lunes, 18 de abril de 2016

Al castrismo no lo salva ni el modelo chino.

Por Fabio Rafael Fiallo.

Aferrado a la más rancia tradición soviética, el Partido Comunista de Cuba decidió celebrar su VII Congreso sin haber permitido debate alguno en torno a los documentos sometidos para aprobación a dicho cónclave. Tal hermetismo fue objeto de críticas, tan sorpresivas como inusuales, por parte de miembros de la militancia. El diario Gramma se apresuró a desestimar esas "inquietudes", arguyendo que el debate no era necesario pues este congreso era solo la continuación del anterior, que tuvo lugar en abril de 2011 con el fin de aprobar las "actualizaciones" pautadas por el general presidente Raúl Castro.

El objetivo de esas famosas "actualizaciones" no es otro que introducir una dosis homeopática de economía de mercado en el quehacer cubano, y con ello tratar de asegurar la supervivencia del régimen. El giro es tanto más necesario cuanto que el "socialismo del siglo XXI" ha hundido económicamente a la Venezuela chavista, país cuyos petrodólares mantienen con vida a La Habana.

Recurrir al mercado como medio de supervivencia política evoca lo que hizo el Partido Comunista Chino, bajo el nombre de "socialismo de mercado", con el fin de conservar el poder tras la debacle económica engendrada por Mao Tse-Tung.

De hecho, en su discurso de apertura del VII Congreso, Raúl Castro hizo referencia a China, al igual que a Vietnam, como ejemplos, según él, de que el "papel controlador del Partido, el Gobierno y las organizaciones de masas" (léase, la dictadura de partido único) y las reglas de la oferta y la demanda "pueden coexistir".

Mercado con represión es, pues, la fórmula que apunta al horizonte en los designios del castrismo.

La diferencia a este respecto es que, lamentablemente para el castrismo, Cuba no es China.

Comenzando por el hecho de que el castrismo no se desliga de los decrépitos dogmas y cantinelas del marxismo-leninismo. En efecto, el contraste es patente entre la rigidez del discurso de Raúl, denunciando las supuestas "actitudes inescrupulosas de los que piensan solo en ganar cada vez más" y el aforismo "enriquecerse es glorioso", lanzado por Deng Xiaoping en 1992.

En Cuba, solo los miembros de la clase gobernante están y seguirán en condiciones de vivir de manera holgada. El resto de los cubanos tendrá que seguir arreglándoselas con la tarjeta de racionamiento y una educación y servicios médicos muy loados por los personeros del régimen y sus cómplices del exterior aunque destartalados en la realidad.

Pero vayamos más allá del VII Congreso, el del castrismo crepuscular, y supongamos que, obligado por el deterioro de la situación económica y las deficiencias de la "actualizaciones", el régimen decida en un futuro —tal vez cuando comience el relevo generacional en la cúspide del poder— expandir de manera significativa el radio de acción de la iniciativa privada y tolerar el afán de lucro. Pues bien, ni siquiera copiando al pie de la letra el modelo chino podría la dictadura cubana mantenerse en pie. Veamos por qué.

El crecimiento económico chino se ha basado en la exportación de artículos manufacturados. Los obreros que participan en la producción de esos bienes trabajan en fábricas con poco o sin ningún contacto con el mundo exterior.

En Cuba, la talla más bien reducida de la fuerza laboral, y sobre todo la proximidad geográfica y cultural con Estados Unidos, hacen que no sea en la industria manufacturera sino en el sector de servicios, y en particular en el turismo, donde se encuentran las actividades de mayor rentabilidad, al menos en el inicio de un proceso de apertura significativa a las fuerzas del mercado.

La expansión de dicho sector habrá de implicar contactos personales entre los cubanos y sus clientes del exterior, en particular los turistas, así como una utilización ampliada de internet.

En tales circunstancias, la exposición de la población cubana al mundo exterior, y por ende al cebo de la democracia y la libertad de expresión, no será nada insignificante. Los reclamos populares en pro de la instauración de la democracia no podrán sino ir en aumento.

El régimen tratará, por supuesto, de reprimir con fuerza las veleidades democráticas del pueblo. Pero ahí puede entrar en juego el reciente acercamiento diplomático y económico entre Cuba y Estados Unidos.

En efecto, para un régimen económicamente exangüe como es el castrista, el hecho de forjar lazos comerciales y financieros con la economía más poderosa del mundo podría provocar un fenómeno de adicción. Dicho de otro modo, podría crear una dependencia, por parte de Cuba, con respecto a los ingresos de divisas provenientes del intercambio con Estados Unidos.

Tan pronto como los vínculos económicos con Estados Unidos hayan alcanzado una masa crítica, ¿qué haría el régimen si el Congreso de aquel país, o un futuro presidente del mismo, decidiera condicionar el ritmo, grado, o incluso la continuación o no de la apertura económica hacia Cuba, a que se produzcan avances concretos en Cuba en cuanto al respeto de los derechos humanos y la libertad de expresión? ¿Estaría el régimen cubano dispuesto a negar una liberalización política en la Isla si un rechazo de esa índole pusiera en peligro esa importante fuente de ingreso de divisas?

Un factor adicional milita en favor de la apertura democrática de Cuba, a saber: la intención del régimen castrista de contraer empréstitos en el mercado mundial de capitales.

Después de haber podido prescindir de ese mercado (gracias a la ayuda soviética primero, y a los petrodólares de Chávez después), Cuba trata desde 2011 de reanudar sus vínculos con el mismo.

Y ocurre que la tasa de interés que el Gobierno cubano habrá de pagar por sus empréstitos dependerá de la evaluación que se haga en esos mercados de las perspectivas económicas de la Isla. Mientras más promisorias parezcan dichas perspectivas, más baja será la tasa de interés que los inversionistas internacionales exigirán.

En esas circunstancias, si Cuba se pone a porfiar con Estados Unidos, rehusando realizar una liberalización política, los inversionistas potenciales abrigarán dudas acerca de la continuidad de los intercambios comerciales y financieros entre los dos países y, consiguientemente, aplicarán tasas de interés más elevadas.

En tal caso, ¿valdrá la pena golpear y detener cada domingo a las Damas de Blanco, o arrestar periódicamente a Guillermo Fariñas y Antonio Rodiles, o impedir a José Daniel Ferrer circular libremente por el país, o mantener en calabozos a decenas de prisioneros de conciencia, si esos mezquinos y abyectos actos de represión, al provocar tensiones con la contraparte estadounidense y ensombrecer las perspectivas económicas de la Isla, podría implicar el aumento de la tasa de interés que Cuba deberá pagar por sus empréstitos?

Así, pues, por un simple cálculo de costo-beneficio, para el régimen cubano sería un buen negocio proceder a una apertura democrática a fin de impedir el aumento de la carga de su deuda.

Consideraciones de índole económica, en particular la necesidad de integrar el mercado europeo, desempeñaron un papel de primer plano en la decisión de los herederos políticos del dictador español Francisco Franco de iniciar la liberalización política de su país tras la muerte del Caudillo. Y no debe excluirse, por las razones apuntadas en este artículo, que ese mismo tipo de consideraciones económicas haya de jugar un papel determinante en Cuba en un futuro no lejano.

Las críticas a la ausencia de debate en el VII Congreso, formuladas por algunos de los participantes en el mismo, podrían ser indicios de un embrión de toma de conciencia, en las filas del Partido, del carácter contraproducente, e incluso de la imposibilidad, de mantener la represión política inherente al castrismo.

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