martes, 3 de agosto de 2010

Estrada Palma y la reelección.

Por Dimas Castellanos.

El estado actual de Cuba confirma la imposibilidad del progreso social sin la participación cívica de los ciudadanos. La crisis estructural en que estamos inmersos y los obstáculos para salir de ella, guardan una estrecha relación con la ausencia de la participación popular en calidad de sujeto de la historia. Una realidad agravada por el hecho de que nuestro país, en materia de libertades, ha retrocedido hasta el punto en que se encontraba en 1878. Por ello, tan ineludibles son los cambios en la economía como en materia de derechos humanos para propiciar la participación ciudadana, desde la sociedad civil, en las decisiones de la nación.

La importancia de la política –ámbito de la realidad social referido a los problemas del poder– radica en que la misma constituye un vehículo para transitar de lo deseado a lo posible y de lo posible a lo real; una esfera que implica tanto al Estado como a la sociedad. Los intentos de progreso que ignoren esa verdad, como ha ocurrido hasta ahora, resultan ilusorios.

La relación entre lo que ahora mismo está ocurriendo en nuestro país con la reaparición pública del ex-jefe del Estado cubano –fenómeno insostenible en el corto plazo por la ingobernabilidad que genera– tiene como denominador común con épocas anteriores la ausencia del cubano como sujeto de la historia. Para demostrar esa continuidad, en esta oportunidad me detendré en el primer intento de reelección presidencial en Cuba.

La Constitución de 1901, en su artículo 96, referido al período de duración del mandato presidencial, dice que el cargo durará cuatro años; y nadie podrá ser Presidente en tres períodos consecutivos. Por tanto el conflicto alrededor del intento de reelección en 1906 no radica en la ilegalidad, sino en otra parte.

Tomás Estrada Palma (1835-1908), se incorporó la Guerra de los Diez Años desde su inicio, en la que obtuvo el grado de General. En el Gobierno de la República en Armas, ocupó los cargos de Secretario de Guerra, de Relaciones Exteriores y de Presidente. En 1877 fue hecho prisionero y liberado después de la Paz de Zanjón. Emigró a Estados Unidos, donde fundó una escuela para latinoamericanos. En 1895, fue designado ministro plenipotenciario del gobierno provisional de la República de Cuba en Estados Unidos y fue el centro de la Junta Revolucionaria de Nueva York. En 1901 fue elegido presidente de la República de Cuba.

Estrada Palma se concentró en una empresa importante, la austeridad en el manejo de los bienes públicos. Sin embargo, aunque consideraba que el pueblo carecía de formación para vivir en libertad, no se empeñó en el fortalecimiento de los espacios e instituciones para lograrlo. Esa decisión, consciente o no, constituye una manifestación de mesianismo, una esperanza infundada en la capacidad de un ser terrenal para conducir a un pueblo a la salvación. En ausencia del pueblo, su administración quedó limitada a una élite política carente de cultura cívica. Por ejemplo, la promulgación de leyes se hizo muy difícil, ya que para su aprobación se requería la presencia de las dos terceras de los congresistas, cuya asistencia al no ser obligatoria era aprovechada por los partidos políticos (Liberal y Moderado) para entorpecer la labor legislativa en su lucha por el predominio en el Congreso. En esa situación, el presidente Estrada Palma, que había rehusado afiliarse a ninguno de los partidos existentes, decidió integrarse al Partido Moderado, para tratar, junto a la labor del Poder Ejecutivo, de obtener el quórum y promulgar las leyes y medidas necesarias.

En cuanto al tema de la reelección, Estrada Palma creó el Gabinete de Combate para garantizar el triunfo y obtener la mayoría en el Senado y la Cámara; empeño en el que utilizó toda la fuerza gubernamental, incluyendo el uso de la violencia y del fraude en perjuicio del Partido Liberal, el cual respondió con la abstención, y en consonancia con nuestra cultura de intransigencia y machete por medio, se alzó en armas. Proceso que ocasionó cuantiosos daños materiales y pérdidas de vidas humanas antes y durante el conflicto; entre ellas los asesinatos del coronel Enrique Villuendas en Cienfuegos y del General Quintín Banderas en La Habana, de quien me ocuparé en el próximo artículo.

Los alzados, en un manifiesto fechado el 1 de septiembre de 1906, proponían, entre otros puntos, el cese de las hostilidades, el restablecimiento de la paz, la libertad para los detenidos o procesados por actividades relacionadas con las elecciones y declarar vacantes los cargos de presidente y vicepresidente de la república, gobernador civil y consejero provincial, cubiertos en el último período electoral. Por su parte Estrada Palma exigía que primero depusieran las armas para después conversar. La intransigencia de las partes y en consecuencia el fracaso de la mediación de un grupo de veteranos, entre los que estaban los generales Bartolomé Masó, Mario García Menocal y Agustín Cebreco, que planteaban convalidar el cargo de Presidente y anular los del resto de los funcionarios electos.

La intransigencia condujo al desenlace. Entre el 8 y el 12 de septiembre, Estrada Palma suspendió las garantías, solicitó el envío de buques de guerra y la intervención; petición que el propio presidente norteamericano consideró inoportuna. Según Hortensia Pichardo, Teodoro Roossevelt agotó todos los medios que estuvieron su alcance para evitar ese paso. Entre esos medios cita la carta a Gonzalo de Quesada, de 14 de septiembre de 1906 y el telegrama a Estrada Palma, de 25 del propio mes. En la primera, Roosevelt expone, entre otros argumentos, que:

Nuestra intervención en los asuntos cubanos se realizará únicamente si demuestra Cuba que ha caído en el hábito insurreccional y que carece del necesario dominio sobre ella misma para realizar pacíficamente el gobierno propio, así como que sus facciones rivales la han sumido en la anarquía.

En Carta a su amigo Teodoro Pérez Tamayo, fechada el 10 de octubre de 1906, Estrada Palma expone que la solución mediante el pacto con los rebeldes era lo peor en que pudiera pensarse, pues los problemas secundarios que se originarían después serían tantos y tan difíciles de resolver, debilitada, si no perdida, la fuerza moral del poder legítimo y sin otra autoridad que dirimiese las diferencias, serían tantos y tan difíciles, repito, esos problemas, que darían lugar a que el país se mantuviera muchos meses en medio de una constante agitación, de efectos tan perniciosos como los de la guerra misma. Por eso, dice, resolvió de manera irrevocable, renunciar a la Presidencia, abandonar por completo la vida pública y buscar en el seno de la familia un refugio seguro contra tantas decepciones. Su último sacrificio, según sus palabras, era imposibilitar que el Gobierno quedará en manos criminales. Decisión que lo llevó a poner en conocimiento del Gobierno de Washington:

la verdadera situación del país, y la falta de medios de mi Gobierno para dar protección a la propiedad, considerando que había llegado el caso de que los Estados Unidos hicieran uso del derecho que les otorga la Enmienda Platt. Así lo hice…

Por esas razones, el día 28 de septiembre, junto al Vicepresidente y los secretarios de despacho, presentó su renuncia al Congreso y el país quedó bajo un Gobierno Provisional, encabezado por el Secretario de Guerra de los Estados Unidos, William H. Taft, con lo que se consumaba la segunda intervención norteamericana en Cuba.

La carencia de cultura cívica, la ausencia ciudadana en las decisiones de los destinos de la nación, la tendencia a las soluciones violentas y el mesianismo, se manifestaron en el quehacer de la élite política cubana. Un retrato que adelantó magistralmente Carlos Loveira en su república de “Generales y Doctores”.

Según sentenció Hortensia Pichardo, La primera república cubana había muerto a manos de sus propios hijos. Yo diría más bien que a manos de un puñado de sus hijos, porque la gran mayoría, como en el resto de los acontecimientos políticos, estuvo ausente de esas decisiones. La enseñanza de ese episodio de nuestra historia, y de otros que trataremos, indica que la preparación para la participación política es un camino largo y difícil, pero mucho más seguro que el que hemos transitado hasta hoy, donde muy poco tiene que ver la mayoría de los cubanos con lo que está ocurriendo.
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