martes, 9 de febrero de 2010

Pasión por China.

Por  Miguel Iturria Savón.

Los éxitos económicos y sociales de la República Popular China es uno de los temas favoritos de los medios de comunicación de Cuba, controlados por los ideólogos del Partido Comunista, quienes parecen fascinados por los pronósticos de desarrollo del gigante asiático, socio clientelar del castrismo desde hace medio siglo.

Si bien las relaciones económicas son la asignatura pendiente entre ambas partes, los augures cubanos vaticinan que “en el mundo actual todas las rutas llevan a China”, la cual “fue víctima de una recesión momentánea en el 2009, pero retomó su ritmo” y avanza hacia “una sociedad armoniosa y equilibrada”, en base a “las medidas estratégicas acordadas por el Partido comunista”, quien gobierna en solitario desde hace seis décadas.

Los cronistas de Granma, Juventud Rebelde y otros medios insulares reportan con asombro las perspectivas del gigante asiático para el 2010, año en que “China desplace a Japón como segunda economía mundial”, además de “impulsar el tema ecológico”, elevar su influencia en los organismos internacionales y desarrollar los vínculos comerciales con África y América Latina, donde adquiere materias primas e invierte en infraestructuras y obras sociales. 

La campaña mediática desde Cuba pondera la hegemonía China en la economía mundial, exalta su desarrollo científico técnico y predice la interdependencia entre esa nación y los estados Unidos, “quien ya no puede ignorarla pero trata de contenerla” para evitar el contrapeso que le hace.

Nuestros medios apenas recuerdan que China es un país subdesarrollado, con 1, 300 millones de habitantes y un crecimiento anual de hasta 15 millones, lo cual multiplica sus problemas, marcados por la brecha entre la ciudad y el campo, la dependencia tecnológica del exterior y el bajo nivel adquisitivo de la población, cuya mano de obra barata favorece el enriquecimiento de los funcionarios comunistas, quienes niegan las libertades políticas y encarcelan a los activistas de los derechos humanos.

La pasión por el “desarrollo vertiginoso” de China confirma el nexo entre la burocracia insular y los mandarines rojos que transforman aquel país. En ambos existe un capitalismo salvaje con fachada socialista. Las posiciones comunes en el escenario internacional obedecen más a convergencias ideológicas que a los montos de la “cooperación”.

China es un paradigma de cambios para la élite cubana que frena la apertura. Más la fascinación parece un espejismo. El miedo a perder el poder paraliza a los mandarines  del trópico, quienes guardan el tablero antes de mover las fichas. Hasta ahora, elogian al aliado asiático y censuran al “enemigo del norte”. ¿Será el castrismo una maldición china? ¿Seguiremos en los límites de sus murallas?
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