sábado, 31 de diciembre de 2011

Aprender a sembrar (y a comer).

Por Luis Felipe Rojas.

Aunque la agricultura se desplomó en un 10% hace un par de años, la culpa nunca fue a dar directamente a los malos procedimientos burocráticos o la falta de visión de las autoridades para alimentar una población que sobrepasa hoy los 11 millones. Los especialistas del ramo apuntan a causas como la no utilización de las técnicas tradicionales de cultivo y la sobreestimación de fertilizantes y otros adelantos científicos.

De momento parece -según recalca todos los días el periódico Granma- que los agricultores cubanos no saben sembrar. En cada reportaje publicado podemos extasiarnos con los campesinos que nos descubren técnicas antiquísimas de laboreo: intercalado de cultivos, diversificación de los mismos para aprovechar las bondades del clima tropical, o el desarrollo de semillas resistentes a plagas y sequías. El Palacio de la Revolución hace los manuales y los diarios Granma y Trabajadores enseñan a sembrar malanga y boniato.

Es difícil creer que todos los investigadores agrícolas cubanos hayan saltado al exitoso sector del turismo en medio de la alta crisis de los años 90. Entonces cabría preguntarse dónde estaban cuando la policía se animaba a perseguir -como todavía sucede- a vendedores de mamoncillos, aguacates y maíz. ¿Alguno de estos autorizados sabios de la tierra se ha preguntado por los obstáculos que atraviesa un productor de ganado bovino para llevar un camión-cisterna con agua o miel a sus animales?

Las ordenanzas del Partido en las localidades van más encaminadas a escalar un mejor peldaño en su cerrada emulación socialista que a obtener logros palpables en este sector tan sensible a la vida.

A través de ONGs foráneas, se ha constatado que en Cuba no hay mejor fertilizante que la producción orgánica de alimentos y los desechos de las cosechas. El aprovechamiento de los suelos o muchas maneras más de utilizar el agua son métodos ya usados por nuestros antepasados, pero ahora alemanes y suecos solidarios se encargan de brindarnos dinero y herramienta para enseñarnos lo que supuestamente se nos olvidó.

Al gobierno no le ha bastado medio siglo para componer esa fuente rota que es el interés del guajiro por la tierra. Miles de personas aprendían a leer en una muy divulgada campaña de alfabetización en 1961, al tiempo que al campesino se le olvidaba el tiempo de cada cosecha, aprovechar el ciclo lunar o desarrollar una ganadería intensiva. Tal parecía que era una escuela para desaprender.

Las granjas del pueblo, las Cooperativas de Producción Agropecuaria, las Unidades Básicas de Producción Agropecuaria o cualquier experimento anterior o posterior a estos aparecen ahora como elementos acusadores contra los trabajadores (presentados hoy como holgazanes, improvisados agricultores o gente ilusa que huyó despavorida tras cantos de sirena hacia las ciudades).

Recientemente el semanario Trabajadores publicó un extenso reportaje donde se acusaba a campesinos y directivos del ramo de malgastar los bienes del Estado y hacer mal uso de los suelos. La demora en la entrega de fertilizantes y el resto del "paquete tecnológico" no encuentra cabida entre el mar de orientaciones entre los diferentes niveles de dirección, según esta publicación oficial.

Dos ejemplos irrefutables de los desenfrenos estatales en el tema de la agricultura son las miles de caballerías sometidas a la sobreexplotación cañera por varias décadas y que muy difícilmente puedan aportar algún beneficio que no sea pasto y forraje. El otro es la descabellada idea -bajo un supuesto principio martiano- de combinar estudio y trabajo. El hecho de que cientos de miles de estudiantes pasaran por planes citrícolas en Isla de Pinos, Matanzas u Holguín, regiones que aparentaban un alto nivel de producción, no escondía más que el férreo adoctrinamiento ideológico a que se sometió a estos educandos.

La radio, televisión y la cada vez más plana prensa plana bombardean a diario al cubano con las bondades de la comida verde, pero lo que no han resuelto aún los manuales de agricultura urbana y suburbana es cómo pasar ajíes, coles y lechugas por el puente de la canasta familiar hasta la mesa del más común de los ciudadanos sin desfondarles los bolsillos.

Hora de aprender a sembrar, es el grito de guerra del General-Presidente y sus huestes en palacio, cuando a los cubanos les parece que mejor sería empezar por aprender a comer.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario