miércoles, 24 de abril de 2024

Alejo Carpentier y su relación con el castrismo.

Por Luis Cino.

El 24 de abril de 1980, a los 76 años, moría en París Alejo Carpentier, uno de los más destacados escritores cubanos y de Hispanoamérica del siglo XX. 

Poco antes de morir, Carpentier, uno de los tres cubanos que han recibido el Premio Cervantes (los otros son Guillermo Cabrera Infante y Dulce María Loynaz) donó el dinero del premio al régimen de Fidel Castro.

Al fallecer, Carpentier ocupaba desde hacía trece años el cargo de agregado cultural de la Embajada cubana en Francia.  

Su designación en 1967 para ese puesto debe haber sido sumamente grata para el escritor, que al dejar de ser el director de la Imprenta Nacional de Cuba, tomó un segundo aire como creador al disponer de más tiempo para escribir. Y lo aprovechó. Mientras que apenas escribió en el tiempo que estuvo en Cuba, fungiendo como burócrata de la cultura entre 1959 y 1967, Carpentier, en sus últimos años en París, escribió El recurso del método y Concierto barroco (1974), La consagración de la primavera (1978) y El arpa y la sombra (1979).    

Carpentier, nacido en Suiza en 1904, hijo de un francés y de una rusa y habiendo residido durante doce años en Francia, siempre se sintió más a gusto en Europa que en Cuba, donde nunca se consideró lo suficientemente bien acogido ni comprendido.

La incondicionalidad de Carpentier con el castrismo se contradice con el pesimismo que, en su más importante novela, El Siglo de las Luces, muestra respecto al devenir de las revoluciones y de los revolucionarios, al reflejar las contradicciones y la paulatina degradación de uno de los protagonistas, Víctor Hughes.

El idealista Hughes termina convertido en un sanguinario, oportunista y cínico tirano que para justificar el restablecimiento de la esclavitud explicaba: “Hemos terminado la novela de la revolución, nos toca ahora empezar su historia y considerar tan solo lo que resulta real y posible en la aplicación de sus principios”.

Carpentier puso en boca de Esteban, uno de los personajes de la novela, la advertencia: “¡Cuidado! Son ustedes, los ilusos, los devoradores de escritos humanitarios, los calvinistas de la idea, quienes levantan las guillotinas”.

Si no fuera porque Carpentier, que residía en Venezuela, terminó de escribir El Siglo de las Luces en 1958, varios meses antes del ascenso al poder de Fidel Castro, se pudiera pensar que alude a él cuando Sofía se asombra porque su amante Víctor Hughes fuese: “Capaz de hacer el bien o el mal con la misma frialdad de ánimo, de ser Ormuz como podía ser Arimán; reinar sobre las tinieblas como reinar sobre la luz.  Según se orientaran los tiempos podía volverse, de pronto, la contrapartida de sí mismo”.

Alejo Carpentier no era profeta, no tenía modo de saber cómo sería Fidel Castro, que todavía estaba alzado en la Sierra Maestra, pero le bastaba con saber cómo fueron Robespierre, Lenin, Stalin y Mao. Aun así, siendo capaz de intuir lo que vendría, Carpentier no vaciló en poner su pluma al servicio del régimen castrista.

Al regresar a Cuba en 1959, unos meses después del triunfo de la insurrección, Carpentier hizo algunos cambios a la novela para ponerla más a tono con la revolución cubana, congraciarse con el régimen y despejar cualquier duda que pudiera surgir acerca de su adhesión. Incluso llegó a proponer que se hiciera “una lectura desde un punto de vista marxista” de El Siglo de las Luces.

Cuando en 1962 se publicó el libro en Cuba, varios meses después que en México, muchos pensaban que Alejo Carpentier tendría problemas. Uno de ellos fue Heberto Padilla, que según cuentan, al coincidir en un entierro con Carpentier, le dijo: “Deja que Fidel lea tu novela, que vas a salir por el techo”.

Pero no sucedió así. La novela se publicó íntegramente y no hubo escándalo. Tal vez influyera el prestigio con que contaba el autor de El reino de este mundo y Los pasos perdidos. Lo cierto es que ni Fidel Castro ni sus comisarios culturales atinaron a desentrañar la moraleja de la novela en la espesa prosa barroca de Carpentier, y en vez de considerarla ideológicamente nociva o contrarrevolucionaria, la elogiaron.  

Para 1964, Carpentier decía estar trabajando en lo que calificó como “una trilogía épica de la Revolución Cubana”. Pero, tan atareado como estaba en lograr un balance entre los clásicos de la literatura universal y los títulos del realismo socialista soviético que se publicaban en la Imprenta Nacional que dirigía, solo hizo tres capítulos de la trilogía que resultaron bastante decepcionantes y asustaron a algunos mandamases, como Carlos Rafael Rodríguez. Tal vez a eso se debió que decidieran enviar a Carpentier a París.

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