domingo, 8 de agosto de 2010

Quintín Banderas y la Guerrita de Agosto.

Por Dimas Castellanos.

Víctima del poder, de la violencia, de las injusticias sociales y del racismo, durante la llamada Guerrita de Agosto de 1906, generada por el conflicto entre la élite política de la época con motivo de la reelección presidencial de Tomás Estrada Palma, fue asesinado uno de los héroes de las gestas independentistas cubanas, el General del Ejército Libertador Quintín Banderas Betancourt; un negro liberto que entregó 30 años de su vida a la lucha por la abolición de la esclavitud y la independencia de Cuba.

Negro, de mediana estatura, fortaleza física, sonrisa fácil e inteligencia natural, Quintín formó su personalidad en el barrio santiaguero de Los Hoyos. Su labor como albañil desde temprana edad, le impidió aprender las primeras letras. Viajó a España como fogonero y grumete de un barco donde aprendió el oficio de marino mercante. Se incorporó como soldado a la Guerra de los Diez Años y terminó como General de División. Participó en la Invasión a Las Villas, en la Protesta de Baraguá, en la organización de la Guerra Chiquita, en la Guerra de Independencia de 1895 y en la invasión a Occidente en 1897. Fue juzgado y separado del servicio por un Consejo Militar, pero una vez finalizada la guerra, la Asamblea del Cerro ratificó sus grados de General de Brigada y de División con carácter retroactivo.

Sus indisciplinas, relacionadas con su carácter rebelde, se produjeron en un ambiente perneado de racismo e intrigas. Quintín, de piel bien negra, tuvo como jefes y subordinados a cubanos de piel blanca. Figuras del calibre de Calixto García, por ejemplo, condicionaron su participación en la guerra a que la jefatura estuviera en manos de blancos. Lo indiscutible es que el General Banderas fue uno de los cubanos que puso los intereses de la patria por encima de los personales. En una oportunidad escribió: Jamás pensé en los provechos que me proporcionaría la guerra, solo la libertad dirigió mis pasos, y, a su logro he consagrado mi juventud, mis comodidades, mi vida entera. El triste desenlace de su vida está relacionado con el racismo y la violencia en el escabroso proceso de conformación de nuestra nación.

Las naciones, resultado de procesos históricos complejos, alcanzan su plenitud en el momento en que la conciencia de identidad y pertenencia de diversas comunidades desemboca en una comunidad única y estable. En Cuba, ese proceso aún sin completarse, estaba en ciernes en los primeros años del siglo XX. Peninsulares y africanos, devenidos criollos y cubanos, aceleraron su identidad en el fragor de las guerras. Sin embargo las grandes diferencias sociales, económicas y culturales, de derechos y oportunidades, consolidadas durante varios siglos de esclavitud, impidieron la formación de un propósito común –aún no logrado– por encima de los elementos diferenciadores.

Una vez terminada la guerra, la igualdad entre cubanos, recogida formalmente en la Constitución de 1901 no se acompañó de medidas prácticas para disminuir la gran brecha entre negros y blancos. Por ejemplo en el artículo 13 rezaba: “…toda persona podrá aprender o enseñar libremente cualquiera ciencia, arte o profesión, y fundar y sostener establecimientos de educación y enseñanza…”, Sin embargo, en 1905 se continuaban haciendo gestiones para crear un centro encargado de la educación primaria superior y de segunda enseñanza para jóvenes negros que no contaban con recursos económicos para recibir tal enseñanza. Como resultado, los negros siguieron siendo lo que eran antes de las contiendas, sencillamente negros.

La doble discriminación que sufrían –como cubanos respecto a los peninsulares y como negros respecto a los blancos–, unido a sus desventajas económicas y culturales, se reflejó en la ocupación laboral. Los empleos en establecimientos comerciales, en las empresas norteamericanas (telégrafos, teléfonos, electricidad y centrales azucareros) y también en las oficinas públicas del Estado estaban prácticamente reservados para blancos, mientras los negros tenían que emplearse en la construcción, la agricultura y algunos otros oficios. La mejor evidencia de ello fue la conformación de las fuerzas armadas republicanas, donde los negros, que habían constituido el 60% de los combatientes del Ejército Libertador, en 1907 eran menos del 15% de los soldados y policías. Los negros pasaron de héroes en la guerra a desempleados en la República.

En tan desfavorable entorno, el General de las tres guerras dirigió cartas, solicitó entrevistas e intentó ocupar plazas vacantes sin resultados. El Nuevo Criollo del 25 de agosto de 1905, publicó como ejemplo de discriminación racial la negativa del presidente Estrada Palma a recibirlo. Obligado a trabajar unas veces de cartero y otras en una sección de recogida de basuras, logró sobrevivir gracias a los préstamos, las colectas y las funciones públicas que organizaban sus amigos. Para colmo, con la justificación de que había sido sancionado, se le negó la pensión de veterano; un argumento falso, pues como dijimos antes, la Asamblea del Cerro le reconoció sus grados de General con carácter retroactivo. Ante tan crítica situación optó por participar en la política. En 1899 acompañó a Juan Gualberto Gómez en el intento de organizar a los veteranos de la provincia oriental. Cerrados todos los caminos, en 1906 se unió a la llamada Revolución Liberal de Agosto con un pequeño grupo de hombres, en contra de la reelección de Don Tomás Estrada Palma.

En esa contienda fue el primero en iniciar las acciones combativas: asaltó el tren Habana-Guanajay, combatió y requisó armas y víveres en varios pueblos de La Habana. Una vez fracasado el intento armado, desde su campamento envió una carta a las autoridades solicitando salvoconducto para salir del país. La respuesta fue la orden de asesinato. Cuatro balazos y siete machetazos sellaron su vida. Según el parte forense falleció a consecuencias de traumatismos accidentales.

Lo único que hay es que entender –decía Juan Gualberto Gómez– es que sin libertad y sin igualdad no cabe que exista fraternidad. Y lo cierto es que en el momento del asesinato de Quintín, no existía vida económica, cultura, ni conciencia de destino comunes; elementos definitorios sin los cuales no se puede considerar que un conglomerado humano ha devenido nación. Y Fernando Ortiz afirmaba: Sin el negro Cuba no sería Cuba. No podía, pues, ser ignorado. Para mal de todos los cubanos, ese problema ignorado, aún no ha sido resuelto de forma definitiva.

Su ascenso a General fue un ejemplo de la participación de los negros en el Ejército libertador; su asesinato, un símbolo de las injusticias en la República. Después de muerto se le colocó en el panteón de los mártires y su figura fue manipulada por los partidos políticos de la época para atraerse el voto de los negros, que como sabemos, no eran pocos.
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