Por Zoé Valdés.
El gran ídolo de masas, el Rey Barack Obama, Premio Nobel de la Paz a tan solo unas semanas de haber sido elegido presidente, se despide un día llorando y el otro cantando. Deja un “legado” que para sus leales súbditos es lo mejor de la bolita del mundo, y para los que saben de verdad lo que ha sucedido en Estados Unidos en estos últimos 8 años, resulta desastroso, incluso para su propio Partido y para la izquierda norteamericana en general.
Un país destruido económicamente, que ha dejado de ser la primera potencia mundial para ubicarse detrás de Rusia. Un país dividido por el racismo, el clasismo y la violencia social y política, más el terrorismo casero.
Un inquieto Barack Obama (de políticos inquietos válganos Dios) reanuda relaciones con una de las tiranías más sangrientas del hemisferio y del mundo, permitiendo que con visa de múltiples entradas y salidas lleguen a suelo norteamericano los hijitos de militares castristas a consolidar sus negocios de capitalismo salvaje, y a todo tipo de gentuza que representa de manera más o menos nítida o turbia los intereses de Raúl Castro. Además enfrenta de la peor de las maneras a Israel, un aliado histórico de EEUU. Y envía tropas a Polonia, cuqueando así al gigante ruso, y poniéndonos al borde de una 3ra guerra mundial con todo lo que eso implica para su país: Ley Marcial, etcétera y demás, que es lo que busca, “deshabilitar” la toma de posesión de Donald Trump, presidente recién electo. Y no se asusten, que todavía quedan ocho días antes de su partida. Todo puede suceder con este incongruente, pero adulado líder de la izquierda mundial, y de la derecha también.
Volviendo a Cuba y al restablecimiento de relaciones. Con su política Obama le dio la última patada a lo que quedaba de la oposición en Cuba. Una oposición bastante debilitada (asesinatos de sus líderes principales mediante, Obama lo sabe, que fueron asesinados, está en los emailes extraviados de la Clinton), y por otra parte corrupta y vendida al castrismo. Una oposición light que tomó espacios virtuales al mismo tiempo que Castro II tomaba posesión nombrado por su hermano, una oposición a conveniencia de Raúl Castro y sobre todo del propio Barack Obama.
El modelo a impulsar en Cuba se suponía que sería Birmania, y sus militares en el poder, con una opositora líder al frente, muy cinematográfica ella, al estilo hollywoodense. Un modelo con la intención de consolidar y eternizar todavía más a la tiranía, de beneficiarse económicamente los adinerados de siempre, y de tumbar a la verdadera disidencia que ponía obstáculo a los negocios sucios que esclavizan al cubano.
Lo que faltaba entonces era zumbarle también la última patada al exilio. Un exilio que vivió desde sus inicios el complejo de ser exiliado de derechas, y de ser cubano, reducido a darse a conocer solamente en Miami, y no en el mundo. Un exilio que se fue diluyendo en una especie de ternura amorfa para con el enemigo, que no es solamente el castrismo, y esforzados para que los de la izquierda lo tuvieran en cuenta, lo aceptaran y hasta lo mimaran. A lo que yo llamo no entender a José Martí, ni tenerlo presente por un segundo, quien desde el exilio dirigió la mayor revolución que se hizo en Cuba, la de la cultura y la guerra. Sin cultura y sin guerra no hay libertad. Abortada por los traidores de turno, como era de suponer.
Tanto Castro como Clinton como Bush y como Obama entendieron todo desde el inicio. Con Bush se hicieron los mayores negocios que ningún otro gobierno republicano tuvo con la isla, mientras tanto él repartía medallas y condecoraciones a diestra y siniestra entre opositores fatigados y extremistas religiosos. Medallas que también repartió Obama después a los que han cooperado fervientemente con el intercambio “incultural” de un solo lado, el que favorece al castrismo.
Y por último, como todo lo que dejan la izquierda y los comunistas cuando les toca abandonar el poder a regañadientes, la medida tomada por Obama en combinación con Castro II, siembra una enorme confusión. Sí, la izquierda es especialista en sembrar el caos y la confusión, son expertos en vorágines. Y en dejarlo todo así, patas arriba, revuelto y difuso.
El problema, entonces, posee varias aristas. No hay que verlo y mucho menos analizarlo en blanco y negro: Que si Obama cumplió lo que los cubanos republicanos le exigían a Trump. Eso, verdaderamente, resulta no sólo falso, porque no todos los cubanos republicanos le pidieron a Trump que quitara la Ley que por derecho de protección beneficiaba a los exiliados, además es bajo, de una bajeza moral como sólo puede complotarse en los descerebrados kubanoides que hoy pululan en los medios y en internet.
Obama de un plumazo decreta que los cubanos dejan de ser exiliados para ser migrantes como los demás migrantes que no padecen dictaduras en sus países. Eso es una patada al exilio auténtico y un desprecio por la lucha de los cubanos en aras de liberar a Cuba.
No, él firma por el contrario en “aras de normalizar relaciones” con el dictador, o sea, de colaborar con el abuso y la represión, bajo una tiranía de la que salen huyendo todavía algunos cubanos que han sido perseguidos políticos; cada vez menos, es cierto, todo hay que decirlo. ¿Y por qué cada vez menos? Pues porque los mismos cubanos se han dado a la tarea, como la oposición interna light del Disintur, de destruir los principios del exilio, al plantear que ellos no son políticos, que ellos no hablan de política, y que a ellos nunca les sucedió nada en Cuba, ni le pisaron un callo. Bien, ahí tienen.
Obama, por tanto, no es el único responsable, Obama, como buen sujeto izquierdoso de doble moral, se agarró de la trampa que muy hábilmente tendió Castro a los cubanos. Y si bien Obama es el principal autor de tumbar la medida e imponer otra, por dejarse tentar por el dictador y colaborar con él, los cubanos también lo son, y no mucho menos. Por eso el asunto no es pintorretear en blanco o en negro. El asunto, el problema posee, como ya dije, diversos tintes y aristas.
Y la culpa, por el momento no la tienen ni Trump ni Putin. Aunque ya algunos lo afirmen con toda certeza, la misma certeza que les hizo confiar en los medios propagandísticos y creer a pie juntillas que ganaría la corrupta Hillary Clinton.
Obama nos desprecia, o sea desprecia al exilio. Claro que nos desprecia. Pero por encima de todo a los aduladores que le han ido a cantar loas mientras él traicionaba la historia y memoria de sus padres. Obama siempre prefirió a los dictadores comunistas antes que al pueblo cubano. Pues sí. Lo dijo muy claro y alto en su discurso en La Habana, que no haría nada por nosotros, que le tocaba a los cubanos hacer lo que tienen que hacer por ellos mismos. Pues, normal. Muchos aplaudieron ese discurso, que tuvo sus aciertos, pero que estaba cargado de sostén a los cubanos del castrismo, y no a los cubanos firmemente anticastristas, y mucho menos a los exiliados de toda la vida.
Obama pudo haber enviado drones y haber exterminado a la “familia” o clan castrista, y se sanseacabó la cosa, como hizo Reagan en Granada, pero no. No lo hizo, como tampoco lo hicieron los anteriores presidentes norteamericanos, tampoco Reagan, habría que preguntarse por qué. Pues igual tengo la respuesta: los americanos consideran que el pueblo cubano no sirve, y que sólo les sirven en algo esos tiranuelos gangsteriles que el mismo pueblo ñangotado y gregario puso en el poder. Tiranuelos que se volvieron ancianos mantenidos por ese pueblo chancletero que lo mismo aclama en la Plaza de la Revolución como aguanta bajo el demoníaco sol y espera lloriqueante por una visa estadounidense en la larga cola de la Oficina de Intereses (ahora embajada) como paga por ver a un timbero en un tugurio castrista sembrado en Miami en sus propias narices, para luego regresar al año y un día a la “especuladera” y gozadera y volver a aplaudir al tirano desde su cómoda posición de protegido por las leyes norteamericanas y hasta de ciudadano norteamericano.
Numerosos cubanos que se benefician de las “mieles” del exilio en EEUU y de las leyes impuestas por los republicanos, votaron por Obama, incluso sabiendo que se trataba de un izquierdista en cuyas oficinas lucieron banderas con las fotos del Che Guevara, el mayor asesino de cubanos. Votaron por él, anudándose el lazo al cuello, y votaron después por Hillary Clinton apretándose el nudo del lazo, aun cuando vimos en un video reciente a su marido estrechando efusivamente la mano a Raúl Castro en un hotel de Nueva York mientras respondía a la pregunta del criminal de cómo se sentía y Clinton respondía: “Mejor desde que lo estoy viendo a usted”. Pues este es el resultado.
Obama no es sólo un pusilánime. Obama es un traidor. Pero no tan traidor como el mismo pueblo cubano de sí mismo.
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