Manolín, el médico de la salsa, lleva algún tiempo creyéndose que es escritor, no lo es, pero él se lo cree y persiste aunque el mundo le niegue toda la razón. Como también se cree músico, y hasta médico, y tampoco es ninguna de las dos cosas, se haya graduado de lo que sea. Manolín, según advierto, fue descubierto por unos europeos, franceses para más INRI, y como mismo lo descubrieron lo soltaron, al percibir ellos a su vez que tras una canción de relativo éxito no había más que un humo más espeso que aquella niebla que inundó Londres en 1952. Manolín cayó en picada y a la deriva, después de haber bailado -es un decir- hasta el hartazgo encima de su bola, quedó al campo aplastado por esa misma bola.
Reapareció entonces en Miami, esa ciudad tan piadosa, siempre maltratada de mafiosa por los mismos con los que ella se apiada. Yo estaba en la casa de una amiga en Miami la noche en la que Manolín llegó por la frontera mexicana, y de ahí a casa de esa misma amiga. Lucía suave, fresco y bajito de sal, protestó enseguida porque su mujer se había quedado rezagada (si, yo tengo buena memoria). Sin una gota de sudor que delatara un enorme esfuerzo. Alguien había pagado por su "traslado", me anunciaron. Manolín llegó a Miami y Miami como siempre lo recibió con los brazos abiertos, incluso cuando quedó claro desde el inicio que Manolín no era un exiliado ni un perseguido político, más bien un medicucho en su salsa. Craso error.
De un tiempo a esta parte, Manolín escribe cartas llenas de incongruencias y de llanticos melodramáticos, muy pajaritos para ser más exacta. Perdón, rectifico, porque tengo amigos pajaritos que jamás han llorado como llora este pedazo de chernona engreída que se cree intelectual. Sí, pajaritos que estuvieron presos en la UMAP, pajaritos que atravesaron el Estrecho de la Florida, pajaritos que han escrito tremendos libros encojonaísimos en contra del castrismo, y ahí están, en Miami, trabajando en lo que les toque, como trabajó hasta el último día de su vida Lorenzo García Vega, una de las grandes figuras del Grupo Orígenes, y trabajaron Carlos Victoria, Reinaldo Bragado (muy hombres ellos), entre otros que hoy están vivos y siguen trabajando en su obra y ganándose la vida. Sí, porque esos que mencioné por sus nombres ya están muertos, y nadie les dio nunca una explicación, ni recibieron una disculpa, ni les dedicaron una canción, ni les escribieron cartas defendiéndolos, o al menos reconociéndolos.
Manolín vomita en su última misiva una defensa abierta y asquerosa de los esbirros del castrismo que se aparecen en Miami a cobrar por las basuras de mamarrachadas que ellos llaman conciertos. Nadie los conoce en el mundo, no tienen carrera internacional, salen de los remates del castrismo a cobrar por su pendejada baratucha en locales más que extrañitos, pero ahí están locos por el verde, y no precisamente el verdeolivo, aunque de vez en cuando también. Manolín insulta al exilio ya desde el título de su teledirigida cartica, alegando que el exilio juega a ser como Fidel Castro. Nada más que por ese insulto, el exilio en masa, larga cola mediante, debiera sonarle unas buenas patadas por las nalgas a este imbécil que se cree la última Coca Cola del desierto cuando ni siquiera es la última chancleta envuelta en huevo que tocó por una casilla de la libreta de racionamiento.
Todavía no he leído una carta de Manolín dirigida en contra de esos esbirros que como recuerda Alex S Gonzalez en su reciente video firmaron cartas en contra de los presos de la Primavera Negra del 2003 y exigieron paredón para los tres jóvenes negros que pretendían huir de la tiranía arriesgando sus vidas en el mar. Pero Manolín no puede hacer esa carta justa, porque Manolín se encuentra en lo que él cree que es un equilibrio y no es más que el filo de su nocivo escupitajo oportunista y mediocre. Manolín no atravesó el mar en una balsa. A Manolín lo catapultaron con salsita podrida y todo en primera clase hacia Miami.
¿Qué le importa al exilio que este insípido nalguifricandeloso nos acuse con sus mentiras de lo que a él se le ocurra con ese cerebro de chorlito que no produce una canción desde el machadato, si sabemos que es una mentira como todas las que soltó su Comediante en Jefe, su modelo y maestro? Nada, no nos debe importar ni un milímetro en lo más mínimo lo que él diga o escriba.
Lo que el exilio de Miami está haciendo ahora, unido, no es para que Manolín lo apruebe o no, es para que el mundo lo respete de nuevo y lo apruebe y lo apoye. Como dijo ayer Ariane González ¡Make Miami Great Again! De eso se trata. Y Manolín y un pedo perdido en un baile es lo mismo.
Manolín no es ni músico del exilio y se quiere vender como que tampoco es músico de la tiranía, aspira él a ir por libre. Qué pena me da su caso, qué risa, más bien. Manolín es el clásico cambiacasaca de los que tanto hubo en todas las guerras. Y esto es una guerra. Óyelo bien, esto es una guerra en contra del castrocomunismo y sus secuaces donde no hay espacio para vacilantes ni vaciladores.
Todavía no he leído, ni la leeré seguramente, una carta vomitada por esa "excelsa" "pluma" "manierée" de Manolín defendiendo a los numerosos artistas y escritores cubanos a los que el castrismo prohibe entrar en su país, y mucho menos actuar y publicar en su tierra. ¿Quieren saber algo? No me importa en lo más mínimo.
Para terminar, espero que esa epístola del señor salsero medicamentoso sea ampliamente recompensada con cientos de conciertos programados en el Protestódromo, allí donde a él probablemente empiecen a darle cobertura a falta de buenos músicos, todos exiliados, pipa de ron barato a granel mediante. Porque para oír a Manolín hay primero que curdearse a matarse, y si es con guafarina partepescuezo mejor.
Tienen suerte los esbirros estos de que Estados Unidos sea un país de leyes, y por una parte de eso se aprovechan, de las leyes que también los benefician y encubren hasta cierto punto, y contra las cuales berrean ellos en los escenarios impuestos por quienes les han impedido vivir dentro de la legalidad de una sociedad que pudo haber sido de las más desarrolladas. Alguna ley existirá en Estados Unidos que impida que los representantes de los genocidas vengan a esquilmar el dinero de los contribuyentes para brindarle oxígeno a una dictadura de 58 años. Y si esa ley no existe habrá que inventarla.
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