Por Iván García.
En el desactualizado mural de una ruinosa panadería estatal se observa una foto en blanco y negro de Fidel Castro detrás de una tribuna con su dedo índice en alto y una frase que dice: Revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado dentro del socialismo. En la parte inferior del mural, varias consignas y una invitación del sindicato de comercio interior a participar en el próximo desfile del 1 de mayo.
En la pared del salón de venta, pintado con brocha gorda, el manoseado lema de Socialismo o Muerte y una foto de Fidel, Raúl y Díaz-Canel, incrustado de forma forzada gracias al photoshop. Son las dos de la mañana y nadie repara en el mural, una formalidad habitual de las empresas estatales para cumplir con el ritual ideológico. Los que elaboran el pan están en lo suyo. Un panadero vigila la calle desierta y dos guardan seis bolsas de pan de corteza dura y una tanqueta de aceite en el maletero de un viejo Lada de la era soviética.
Después de consumado el ‘invento’, un eufemismo usado en Cuba que camufla los robos y malversaciones en todo el entramado institucional y productivo del país, el maestro panadero cuenta un fajo de billetes que luego reparte entre los trabajadores. “Técnicamente, dice, no estamos fachando (robando) a la cara, pues por la mañana la gente va a tener garantizado el pan que dan por la libreta”.
El truco es simple. El Estado decretó que a todos los nacidos en Cuba nos toca un panecillo de corteza suave que debiera pesar 80 gramos. Los panaderos elaboran el pan con menos gramaje y la materia prima que sobra (harina, aceite, levadura, sal y azúcar) suele tener dos destinos: o se vende a precios elevados en el mercado informal o la utilizan en centros de elaboraciones clandestinos donde posteriormente venden bolsas con seis panes entre 250 y 300 pesos cada una.
Negocio redondo. No tienen que invertir en comprar materia prima. Todo es ganancia. En un país camino del cuarto mundo como Cuba, en el cual comer dos veces al día es un lujo, ser panadero es un oficio muy lucrativo.
Digámosle Charles. Dejó la escuela en sexto grado y con 14 años, a pesar de estar prohibido en la regulación laboral, comenzó a trabajar por la izquierda en una panadería estatal. Cinco años después ya es maestro panadero. En una jornada mala see busca 6 mil o 7 mil peso, el salario mensual de un profesional de calibre. En un mes, sumando a sus ingresos el que obtiene en una panadería privada, Charlie devenga el equivalente a 500 dólares, a veces más.
Ese dinero le permite a Charlie mantener dos familias, la suya y la de su esposa, haber podido reparar la casa, comprar electrodomésticos de última generación y una moto eléctrica. Además de ahorrar dinero y en los próximos meses “hacer un tour por los volcanes en Nicaragua”, que es sinónimo de iniciar el periplo migratorio desplazándose por Centroamérica hasta la frontera sur de Estados Unidos.
En el sector estatal hay oficios más rentables que otros. El salario mensual de un panadero es bajo: 2,350 pesos. “No conozco a ningún maestro panadero que recuerde el día de cobro. Algunos se lo beben en una noche o lo donan al sindicato para quitarse los ojos de encima”, confiesa Charles.
El jefe de almacén de un restaurante estatal cuenta que “aunque hubo tiempos mejores, todavía en gastronomía puedes ganar dinero suficiente para vivir bien. Aunque no al nivel de hace quince años, cuando un administrador, si dirigía una pizzería que tenía buenas ventas, en dos años podía comprarse un carro y un apartamento. Pero ahora siempre algo se pega”.
Por la puerta de atrás de los almacenes, hoteles y empresas del Estado, sale la mercancía que alimenta al mercado negro, que sigue siendo el negocio más lucrativo y que mejor funciona en Cuba. También en el sector estatal existe una puerta giratoria que suministra combustible, víveres y otros artículos a los emprendedores privados.
“El sistema se mantiene gracias al ‘invento’. El gobierno lo sabe y a cada rato desata una campaña contra las ilegalidades, pero nunca se lanza a fondo. Si desarticulas completamente esa estructura, la ‘revolución’ dura tres meses”, asegura el jefe de un taller estatal.
¿Y cómo se gana dinero en un taller automotriz?, le pregunto. “De muchas maneras. Por ejemplo, vendiendo motores, piezas y partes de vehículos que son dados de baja y en el mercado informal te pagan un billetaje. Por el motor de un Hyundai en buenas condiciones te dan dos mil dólares. La mayoría de los ‘almendrones’ (autos americanos viejos) que circulan en la isla se han armado con lo que se roba de los talleres del Estado. Son pocos los que compran las piezas en las tiendas por divisas. Con el combustible sucede igual”, responde.
El jefe de una agrupación de la construcción reconoce que el peaje a pagar para “tener barra libre con los recursos del Estado es cumplir a cabalidad un código silencioso, parecido al de la Omerta en la mafia italiana. Debes untar con dinero a tus superiores. Si pretendes quedarte con todo el dinero y no repartes a los de arriba, el primer bounce lo das al Combinado del Este. Debes afiliarte al PCC o la UJC. Cuando eres un cuadro (dirigente) es obligado tener en el bolsillo el carnet rojo. Ser militante comunista implica pertenecer también a las brigadas de respuesta rápida, participar en actos de reafirmación revolucionaria y disuadir cualquier provocación de la contrarrevolución. Es la factura a pagar”.
En Cuba casi nada funciona, excepto la propaganda, la represión, el burocratismo y la corrupción. El actual gobierno intenta vender el relato de una campaña permanente «contra las ilegalidades y otras distorsiones que frenan los cambios”.
En opinión del directivo de una empresa estatal “ese discurso es solo para encubrir la realidad: que el burocratismo y la corrupción, enraizados de manera transversal en todas las estructuras e instituciones del Estado, son los mejores aliados de los gobernantes. El día que les quiten esos ‘recursos’ se acabó el ‘invento’ mayor:, o sea la revolución. El gobierno lo sabe, por eso jamás se tira al fondo de la piscina. Cada cierto tiempo hacen operaciones policiales y encarcelan a tres o cuatro corruptos y así callan a la población. Pero sin afectar a la burocracia y sus directivos, quienes controlan sectores importantes de la economía y tienen muchísimo poder”.
Mientras los directivos ganan cientos de miles de pesos, la mayor parte de los cuatro millones de empleados que trabajan para el Estado, tratan de ganar un dinero extra que les permita llegar a fin de mes. Y lo mismo se roban un paquete de hojas, piezas de una computadora que los herrajes del baño de una oficina. Algunos lo consiguen con el dinero y las cosas que les regalan sus pacientes o clientes, como ocurre con los médicos, abogados y cajeros de bancos, entre otros profesionales.
Los que viven de un salario que no alcanza ni para comprar un cartón de huevos en 3 mil pesos, piden la baja y buscan ser contratados por una MIPYME donde los salarios son de diez a quince veces más altos. Otros, como Marianela, secretaria en una oficina comercial, al no tener ninguna entrada extra de dinero, atiende con insolencia al público, se pinta las uñas en horario laboral o se pone a ver culebrones turcos en su celular. Si el sistema no les da lo suficiente para vivir, entonces hacen huelga de brazos caídos.