domingo, 11 de marzo de 2012

Cuando La Habana era La Habana.

Por Tania Quintero.

Si alguien duda de que los habaneros a cualquier hora andábamos limpios y bien vestidos, baste ver esta foto, realizada por uno de los tantos fotógrafos callejeros que había en La Habana.

Fue hecha durante una tarde de compras por el centro de la ciudad, en noviembre o diciembre de 1947. Yo tenía 5 años y de la mano de Lucrecia López Vega, la madre de Marco Antonio, administrador de mi blog caminaba por una acera de la calle Monte, una de las más comerciales de la capital.

Ella tenía 25 años y todavía estaba soltera. Al verla tan elegantemente vestida, con una chaqueta estilo Chanel, zapatos, bolso, collar, aretes, pañuelo y gafas acordes a la época, se pudiera pensar que era una joven perteneciente a la pequeña o mediana burguesía.

Pero no. Lucrecia se compraba la ropa con el dinero que ya ganaba, trabajando en los archivos del comité nacional del Partido Socialista Popular (PSP), en Carlos III entre Oquendo y Marqués González.  Su padre, Armando López, era tabaquero y murió de un infarto durante una discusión sindical. Su madre, Rosa Vega, fue una ama de casa que crió a seis hijos, tres varones y tres hembras y hasta su muerte cuidó a su progenitora, que murió de 95 años. Una familia humilde que vivía en la asesoria de un solar, en la calle Hospital, Centro Habana.

Yo era hija única y también de procedencia humilde. Mi padre, José Manuel Quintero, combinaba su oficio de barbero ambulante con el de guardaespaldas de Blas Roca Calderío, secretario general del PSP. Y mi madre, Carmen Antúnez, de origen campesino, se dedicaba a los quehaceres del hogar. Vivíamos en el barrio El Pilar, Cerro.

El jumper de cuadros y la blusa blanca que llevo puestos me los hicieron mis tías paternas, modistas de profesión. Los zapatos de charol, las medias blancas, la carterita y los lazos en el pelo estaban al alcance de cualquiera, por muy modesto que fuera su nivel de vida.

Entonces, quienes no podían comprarse la ropa vendida en las tiendas -como la exhibida en las vidrieras de El Encanto, con las últimas tendencias de la moda en París, Londres o Nueva York- iban a la calle Muralla, en la Habana Vieja, donde se concentraban almacenes (casi todos los dueños eran libaneses, polacos o judíos) con un gran surtido de tejidos, encajes, hilos y botones, a precios módicos. Y adquirían unas yardas de tela y todo lo que se necesitara para uno mismo o su costurera, confeccionar un vestido igual al mostrado en una tienda o una revista, cubana o extranjera, a la venta en cualquier estanquillo de periódicos.

En el post De una dama habanera y su familia, publicado en enero de 2010 en este blog, pueden verse fotos de Alina Johnson de Menocal, perteneciente a la alta sociedad cubana.

Las he traído a colación porque esas fotos también fueron hechas en la década de 1940. Y a pesar de la diferencia de clase social y de raza, puede constatarse de que antes de 1959, se fuera rico o se fuera pobre, los habaneros vestíamos correctamente. Incluso con elegancia, como Lucrecia, cuyo vestuario nada tiene que envidiarle al de una aristócrata.
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