Por Elías Amor Bravo.
La propaganda castrista ha sido, durante más de medio siglo, un instrumento al servicio de una ideología que se ha visto en todo momento en la necesidad de justificar su existencia hacia determinados sectores sociales que la consideraban una especie de paraíso de unos ideales perdidos. Falso. La experiencia confirma que la propaganda ha funcionado, pero con un objetivo bien distinto.
Básicamente, distorsionar hacia el exterior la realidad mísera de una población sometida a una feroz dictadura que se resiste a cualquier proceso de apertura política o económica. Retazos de esa propaganda, bien ensayada y desarrollada durante los antiguos tiempos de la llamada “guerra fría” se mantienen. Existe un público para ello, que sigue “comprando” los éxitos de la llamada “revolución”, sobre todo a nivel internacional. El número de personas que trabajan en estas actividades debe ser ciertamente numeroso y de alto nivel de cualificación. Y por último, el régimen castrista utiliza la propaganda para hacer lo que mejor sabe, destruir la imagen de sus adversarios políticos, a los que califica de “enemigos”.
En los últimos tiempos, esa propaganda, ante la ausencia de un debate ideológico izquierda derecha que sustente la opción trasnochada del castrismo, ha encontrado en la operación “reformista” de Raúl Castro, el escenario para un nuevo diseño de distorsión informativa.
Desde que Raúl Castro heredó el poder de su hermano en 2006 y construyó una coalición de poder bajo el control y la batuta del Ejército y la seguridad del Estado, su campo de acción ha sido los llamados “Lineamientos”, una especie de enunciado de medidas de política económica más o menos generales, que se han ido implementando en los últimos años. El objetivo de esta política económica, tal y como expresan las autoridades, ha sido la “actualización del socialismo”, un sistema que en el caso cubano ha sido un fracaso, y a la vista están los datos e indicadores.
La propaganda ha venido a prestar su valioso servicio a la aplicación de los “Lineamientos”, una cuestión que, observadores y analistas externos, no solo descalifican, como insuficiente y mal diseñada, sino también como poco oportuna para las necesidades reales de la economía castrista. Pero los “Lineamientos” han provocado no pocas fricciones en la enquistada estructura política del régimen castrista, y así, por ejemplo, la reducción del empleo estatal (prácticamente el 90 % del total de la economía de base estalinista que impera en el país) se tuvo que frenar de manera brusca ante las protestas airadas de la organización sindical vertical única, o el proceso de entrega de tierras adaptarse para recoger algunas de las propuestas de la única asociación de cooperativas.
Esos vaivenes enfriaron el ímpetu raulista en la puesta en marcha de los “Lineamientos” y ralentizaron su aplicación a ojos de analistas y observadores. La propaganda fue llamada para entrar en el juego. En los últimos meses, desde el régimen se vende a nivel internacional la llamada “actualización tranquila” del modelo económico cubano, que declara mantener las opciones de los “Lineamientos”, a saber, reducción del gasto público, recargo sobre la iniciativa privada de las grandes cargas estatales, reducción de importaciones, aumento de exportaciones y potenciación de la entrada de capitales foráneos.
De ese modo, esa actualización ya no atiende a plazos, ni a compromisos, ni a directrices u objetivos. Es como, si de pronto, quienes han confiado ciegamente en la planificación centralizada de la economía, desdeñaran de cualquier nivel de compromiso oficial. Es cierto que se mantienen contactos con inversionistas extranjeros y que se han realizado visitas de trabajo a China y Vietnam por Raúl Castro, para tomar buena nota de cómo se transforma la base económica sin alterar la estructura política. Pero nadie espera grandes cambios en la Isla. Y la propaganda ya habla de esa “actualización tranquila” propagandística.
Granma se ha convertido en foco de difusión de las acciones a desarrollar. Un día hablan de la importancia de respetar los contratos, otro de la incorporación de modernas tecnologías, o de métodos gerenciales basados en el “perfeccionamiento empresarial”. Otros, hablan de diversificación y ampliación de los mercados de exportación y sustitución de importaciones, cuando la economía es incapaz de producir bienes y alimentos suficientes para atender las demandas del mercado interno. Finalmente, se presta atención a las nuevas fuentes de financiación externa a medio y largo plazo para la construcción de infraestructuras (en colaboración con Brasil) que deberán sustituir al petróleo de Chávez ante una eventual derrota del caudillo bolivariano en las elecciones de octubre.
Detrás de esta propaganda lo que existe es un cruento y feroz debate interno en la cúpula política que dirige el país, entre los sectores aperturistas y reformistas, y los más conservadores. Entre los primeros, se encuentran quienes ven con buenos ojos la creación de cooperativas más allá del sector agropecuario, particularmente en la construcción de viviendas o en algunos tipos de servicios. También están quienes creen que la inversión de otros países es un elemento fundamental a la falta de ahorro interno, con el turismo entre los punteros.
Frente a ellos, los sectores reaccionarios que no desean perder la esencia del régimen comunista y que ejercen una presión muy importante sobre Raúl Castro, siempre observando de reojo los movimientos de su hermano enfermo.
La “actualización tranquila” puede tener sus límites. Muy pronto se podrán observar. Los resultados de Venezuela van a suponer una prueba clave para decidir quién puede salir vencedor en ese enfrentamiento interno. Con la economía no se juega. Deberían saberlo después de haber arruinado la economía cubana en el último medio siglo.
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