sábado, 14 de diciembre de 2024

Dolores Ibárruri, el altavoz del odio.

Por Pedro Fernández Barbadillo.

Los delincuentes tratan de cubrir las huellas de sus delitos. También los políticos. Por ello, el PSOE está demoliendo la Constitución y a la vez celebrándola. Su última campaña de propaganda consiste en proponer que las Cortes homenajeen a las veintisiete mujeres que participaron como parlamentarias en la redacción de la Constitución de 1978. El PP, cómo no, se ha adherido a la propuesta, con su habitual sumisión a las consignas de la izquierda.

Un acto inane, de feminismo de cuota, que, sin embargo, supone para la izquierda otra de esas batallas culturales que decide dar y ganar. Entre esas mujeres aparece Dolores Ibárruri Gómez (1895-1989), conocida como La Pasionaria, a quien se debería señalar, más que como modelo de concordia, como sembradora del odio que condujo a la guerra civil. Seguramente aquí se encuentra el motivo de la admiración que siente Pedro Sánchez por ella.

De la Iglesia al PCE.

Nació en Gallarta (Vizcaya) en una familia de mineros carlistas, que le formó en el catolicismo. Pero al casarse en 1916 con el minero y socialista Julián Ruiz Gabiña, éste le convirtió a otra fe, la de la revolución obrera. Como madre, dio a luz a seis hijos, de los cuales sólo sobrevivieron dos: Rubén y Amaya.

La Pasionaria con las Brigadas Internacionales.

Su militancia política comenzó en el PSOE, pero luego se adhirió al comunismo. En 1920 fue elegida para el comité del PCE en Vizcaya, la provincia con más militantes comunistas. Con el triunfo de la República, la dirección del partido le designó redactora de Mundo Obrero, con lo que se trasladó a Madrid, llevando a sus hijos consigo; su marido quedó en Vizcaya. El PCE la presentó en las elecciones de 1933, pero no fue elegida. Después, realizó su primer viaje a Moscú de Stalin, donde, por supuesto, no vio miseria, ni despotismo, ni opresión.

Los carlistas, que tenían otra oradora y activista igual de impactante, María Rosa Urraca Pastor, en cambio, por envidias internas rechazaron llevarla al Parlamento y, además, no la aprovecharon.

En las Cortes de 1936, Ibárruri competía con otros diputados de la izquierda en insultos y amenazas a los parlamentarios de la derecha y, también, en la defensa del golpe revolucionario de octubre de 1934. Por ejemplo:

"La revolución de octubre fue la defensa del pueblo contra el fascismo. De ese pueblo que aprecia más la dignidad que la vida. En la represión de ese movimiento llegasteis a extremos incalificables, a martirios extraordinarios."

A José María Gil Robles y José Calvo Sotelo dedicó abundantes amenazas de muerte, muchas de las cuales se borraban del Diario de Sesiones por orden del presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio.

Enlutada con marido.

En la guerra que ella había pedido con fruición, Ibárruri dadas sus limitaciones intelectuales, se limitó a la propaganda. Aquí brilló gracias a sus dotes y a la experiencia de los agitadores soviéticos.

Difundió el bulo de la quinta columna para amparar el genocidio de enemigos de clase, que se realizó en Paracuellos de Jarama; apeló a la resistencia de los madrileños con el ejemplo del 2 de mayo de 1808; animó a los milicianos a masturbarse para evitar las enfermedades venéreas que tanto abundaban en las trincheras del Ejército Popular; y justificó el aplastamiento del POUM con el argumento emitido desde Moscú de ser ‘trotskista’. Siempre vestida de negro, como si viviera en la casa de Bernarda Alba.

Mientras morían miles de españoles en los frentes y la retaguardia, la Pasionaria encontró el amor con Francisco Antón Ruiz, un comisario político diecisiete años más joven que ella.

La Pasionaria con Fidel Castro.

En marzo de 1939, producido el golpe de Estado del coronel Casado, la CNT y un sector del PSOE, se apresuró a huir de España en un avión, junto con Santiago Carrillo y otros camaradas. Se estableció en Moscú con sus dos hijos y su amante. En agosto siguiente, cuando su protector e ídolo, Stalin, firmó el pacto nazi-soviético, pasó de insultar al fascismo a culpar de la guerra mundial a las potencias capitalistas y burguesas.

También justificó el asesinato de León Trostki en 1940 por el español Ramón Mercader. Escribe su biógrafo Ángel Maestro que, cuando México liberó a éste en 1960, Ibárruri consiguió que el KGB le concediera una ‘dacha’ cerca de Moscú y una pensión equivalente a la de un general de división.

Al invadir Alemania y sus aliados la URSS, de nuevo se volcó en la propaganda. Un veterano comunista, Jesús Hernández, y un 'niño de Rusia', José Fernando Sánchez, afirman que Ibárruri intervenía en los estudios de los 4.000 niños enviados a la URSS durante la guerra civil y controlaba su comportamiento. Se negaba a que cursasen estudios superiores, ya que prefería obreros con conciencia proletaria. Llegaba a reñir en público a las niñas por comportamientos tan burgueses para ella como pintarse las uñas. Vetó la devolución de esos niños a sus familias, de modo que sufrieron la Segunda Guerra Mundial, en la que muchos murieron. Otros se dedicaron a prostitución y el robo para sobrevivir.

La muerte de Rubén, oficial del Ejército Rojo, en octubre de 1942 en Stalingrado contribuyó a aumentar ese odio que la impulsaba como el vapor a una locomotora… y a reforzar su posición como enseña del comunismo mundial.

Moscú le nombró secretaria general del PCE en 1944. Se trasladó a Toulouse y luego a París para dirigir las actividades del partido con el objetivo de derrocar al general Franco: la petición de ruptura de relaciones diplomáticas, la invasión de España (Operación Reconquista) y la ejecución de golpes terroristas en las ciudades. Las campañas fracasaron y en 1948 volvió a Moscú para entrevistarse con Stalin. Su amo le aconsejó que el PCE abandonase la guerrilla y adoptase la táctica de infiltrarse en los sindicatos del régimen.

Tuvo tiempo para vengarse de su amante, que le había dejado por otra mujer mucho más joven, llamada Carmen Rodríguez. Ibárruri obligó a Antón a realizar varias feroces autocríticas y le calificó como agente enemigo. Al menos no le mató.

Insultos y plomo para muchos camaradas.

Para quitarse las culpas del fracaso de la lucha terrorista contra el franquismo, que en vez de debilitar al régimen lo reforzó, ella y Carrillo se las echaron a los comunistas del interior, a algunos de los cuales hicieron asesinar.

La Pasionaria en París.

Uno de éstos fue Gabriel Trilla, muerto en 1945 por unos sicarios comunistas, que le mataron a puñaladas en un solar de Madrid y desnudaron su cadáver para que pareciera un asesinato entre "maricones". La policía detuvo al jefe de esos sicarios, Cristino García, que fue juzgado, condenado a muerte y fusilado. Este asesino tiene calle en Alcalá de Henares.

Ibárruri justificó la eliminación de Trilla como espía del propio franquismo. "Viejo y experimentado provocador" lo llamó. Durante años, ésa fue la versión del PCE sobre varios de sus más arriesgados luchadores. Enrique Líster acusó a Carrillo y Pasionaria de planear su asesinato, pero que se salvó porque Stalin se lo prohibió.

Franco, a diferencia de los rojos, no mató a ninguno de los suyos.

En 1960, se le eligió presidenta del PCE, cargo completamente decorativo que mantuvo hasta su muerte. Sus camaradas la relegaron a la condición de jarrón chino, no sólo por su edad, sino también porque sus gritos y sus amenazas perjudicaban la estrategia de ‘reconciliación nacional’ planteada en 1956 y la táctica de acercamiento a grupos católicos, monárquicos y liberales.

Prueba de su rencor son sus declaraciones al semanario italiano Il Borghese en 1974:

"La guerra civil sigue. Han pasado 39 años y esperaremos algún año más, pero nuestra venganza durará cuarenta veces 39 años. Se lo prometo."

Vencida por Alianza Popular en Asturias.

En la transición, por fin regresó a España. A sus 82 años, fue elegida diputada, esta vez en unas elecciones sin pistoleros (salvo en Vascongadas). El PCE la presentó por Asturias en las elecciones de 1977. No era tan popular como ella y sus correligionarios creían, ya que su lista quedó la cuarta, detrás de las del PSOE, la UCD y AP.

Aprobó con su voto la amnistía y la Constitución, dos leyes que ahora sus nietos ideológicos consideran que fueron un pacto vergonzoso con el franquismo. No pronunció ningún discurso en el año y medio en que fue diputada.

En las Cortes junto a Carrillo.

En los doce años que estuvo en España yo no sé que Ibárruri participara en ninguna exhumación de "víctimas del franquismo" ni revelara la localización de ninguna fosa común. Tampoco pidió disculpas por haber apoyado a Stalin, el mayor genocida europeo, ni por haber difamado a camaradas o haberlos entregado a la policía, ni por haber abandonado a los combatientes en 1939, ni por haber amenazado de muerte a los diputados de la derecha, ni por su trato a los niños de Rusia, ni por su apoyo al terrorismo...

En agosto de 1977, asistió en Somorrostro (Vizcaya) al entierro de Julián Ruiz, con quien seguía legalmente casada. Éste había vuelto a la España gobernada por Franco en 1972 y se mantenía gracias a dos pensiones, una que cobraba por su trabajo como barrenador y otra abonada por la URSS. El marido consentido murió de un cáncer que se le había detectado en el hospital público de Cruces (Baracaldo), construido por el franquismo.

Más paradojas en su familia. Su nieta Lola Sergueyeva se emparejó con el multimillonario judío Marc Rich, no con un obrero, ni un sindicalista, ni un luchador antifascista. ¿Quién puede aceptar lecciones de moral de estos individuos?

Ibárruri falleció el 12 de noviembre de 1989, a punto de cumplir 94 años de edad. Diversos testimonios indican que recuperó la fe católica de la primera parte de su vida, aunque el agonizante PCE no renunció a organizar un descomunal funeral laico. Miles de ateos que negaban la vida después de la muerte proclamaron entonces: "Dolores vive".

Y de vivir hoy, ante la guerra de Ucrania, repetiría sus discursos de los años 30 y 40: Moscú se defiende de un complot imperialista y lo importante es la paz.

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