lunes, 12 de septiembre de 2016

La Habana, atrapada por el alto costo de vida, calles oscuras y pandillas juveniles.

Por Iván García.

Pasada las nueve de la noche, la calle San Miguel, que enlaza el reparto Sevillano con la transitada y sucia Avenida de Acosta, parece el plató cinematográfico de una película de terror.

Contiguo al empercudido asilo de ancianos, las luces de una heladería privada alumbran un pequeño tramo de la calle. Luego de pasar el Parque Córdoba, recién reparado e iluminado, donde decenas de personas, a gritos, charlan con sus parientes al otro lado del charco mediante internet inalámbrico, transitar por esa vía es lo más parecido a una caminata a oscuras por un terreno minado.

Lionel, residente en el Sevillano, es miope y cada noche, después de terminar su trabajo y para llegar a su casa, debe caminar casi un kilómetro "entre baches, aceras destruidas y salideros de agua. Y ahora con la jodienda de ahorrar combustible no prenden las luces de la calle. El mes pasado metí la pierna en un hoyo y tuve un esguince".

Excepto las céntricas avenidas o arterias principales, la mayoría de las vías secundarias en La Habana están oscuras o deficientemente iluminadas, las aceras despedazadas y las calles repletas de baches o sin asfaltar.

Los dueños de algunos nuevos negocios hacen más que el Estado para rescatar espacios públicos. Daniel, dueño de una pizzería en la barriada de La Víbora, no se limitó a pintar la fachada, también reparó un inmueble de dos plantas.

Gerardo, quien próximamente abrirá en Santos Suárez un bar-restaurant de lujo, por debajo de la mesa pagó el equivalente a 800 dólares a la empresa de viales para que asfaltaran dos cuadras aledañas al negocio.

“El gobierno no hace ni carajo para mejorar la ciudad. Pero si tu pretendes tener una buena clientela, tienes que erogar gastos en pintar casas aledañas al negocio, plantar arbustos y flores en los canteros, reparar aceras y calles y gestionar un alumbrado moderno”, apunta Gerardo.

Para abrir un pequeño negocio gastronómico o de hospedaje se necesita de cuatro a cuarenta mil dólares los proyectos más ambiciosos. “Todo es plata, man [hombre]. Aparte del dinero de la inversión, se te va un chorro de pesos comprando comida y bebida, pues debido a las irregularidades del Estado en el suministro de alimentos, a veces los insumos desaparecen de las tiendas. A eso agrega la plata que se gasta en pagar a inspectores corruptos para que cierren los ojos y no metan las narices en el bisne [negocio]”, comenta Osniel, dueño de tres cafeterías al oeste de la ciudad.

Pero los que más sufren el alto costo de la vida en Cuba son los que trabajan para el gobierno. Con un salario promedio que ronda los $27 dólares, apenas les alcanza para adquirir un tercio de la canasta básica y pagar la luz eléctrica.

Fermín, economista, cree “que para poder desayunar, almorzar y comer todos los días, comprar ropa y zapatos cuando tu o tus hijos los necesiten, hacer reparaciones menores en tu casa, los residentes en La Habana necesitan no menos de $300 dólares mensuales per cápita”.

La cartilla de racionamiento garantiza alimentos como arroz, azúcar y una libra de pollo al mes. Pero ese subsidio alimenticio alcanza para 10 días o menos.

Entre el 70 y 80 % del presupuesto familiar se va en comer. Y no siempre lo que se desee. Sino lo que aparezca. La capital de Cuba es una urbe anómala y desquiciada. La comida cuesta más cara que en Miami y adquirir un electrodoméstico equivale a cuatro o cinco salarios mínimos.

Josuán, un holguinero de visita en la capital se asombra de la carestía de vida. “Un taxis por divisas te cobra 10 o 15 cuc por hacer una carrera de siete u ocho kilómetros. El aguatero te pide 100 y 150 pesos por llenarte un tanque de agua. Por cualquier reparación, el albañil cobra 100 o 200 cuc. ¿De dónde demonio los habaneros sacan tanto dinero?”

Hay un poco de todo. Desde las remesas familiares, el desfalco consuetudinario en empresas del Estado hasta negocios privados, legales o ilegales. Ahora mismo, un destartalado Moskovich de la era soviética cuesta alrededor de $8,500 dólares y un metro de cristal para poner en una ventana ronda los $50 dólares.

Es precisamente el alto costo de la vida, y amparados por la oscuridad de sus calles interiores, que pequeñas pandillas juveniles, mayoritariamente negras y mestizas, aprovechan para asaltar a la gente y despojarle de un vistoso teléfono inteligente, una cadena de oro o una camiseta de Neymar.

Aunque la prensa oficial hace mutis, según un instructor policial habanero, “los robos con fuerza en viviendas ocupadas, robos de neumáticos y de motos, asaltos para robar celulares, tabletas o laptops han aumentado considerablemente en la ciudad. Sobre todo en los barrios marginales de San Miguel, Arroyo Naranjo y La Lisa.”
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