley de Reforma Urbana al padre de mi amigo Raúl solamente le dejaron, tal cual establecía la ley, la casa principal de vivienda, en Santiago de Cuba y una casa de veraneo, ubicada ésta en la playa Siboney, a diecisiete kilómetros de Santiago; en la cual vivía la familia la mayor parte del tiempo, por su relativa cercanía a la ciudad y por la mayor facilidad para obtener frutos menores, hortalizas, pescado y otros alimentos que ya comenzaban a escasear para ese entonces.
Cuenta mi amigo Raúl que una tarde en 1963, su padre leía en el portal de la casa, disfrutando la brisa marina, cuando un soldado, con grados de general de ejército, vino hacia este y le dijo: “Conocemos que usted es dueño de esta casa y además nos han informado que es propietario de otra en Santiago de Cuba. A mi hermano, también coronel, van a trasladarlo para esta zona y yo deseo que él viva en esta propiedad; así que le estoy dando aviso para que evacúe esta vivienda cuanto antes le sea posible. ¡La revolución necesita esta casa!”
El padre de mi amigo Raúl, sin inmutarse, le pidió que regresara el sábado en la tarde y le planteara el pedido a “Mongo” Castro, que seguramente le estaría visitando, como era su costumbre. Al percatarse el coronel de que “Mongo” Castro era el hermano mayor de Fidel Castro, pidió disculpas y jamás regresó.
¿Es necesario agregar algo más?
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