Por Iván García.
Juliana, 73 años, ama de casa, dedica gran parte de su tiempo a faenas relacionadas con la alimentación de su familia. “Pierdo ocho horas en limpiar arroz, escoger frijoles, que vienen muy sucios, comprar el pan, recorrer agros, carnicerías y bodegas, a ver qué llegó y preparar el almuerzo y la comida”, señala, mientras prepara un potaje de frijoles negros.
El perfil de Juliana y los suyos no se corresponde con el patrón nacional: todavía en su casa se desayuna, almuerza y cena. “Mis hijas tienen buenos salarios y recibo dólares de parientes en Estados Unidos, que se evaporan en alimentarnos lo mejor posible”.
Juliana, 73 años, ama de casa, dedica gran parte de su tiempo a faenas relacionadas con la alimentación de su familia. “Pierdo ocho horas en limpiar arroz, escoger frijoles, que vienen muy sucios, comprar el pan, recorrer agros, carnicerías y bodegas, a ver qué llegó y preparar el almuerzo y la comida”, señala, mientras prepara un potaje de frijoles negros.
El perfil de Juliana y los suyos no se corresponde con el patrón nacional: todavía en su casa se desayuna, almuerza y cena. “Mis hijas tienen buenos salarios y recibo dólares de parientes en Estados Unidos, que se evaporan en alimentarnos lo mejor posible”.