sábado, 31 de diciembre de 2011

El problema de España.

Por Carlos Alberto Montaner.

Todas las encuestas predicen el triunfo arrollador del Partido Popular en España. Mariano Rajoy, si no sucede algún fenómeno imprevisto, será electo jefe de gobierno el 20 de noviembre y contará con mayoría absoluta en el Parlamento. ¿Quién es este político? Se trata de un abogado conservador de 56 años, gallego, servidor público desde hace tres décadas. Ha sido diputado regional y nacional y Ministro del Interior. Este es su tercer intento de gobernar a los españoles.

¿Cómo es Rajoy? El rasgo más notable de su personalidad es la prudencia. Eso es bueno. Desde los tratadistas romanos sabemos que la virtud más importante de los gobernantes debe ser la prudencia. La casa de gobierno no es el sitio adecuado para sentar aventureros y espíritus audaces. ¿Por qué? Porque, cuando toman decisiones erróneas, algo que ocurre frecuentemente, las consecuencias las padecen millones de personas.

Rajoy parece encarnar la idea platónica de la cautela. No hace declaraciones explosivas. No promete la luna. No es divertido ni carismático. Apunta muy cuidadosamente antes de disparar. Es serio como un enterrador. Un dato muy elocuente: cuando era un joven abogado que no pensaba en hacer carrera política, ganó unas dificilísimas oposiciones que lo convirtieron en Registrador de la Propiedad. Eligió un destino profesional tranquilo, casi anónimo y notablemente lucrativo. Eso dice mucho del personaje.

La España que le tocará dirigir al próximo presidente padece un problema medular, muy antiguo, que está en la base de casi todos sus conflictos: el país no produce lo suficiente. España genera poca riqueza cuando la comparamos con las naciones punteras de Europa: Alemania, Holanda, Inglaterra, Francia, Suecia o Suiza. Su parque industrial es más débil y está peor diversificado. El nivel de desarrollo técnico y científico propio es más pobre. El tejido empresarial no es lo suficientemente denso como para absorber a toda la población con capacidad de trabajar, y el que existe no le agrega valor a la producción al extremo de poder pagar buenos salarios. La excelente hostelería que acoge todos los años a cincuenta y cinco millones de turistas, y de la que los españoles están justamente orgullosos, es la espina dorsal de la economía nacional, pero en ese divertido mundillo de palmadas y comilonas no se pueden pagar grandes salarios.

¿Por qué España produce relativamente poco? Las explicaciones se acumulan desde el siglo XVII, cuando Inglaterra, Holanda, Francia (y luego Alemania) comenzaron a despegarse del resto de Europa. Hay decenas de razones y todas son discutibles. Se alega que tiene que ver con la cosmovisión religiosa católica y enemiga del lucro, con el tipo de educación repetitiva que no estimula la creatividad, con el ordenamiento jurídico que no protege debidamente la propiedad, con los valores morales que desprecian el trabajo manual e impiden la movilidad social, con la mala administración del Estado. Sobran las causas reales o ficticias.

En rigor, esa discusión teórica no cambia la terca realidad: lo cierto es que el país genera, relativamente, poca riqueza para poder costear el tipo de vida que la sociedad desea disfrutar. Si se pretende que el Estado, con cargo a los presupuestos generales, proporcione buenos sistemas de salud y educación públicas, cómodos medios de transporte, infraestructuras modernas, jubilaciones generosas, protección policiaca y una administración eficiente, es indispensable que mucha gente trabaje en empresas exitosas para que todos paguen los impuestos que se requieren. No hay otro modo.

La existencia del Estado de Bienestar no es el resultado de la decisión política de una sociedad por medio de su clase dirigente, sino de las posibilidades reales del aparato productivo. Si se quiere vivir como los suizos hay que producir como los suizos.

¿Puede Rajoy cambiar los seculares patrones de comportamiento laboral colectivo de los españoles? Es difícil, pero no imposible. ¿No lo hicieron Japón y Corea del Sur? ¿No lo están haciendo la India y China, aunque todavía sean dos sociedades muy pobres? Como se trata de un político sensato, con toda seguridad, a corto plazo atacará los problemas más urgentes (la deuda exterior, el déficit, el desempleo), pero, si es un verdadero estadista, dedicará parte de su esfuerzo a tratar de cambiar el destino del país a largo plazo. Ésa sí es una tarea de gigantes.
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