miércoles, 22 de abril de 2020

Titanic.

Por Juan Orlando Pérez.

Una de las reuniones diarias que realizan los dirigentes cubanos con motivo del coronavirus.

A inicios de febrero, Ricardo Cabrisas, viceprimer ministro de Cuba, se sentó a escribir una carta que había estado posponiendo durante semanas, en espera quizás de un milagro. La carta iba dirigida a Odile Renaud-Basso, director general del Tesoro de Francia y presidente del Club de París. El propósito de la carta era confirmar oficialmente algo que Cabrisas ya le había confesado a Renaud-Basso cuando se encontraron en París el mes anterior, y que el representante de Miguel Díaz-Canel le había dicho también, sin sonrojarse, sin parpadear, al primer ministro francés, Édouard Phillipe, que Cuba no tenía 32 millones de euros para pagar los compromisos de su deuda con seis acreedores, Austria, Bélgica, Reino Unido, Japón, Francia y España, y estaba, a todos los efectos prácticos, en quiebra. Cabrisas, que lleva toda una vida dando la cara a los furiosos acreedores de Cuba, y es un maestro en el arte de hacer falsas promesas en nombre de su país, juró que su gobierno pagaría en mayo. Faltaban en ese momento 35 días para que la pandemia de coronavirus matara la primera persona en Cuba.

El 4 de marzo, cuando el número de muertos por coronavirus en Italia pasó de cien, Granma dedicó gran parte de su primera página al 60 aniversario del ataque terrorista contra el barco La Coubre, y toda su página final a un fragmento del discurso de Fidel Castro en el entierro de las víctimas de aquella atrocidad. Una columna en la primera página reproducía la lista de recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud a los individuos que creyeran tener síntomas de coronavirus, pero no reportaba ninguna de las advertencias y consejos que las autoridades sanitarias internacionales habían ofrecido a los gobiernos. En las páginas internacionales, dedicadas como de costumbre a destacar los problemas, errores y crímenes de los gobiernos y figuras políticas a los que Cuba considera enemigos, no había ni una sola mención del coronavirus. Incluso una nota de Telesur, que a eso ha llegado Granma, sobre el rifirrafe entre Estados Unidos y China por un titular supuestamente racista de The Wall Street Journal, se las ingeniaba para no mencionar la pandemia, o, de hecho, el titular de marras.

La noticia más importante reportada por Granma aquel día ocupaba toda la tercera página: «Tienden a la recuperación los productos de aseo». La ministra de Comercio Interior de Cuba, Betsy Díaz Velázquez, había anunciado que «a partir de mayo y junio la situación del aseo debería ser estable en el país». La ministra reconoció que no era posible distribuir jabón, detergente o pasta dental a través de la libreta de racionamiento, porque el Estado cubano no podía garantizar que cada persona recibiera, por ejemplo, un jabón. «El aseo no puede incluirse en la canasta básica familiar pues pasaría a ser un producto controlado, y por tanto (un) derecho adquirido», dijo. Habiendo admitido que los cubanos no tenían un derecho intrínseco, constitucional, a lavarse las manos o bañarse con jabón, Díaz Velázquez prometió que al menos productos como los jabones Lis y Nácar, y el detergente líquido Limtel, sólo serían vendidos en tiendas del Mincín, no en dólares, la gente podía estar tranquila.

El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró que el coronavirus se había extendido tanto que ya el mundo se enfrentaba a una pandemia. Esa noche, Rafael Serrano y Yisel Filiú Téllez presentaron el Noticiero Nacional de Televisión con la misma elocuente ecuanimidad con que hubieran leído las noticias de un día normal. El primer titular fue probablemente copiado del noticiero de la misma fecha del año anterior, que a su vez habría sido copiado del noticiero del 11 de marzo de 2018, y así sucesivamente, hacia atrás, con sólo algunas imprescindibles variaciones: «Envían Raúl y Díaz-Canel ofrendas florales por el aniversario 62 de la Fundación del Segundo Frente Oriental Frank País García». El segundo titular fue mínimamente más interesante: «Chequea Presidente de la República programas de gobierno para lograr la soberanía alimentaria del país». El periodista Boris Fuentes reportaba una reunión en la que Díaz-Canel había escuchado la presentación de un plan de la doctora Elizabeth Peña, jefa de algo llamado Grupo Nacional de Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar, para dar «acceso a toda la población a una alimentación suficiente, diversa, balanceada, nutritiva, inocua y saludable, reduciendo la dependencia de medios e insumos externos, con respeto a la diversidad cultural, y responsabilidad ambiental». De acuerdo con Fuentes, el representante en Cuba de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Marcelo Resende, sentado a la derecha de Díaz-Canel en la presidencia de la reunión, había tomado la palabra para recalcar que, de acuerdo con los datos que él tenía, «en Cuba no hay hambrientos, no hay hambruna como tal… los indicadores en Cuba son muy buenos».

Por alguna extraña razón, también estaba en esa reunión Frei Betto, presentado por el periodista Fuentes como «defensor de una cultura nutricional y de una alimentación balanceada» pero que al parecer, sin que nadie lo advirtiera, había sido nombrado ministro de Agricultura de Cuba. El padre Betto advirtió a los presentes que el plan de la doctora Peña no podía ser visto por los cubanos como un plan «solamente de arriba», sino «sobre todo un plan de abajo». «Tenemos que lograr una pedagogía política para que el pueblo cubano no se sienta beneficiado con este plan, sino que se sienta protagonista», dijo. Ese mismo día, quizás en el mismo momento en que la doctora Peña presentaba su plan de alimentación nutritiva, balanceada y respetuosa de la diversidad cultural, una multitud saqueó una tienda de la provincia de Guantánamo a la que había llegado pollo. Decenas de personas se lanzaron contra una única nevera, algunos lograron llevarse dos bolsas, otros, más lentos, sólo una, hasta que un hombre metió el cuerpo entero dentro de la nevera y se llevó la última caja. «Orfilio, esto hay que grabarlo y tirarlo para allá», se oye una voz de mujer en el video. «Mira, cuando tú lo grabes, me lo pasas».

La pandemia de coronavirus, quizás el más importante acontecimiento mundial desde el fin de la Guerra Fría, fue la cuarta noticia de aquella noche, encajada en el segmento internacional, detrás de un reporte sobre un acto dedicado a celebrar el aniversario 60 del Ministerio de Economía. «Son tiempos de cambio», dijo el Ministro de Economía, Alejandro Gil, en aquel acto, de acuerdo con Serrano, «pero hacia más socialismo y más revolución». La edición del Noticiero también incluyó un reporte sobre «audiencias sanitarias» conducidas por la Central de Trabajadores de Cuba en fábricas y talleres para recomendar una serie de medidas para frenar la expansión del virus en la isla, principalmente lavarse las manos con jabón durante al menos 20 segundos. En las imágenes del Noticiero se ve a médicos, funcionarios de la CTC y trabajadores sentados unos al lado de otros, en salones atestados, y ninguno, ni los médicos, con máscara. Sólo nueve días después, el 20 de marzo, Díaz-Canel iría a la Mesa Redonda de la Televisión a conminar a los cubanos a enfrentar la crisis con «serenidad, realismo y objetividad», y recomendar «prácticas de distanciamiento social».

El Presidente de la República anunció en esa comparecencia que a partir del martes 23 sólo los residentes en Cuba podrían entrar al país, la isla no admitiría más turistas ni visitantes. En ese momento quedaban en Cuba todavía 60 mil turistas, muchos de los cuales, o quizás la mayoría, presumiblemente, habían llegado a la isla después de la declaración de la crisis como pandemia por la Organización Mundial de la Salud. El 14 de marzo, tres días después de la declaración de la OMS, la directora de Mercadotecnia del Ministerio de Turismo, Bárbara Cruz, había afirmado que Cuba era un país «seguro» y que los turistas que viajaran a la isla serían «bien recibidos» y podrían acceder a todos los servicios habituales. En el momento en que Cruz ofrecía al mundo el sol, las playas y el «sistema de salud fuerte» de Cuba, ya en la isla había cincuenta turistas ingresados con síntomas similares al coronavirus, entre ellos 23 italianos y seis españoles. Los tres primeros casos confirmados de coronavirus habían sido anunciados por Rafael Serrano casi al final de aquel Noticiero del 11 de marzo, alguien había traído una nota del Ministerio de Salud Pública con el programa ya en el aire. Los tres primeros casos eran turistas italianos, de Lombardía. Habían llegado a La Habana el lunes 9 de marzo, es decir, veinticuatro horas después de que el Primer Ministro italiano, Giuseppe Conte, declarara el confinamiento de la región de Lombardía y otras 16 provincias del norte de su país. En ese momento, las autoridades sanitarias italianas habían descubierto 5800 personas infectadas con el virus, de las cuales 233 habían muerto.

Angela Merkel, la Canciller de Alemania, apareció en la televisión de su país en la noche del 19 de marzo y declaró que el coronavirus era el más grave desafío que había enfrentado su país desde la Segunda Guerra Mundial. Pero las fronteras de Cuba no serían cerradas completamente hasta dos semanas después, el 2 de abril, 48 horas después de que el primer ministro, Manuel Marrero, dijera que los vuelos procedentes del extranjero representaban un «peligro para los cubanos». El cierre de la industria turística cubana, ocho días antes, había sido la decisión más difícil que el gobierno cubano había tomado desde la suspensión de pagos al Club de París. En enero, el Ministerio de Turismo había reportado una reducción de 9.3% en el número de turistas que llegaron a la isla en 2019, en comparación con el año anterior. El principio de 2020 fue aún peor, con una caída en enero del 20% en el número de turistas en comparación con enero del 2019. Menos de 20 mil turistas norteamericanos llegaron a la isla ese mes, casi 70% menos que en enero de 2019, como resultado, al menos en parte, de las acciones de la Administración Trump contra la industria turística cubana, incluyendo la reducción de los vuelos entre ambos países y la prohibición a los cruceros para atracar en puertos de la isla.

El colapso de la compañía de viajes Thomas Cook en septiembre había provocado ya la reducción a la mitad del número de turistas británicos que llegaron a Cuba en la temporada alta. Pero otros mercados europeos del turismo cubano también se habían desplomado en enero, antes de que se reportaran las primeras víctimas del coronavirus fuera de Asia, 6.1% España, 20.5% Italia, 24.5% Francia y 29.7% Alemania. Grupos de oposición como las Damas de Blanco y la Unión Patriótica de Cuba, y miles de ordinarios cubanos reclamaron en las redes sociales el cierre de las fronteras del país, pero el gobierno se resistió a hacerlo hasta que el confinamiento de gran parte del mundo hizo inevitable que Cuba se encerrara también. Bolivia había cerrado sus fronteras el 17 de marzo. Chile y Colombia, el 16. Ecuador, el 14. Incluso Venezuela había prohibido todos los vuelos desde Europa el 12 de marzo, un día antes de que se confirmaran los dos primeros casos oficiales de coronavirus en ese país.

A la vez que el gobierno cubano se preparaba para cerrar la industria turística, aparecía, en medio de la catástrofe mundial, una única oportunidad para la economía de la isla. El domingo 22 llegaba a Milán una brigada de 53 médicos y enfermeros cubanos, que serían destinados a Bérgamo, el epicentro de la pandemia en Italia. A su llegada al aeropuerto de Malpensa, fueron recibidos con aplausos, una escena que los medios de comunicación de la isla se aseguraron de que fuera vista por todos los cubanos. Una semana después, partía hacia Andorra otro grupo de 11 médicos y 27 enfermeros. Algunos de estos últimos tendrían que ser reubicados más tarde en tareas de menos urgencia, después de que las autoridades médicas de aquel país decidieran que su formación profesional era inadecuada. En el espacio de tres semanas, el gobierno cubano despacharía brigadas médicas de distinto tamaño y composición a unos veinte países, desde Honduras hasta Catar. El 13 de abril llegaría otra brigada de médicos y enfermeros cubanos a Italia, destinados esta vez a Turín. El gobierno de Cuba no ha confirmado lo que cobra por esos servicios, pero el dinero que pagan otros países por los servicios de los médicos cubanos es, tras el cierre del turismo, una de las últimas fuentes de ingreso de moneda libremente convertible que tiene todavía la isla, junto con lo que todavía puedan mandar a sus familias los cubanos residentes en el extranjero. Interrogado por el Diari de Andorra, el doctor René Díaz dijo que no sabía cuánto le pagarían. «Nuestro salario lo recibe de manera íntegra nuestra familia en Cuba. Y aquí recibiré lo que me den, pero no le puedo decir nada porque apenas hace unos días que he empezado a trabajar y todavía no me han pagado».

En la isla, mientras tanto, el número de casos confirmados de coronavirus, y de muertos, ha ido creciendo inexorablemente. El gobierno cubano ha dado abundante información, bordeando en indiscreción y violación de la privacidad, sobre cada uno de los casos reportados, pero se ha abstenido de revelar los recursos con los que contaría para atender simultáneamente a cientos o miles de enfermos en estado crítico. El 9 de marzo, el ministro de Salud Pública, Jorge Ángel Portal Miranda, dijo en la Mesa Redonda que en la «primera etapa» del plan de enfrentamiento a la pandemia, el país dispondría de 3 100 camas, y más de cien de terapia intensiva. Tres semanas más tarde, en la conferencia de prensa del 30 de marzo, Portal Miranda dijo que en fases sucesivas de la crisis Cuba podría llegar a disponer de 700 camas de terapia intensiva. Si esas cifras son reales, al inicio de la crisis, Cuba tenía 0.9 camas de terapia intensiva por cada cien mil habitantes, menos de la mitad que la India, pero se proponía llegar en unas pocas semanas, si la forzaran las circunstancias, a tener casi tantas como Gran Bretaña, 6.3. Los sistemas sanitarios de España, donde había 9.7 camas de terapia intensiva por cada cien mil habitantes al inicio de la pandemia, y de Italia, donde había 12.5, estuvieron muy cerca de colapsar en los días más oscuros de finales de marzo y principios de abril.

El ministro Portal Miranda no ha confirmado cuántos ventiladores Cuba tiene para mantener vivas a las personas que no puedan respirar por sí mismas, ni se ha referido a planes para adquirir más en el mercado mundial, lo cual sería casi imposible para un país que no tiene un centavo, cuando el precio de un ventilador se ha disparado de 25 mil dólares a 45 mil. CiberCuba logró calcular, usando distintas fuentes, que la isla tendría alrededor de dos mil ventiladores, y que los contratos con otros países para el envío de médicos cubanos disponían que una parte del pago de esos servicios fuera hecho con equipos y material sanitario. A todas luces, las autoridades cubanas saben que el número de ventiladores disponibles podría ser dramáticamente insuficiente, por lo que han encomendado al comandante Ramiro Valdés, un anciano de 87 años con amplia experiencia en la persecución y encarcelamiento de disidentes y ninguna en la industria de productos médicos, que se ponga al frente de un equipo de ingenieros de la CUJAE para diseñar un ventilador cubano. No era necesario que Valdés interrumpiera su cuarentena y se pusiera él mismo en peligro de contraer el virus. Estudiantes del Massachussets Institute of Technology publicaron el diseño de un ventilador que puede ser construido con partes que cuestan, en total, no más de cien dólares. Cualquiera puede copiar ese diseño libremente, está disponible con un clic en Internet.

Puesto que no puede proporcionar mascarillas sanitarias a la gente, el gobierno cubano ha recomendado que cada cual se haga las suyas con materiales caseros. Granma, diligentemente, ha publicado instrucciones para lavar y reusar esas máscaras de tela. «Póngalo a remojar en agua jabonosa durante 15 minutos… restriegue con energía… enjuague con abundante agua corriente… proceder al lavado de manos con agua y jabón… póngalo a secar al sol y al aire». El Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades considera que las máscaras de tela pueden ser contraproducentes, debido a que el virus las puede penetrar con relativa facilidad, y que sólo deben ser usadas como último recurso por personas enfermas y personal médico a falta de máscaras reales. Un estudio conducido en Vietnam en 2015 y publicado en el British Medical Journal, concluyó que un virus tiene entre 40 y 90 por ciento de probabilidades de penetrar y permanecer en una máscara de tela. Mientras las autoridades sanitarias mundiales discuten la necesidad y conveniencia de las máscaras sanitarias, en Cuba continúan los cortes al suministro de agua, producto doble de la sequía y del catastrófico estado de los acueductos. El 10 de marzo, un día antes de la primera muerte por coronavirus en Cuba, Aguas de La Habana anunció que algunas de los barrios más populosos de la ciudad, incluyendo La Víbora, Luyanó y el Cerro, recibirían agua sólo cada tres días. «Trabajan por aliviar compleja situación con el abasto de agua a la capital», reportaba Tribuna de La Habana el 13 de marzo. «Afectado el servicio de bombeo de agua en algunas zonas de la ciudad», decía el mismo periódico el 2 de abril. «Anuncian afectaciones en suministro de agua en el centro-oeste de la ciudad», el día 13. Y el día 19: «Llaman a incrementar el ahorro de electricidad y agua en La Habana».

El 20 de marzo, 14 personas asistieron a una comida en una casa de Florencia, Ciego de Ávila. Entre los presentes había una muchacha de 18 años, ya infectada con el virus. Se lo había pasado un hombre cubano residente en Estados Unidos que había llegado a la isla «en la segunda quincena de marzo». La muchacha, inocentemente, pasó el virus a otras cinco personas, y luego a seis más, en su pueblo de Limpios Grandes. Miguel Díaz-Canel, al reportar el incidente, se mostró fieramente indignado. «Todavía tenemos que criticar a aquellos que siguen renuentes a acatar la disciplina imprescindible para mantener la curva de la enfermedad lo más plana posible», bufó. Sin embargo, el periódico Invasor, en un rarísimo momento de honestidad, se permitió corregir al Presidente de la República, y notó que la reunión familiar de Florencia se había celebrado horas antes de que Díaz-Canel finalmente apareciera en televisión para advertir de la gravedad de la situación sanitaria en Cuba y recomendar el distanciamiento entre las personas. «El día de la ‘fiesta’», notó la periodista Saily Sosa, «lamentablemente en Ciego de Ávila no se tenía la percepción de riesgo que hoy nos obliga a usar nasobucos, oler a cloro, estar alertas y pedir radicalidad en las medidas». El 20 de marzo fue el día que España pasó de 20 mil casos confirmados de coronavirus, y mil muertos. Estados Unidos tenía más de 17 mil casos y 230 muertos.

El 14 de marzo, la soprano cubana Diana Rosa Cárdenas salió al balcón de su casa en Mantua, en la Lombardía devastada por el virus, y cantó para sus vecinos la «Salida de Cecilia Valdés». «Llevo en mi alma cubana la alegría de vivir… Soy cascabel, son campana… Yo no sé lo que es sufrir…»  Sus vecinos la aplaudieron, merecidamente, como si hubiera triunfado en La Scala. Un mes después, el 14 de abril, CiberCuba mostró el video de una fiesta familiar en Santiago de Cuba, en el que se ve a un grupo de diez personas bailando, bebiendo cerveza y conversando. Todos tenían máscaras de tela, aunque varios se la habían bajado para hablar o beber. «Quieren morirse rumbiando (sic)», comentó alguien en Facebook, un raro comentario benévolo entre centenares de invectivas y acusaciones. El pasado fin de semana, Cuba reportó que había pasado los mil casos confirmados de coronavirus.
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