jueves, 22 de marzo de 2018

La chusmería izquierdosa.

Por Zoé Valdés.

Los cubanos lo hemos vivido en carne propia, la depauperación económica y política de Cuba no es nada comparada a su desmoronamiento moral. Yo añadiría que o España se libra de esa chusma izquierdosa o dejará de existir como país y como cultura de diversidad y fuerza.

Desde el momento en el que Fidel Castro puso hisopos en las manos a la burguesía que había echado a andar ese país y la obligó a limpiar inodoros, y no precisamente los propios, la decadencia ética y funcional fue tremenda. La chusma izquierdosa se apoderó del más mínimo acto social y tomó por la fuerza y a la cañona, de a Pepe Timbales, el sector de la educación y de la cultura. Modificaron hasta el lenguaje, los gestos, las miradas, las acciones individuales. Dejamos de existir como individuos con personalidades autodefinidas para transformarnos en un colectivo amorfo.

El desprecio, el odio, la envidia se convirtieron en los parámetros a través de los que se evaluaba –mejor dicho, se devaluaba– y medía al ser humalo, o al no ser cubano.

Ni un "señor" o "señora" más, había que tratarse de "compañero", "compañera" y hasta de "camaradas", al estilo leninista. Usted daba las gracias y lo miraban extrañados, o soltaban un desabrido y displicente: "¿Gracias de qué?".

Ser educado atacaba y disminuía al revolucionario. Ser chabacano lo engrandecía.

Lo primero que la izquierda destroza es la moral (nada que ver con la percepción o la elección íntima de la sexualidad, aunque también y bastante, pero no únicamente), la educación, el buen gusto y, sobre todo, la funcionalidad de un pensamiento sobrio y profundo se vienen abajo.

Todo, absolutamente todo en esa izquierda de lentejuelas y alfombras rojas no es más que pacotilla, alharaca, pretensión y propensión al escándalo. No hay nada que puedan hacer de manera serena y callada, y mucho menos con distinción y buenos modales. Los buenos modales no existen para ellos como convicción determinante, sino como vía para resolver un puesto y trocar la máscara; lo normal entonces es comportarse siempre entre la marginalidad más suprema y la delincuencia lujosa. Abajo lo elegante.

Desobedecer las leyes es el estímulo de su programa. No busquen otro en la izquierda, como quiera que se llame, comunismo, socialismo, la misma cosa. Fuera de las leyes siempre, y a punto de soltar ese soberbio escupitajo en contra de la sociedad capitalista y de lo que no les sirva para enriquecerse ellos y para esclavizar a los incautos, amparados, por supuesto, en los parabienes y beneficios del capitalismo.

Cazar cándidos, aprovecharse de su ingenuidad y convertirlos en perversos, en hipócritas, en trogloditas, en pesarosos vagos, en esclavos lustrados y no ilustrados, ahí está la tarea primordial de la izquierda traficada en bonachona y cultureta. Sin embargo, más incultos no pueden ser, y más marulleros tampoco.

La prueba más evidente son Cuba y sus timadores intelectuales, sus embaucadores artistas. Ni escriben, ni hacen música ni pintan, politiquean a tiempo completo a favor siempre del horror. Por el contrario, en contra del horror, siempre el silencio cobarde. Echaron abajo los valores culturales de una nación con un producto de marketing que sólo lleva el nombre de un fenómeno: chusmería cobarde.

La chusmería impera, la chusmería pusilánime es lo más conveniente y menos peligroso, la chusmería los revive y los mantiene siempre a la ofensiva, en amilanada alerta. La chusmería bajo todas sus más dantescas caretas. Esa chusmería destruyó una isla maravillosa, y devastó Venezuela. Esa chusmería destruirá España, y buena parte de la Humanidad.

¿Qué hacer frente a esta morralla hampona? Enfrentarla, denunciarla; pero, sobre todo, combatirla y sacarla del poder, de las universidades, de las escuelas, de todas partes. Ahora, ya, sin contemplaciones. En un futuro esa chusmas, esa gentuza no vacilará en arrancarles las vidas y las de sus hijos con tal de imponer su mala baba, su canallada antológica.
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