Por Jorge Riopedre.
Con la doble moneda, por ejemplo, distorsionan la contabilidad fiscal, los costos de producción y sobre todo, como afirma Carmelo Mesa-Lago, "expanden las desigualdades en el ingreso".
¿Por qué Cuba no cambia? Se trata de una pregunta andariega empeñada en visitar a cualquier interesado en los acontecimientos de la isla. Despierta el interés general por el evidente misterio que suscita ante la imposibilidad de persuadirla a revelar el código o la contraseña de acceso a su respuesta. Yo por supuesto no he descifrado su secreto pero quisiera proponer una vieja estrategia recomendada por el antropólogo Robert Redfield: el estudio de una comunidad tanto desde el punto de vista estructural como global debe dirigirse hacia la comprensión de aquélla "en su conjunto, como un todo".
Sin embargo, la visión de los más influyentes sectores dentro y fuera de Cuba parece ser monotemática (reforma económica) cuando se tiene por axiomático que los regímenes absolutistas o totalitarios no suelen caer o disolverse por la escasez de bienes de consumo.
Menos aún por un arrebato reformista que pueda conducir al suicidio político de la cúpula gobernante, la represalia de sus familiares y la pérdida de una fortuna amasada a expensas del erario público. La economía de un país, cualquier país, es la resultante de sus instituciones y éstas, a su vez, de los valores, costumbres y comportamiento de los ciudadanos que las conforman. Ciudadanos que en el caso de Cuba se ven obligados a delinquir porque siendo el Estado dueño indiscutible de vidas y haciendas hay que sustraer de su emporio todo género de cosas para sobrevivir. No hay duda de que la economía es importante, pero constituye sólo un componente del tejido socio-cultural de la nación, necesitado de cambios estructurales, no simulacros de reformas superficiales e incompletas.
¿Por qué Cuba no cambia? Porque cualquier intento de transformación real tropieza con el insalvable obstáculo del artículo 5º de la Constitución cubana, el cual establece que "El Partido Comunista de Cuba es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado". Las afiladas garras de esta norma suprema se encuentran en figuras como la Ley de Peligrosidad Predelictiva dispuesto en el artículo 72 del Código Penal cubano, medida aplicable a cualquier persona que la policía considere "proclive" a cometer un delito contra las normas de la moral socialista". Sin embargo, cuando el castigo policial es insuficiente porque se hace indispensable una sanción mayor a un opositor, por ejemplo, Oswaldo Payá; o bien un aliado del régimen como el general Arnaldo Ochoa o un socio comercial como el chileno Max Marambio, entonces entra en funciones el gobernante de turno, que ejerce simultáneamente los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Su fallo está garantizado por las fuerzas armadas y los cuerpos represivos de la seguridad del Estado cubano.
En este entramado jurídico-militar reside la clave dialéctica de un país presuntamente al borde del abismo pero con una jerarquía boyante que parece estar muy distante del precipicio. Algún malpensado podría insinuar que la voz de alarma era en realidad un argumento necesario y suficiente para eliminar miles de empleos estatales, no con el fin de liberar las fuerzas productivas, sino evitar que éstas se desborden. Las mismas quedan limitadas a barberos, payasos, paladares y algún que otro dueño de camión, taxi y otras actividades a las que sólo tiene acceso gente de confianza, no disidentes y opositores.
No hay liberación posible cuando el Estado es dueño absoluto de las fuentes de producción y control social que en algunos sectores académicos se conoce ahora como "democracia controlada", la cual en el caso de Cuba parece descansar en una economía paralela como la utilizada por Fidel Castro con sus notorias "reservas del comandante". Nadie debe llamarse a engaño: la cúpula gobernante cubana debe tener reservas significativas de petróleo y de divisas. Por consiguiente, las reformas económicas solamente van a llegar hasta donde ellos quieran; los especialistas no acaban de entender que para un régimen como el de Cuba la economía es un componente marginal.
Con la doble moneda, por ejemplo, distorsionan la contabilidad fiscal, los costos de producción y sobre todo, como afirma Carmelo Mesa-Lago, "expanden las desigualdades en el ingreso". En realidad no parece importarles. Enmascaran el fraude y la estafa: hay acusaciones formales en un tribunal de Miami sobre tráfico de drogas; otros dan testimonio del tráfico de diamantes y marfil africano; y que decir de las sospechas de que el oro venezolano fue trasladado a Cuba ante de la muerte de Hugo Chávez, algo de lo cual hay precedente en la Guerra Civil Española.
¿Por qué Cuba no cambia? Si no le parece suficiente todo lo anterior convendría agregar que la constitución del Estado cubano le hace dueño absoluto de los medios de producción, es decir, ningún ciudadano independiente al Partido Comunista de Cuba puede hacer fortuna con las industrias del azúcar, tabaco, ron, pesca, níquel, transporte aéreo, terrestre y marítimo, turismo, construcción, energía, etc. ¿Y qué decir del crucial sector agropecuario? Una isla llena de marabú por la desidia estatal, ahora propone tierras en usufructo de las que el beneficiado no puede llegar a ser el dueño ni fabricar una vivienda en ellas.
¿Por qué Cuba no cambia? Como en otros regímenes absolutistas el jefe de gobierno tiene que hacerse de la vista gorda ante la corrupción de sus más allegados porque su poder descansa en la lealtad de funcionarios claves. A través de los siglos siempre ha sido así. Hace años que en la isla se hizo la denominada "piñata", la repartición de centro de producción estratégicos. Los que recogieron estos caramelos serán los magnates del mañana. Los millones de cubanos que se reunieron en Cuba para discutir los lineamientos de las reformas del Partido Comunista perdieron el tiempo.
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