Por Ramón H. Colás.
Imagino aquella madrugada de abril. Algo fría. Brisa a intervalo, calma absoluta, oscuridad en la escena y un escaso auditorio de ejecutores pagados por un asesino mayor. Nadie escucha el lamento de aquellos condenados a morir, quienes todavía pensaban en superar la tragedia y volver al barrio pobre de donde habían salido. Sin embargo, la solemnidad de la muerte le esperaba con el júbilo con que los dictadores matan. Fue un muerte rápida (sin tiempo para una oración) e innecesaria. Llegaron al paredón cansados de llorar. Sin poder hacer su última cena y no les cabían recuerdos en sus mentes turbadas entre tantas gentes amadas, pero recordaban a sus madres más que a cualquiera.
Sus piernas débiles temblaban y apenas escuchaban las voces de mandos del jefe del pelotón de fusilamiento. Habían muerto antes de matarlos. Eran tan frágiles (como todos en Cuba) que en su impotencia se resignaron a morir ellos mismos, como en un suicidio imaginario. Era el único recurso contra aquella injusticia. Quienes le dispararon tenían su edad y también, tal vez –porque nadie sabe cómo piensa el otro- los mismos deseos de escapar de aquel país impuro y solemne, pero cumplían la orden con rigor y apretaron el gatillo con los ojos abiertos hasta verlos caer frente a ellos.
Después, cuando la madrugada se escapaba, los verdugos no informaron al dictador de aquellas muertes. En ese momento, Fidel Castro disfrutaba el sueño placentero en la comodidad de su poder y lejos del dolor causado a tres madres cubanas. En las siguientes horas, el comandante, con la habilidad atribuida a su astucia, se dispuso a superar los retos por el crimen. Llamó a los intelectuales de adentro (también de afuera) y estos hicieron cartas justificando el crimen para lavar las manchas de la autoridad de Castro. Luego, como suele ocurrir en un país sin frontera y con un pueblo embriagado de nada, todo volvió a ser igual.
Fue un 13 de abril, del 2003, cuando las ráfagas del castrismo descargaron su odio contra los cuerpos oscuros de tres jóvenes negros inocentes. Las últimas víctimas mortales del régimen, Bárbaro Sevilla, Lorenzo Copello y Jorge Martínez, exteriorizan el racismo de Castro con este abominable crimen, quien en apresurada declaraciones dijo: “había que dar un escarmiento”. Lo dio de la mejor manera y fue asesinando.
Imagino aquella madrugada de abril. Algo fría. Brisa a intervalo, calma absoluta, oscuridad en la escena y un escaso auditorio de ejecutores pagados por un asesino mayor. Nadie escucha el lamento de aquellos condenados a morir, quienes todavía pensaban en superar la tragedia y volver al barrio pobre de donde habían salido. Sin embargo, la solemnidad de la muerte le esperaba con el júbilo con que los dictadores matan. Fue un muerte rápida (sin tiempo para una oración) e innecesaria. Llegaron al paredón cansados de llorar. Sin poder hacer su última cena y no les cabían recuerdos en sus mentes turbadas entre tantas gentes amadas, pero recordaban a sus madres más que a cualquiera.
Sus piernas débiles temblaban y apenas escuchaban las voces de mandos del jefe del pelotón de fusilamiento. Habían muerto antes de matarlos. Eran tan frágiles (como todos en Cuba) que en su impotencia se resignaron a morir ellos mismos, como en un suicidio imaginario. Era el único recurso contra aquella injusticia. Quienes le dispararon tenían su edad y también, tal vez –porque nadie sabe cómo piensa el otro- los mismos deseos de escapar de aquel país impuro y solemne, pero cumplían la orden con rigor y apretaron el gatillo con los ojos abiertos hasta verlos caer frente a ellos.
Después, cuando la madrugada se escapaba, los verdugos no informaron al dictador de aquellas muertes. En ese momento, Fidel Castro disfrutaba el sueño placentero en la comodidad de su poder y lejos del dolor causado a tres madres cubanas. En las siguientes horas, el comandante, con la habilidad atribuida a su astucia, se dispuso a superar los retos por el crimen. Llamó a los intelectuales de adentro (también de afuera) y estos hicieron cartas justificando el crimen para lavar las manchas de la autoridad de Castro. Luego, como suele ocurrir en un país sin frontera y con un pueblo embriagado de nada, todo volvió a ser igual.
Fue un 13 de abril, del 2003, cuando las ráfagas del castrismo descargaron su odio contra los cuerpos oscuros de tres jóvenes negros inocentes. Las últimas víctimas mortales del régimen, Bárbaro Sevilla, Lorenzo Copello y Jorge Martínez, exteriorizan el racismo de Castro con este abominable crimen, quien en apresurada declaraciones dijo: “había que dar un escarmiento”. Lo dio de la mejor manera y fue asesinando.
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Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos:
En los últimos días, hemos visto con sorpresa y dolor que al pie de manifiestos calumniosos contra Cuba se han mezclado consabidas firmas de la maquinaria de propaganda anticubana con los nombres entrañables de algunos amigos.
Al propio tiempo, se han difundido declaraciones de otros, no menos entrañables para Cuba y los cubanos, que creemos nacidas de la distancia, la desinformación y los traumas de experiencias socialistas fallidas.
Lamentablemente, y aunque esa no era la intención de estos amigos, son textos que están siendo utilizados en la gran campaña que pretende aislarnos y preparar el terreno para una agresión militar de los Estados Unidos contra Cuba.
Nuestro pequeño país está hoy más amenazado que nunca antes por la superpotencia que pretende imponer una dictadura fascista a escala planetaria. Para defenderse, Cuba se ha visto obligada a tomar medidas enérgicas que naturalmente no deseaba. No se le debe juzgar por esas medidas arrancándolas de su contexto.
Resulta elocuente que la única manifestación en el mundo que apoyó el reciente genocidio haya tenido lugar en Miami, bajo la consigna "Iraq ahora, Cuba después", a lo que se suman amenazas explícitas de miembros de la cúpula fascista gobernante en los Estados Unidos.
Son momentos de nuevas pruebas para la Revolución Cubana y para la humanidad toda, y no basta combatir las agresiones cuando son inminentes o están ya en marcha.
Hoy, 19 de abril de 2003, a 42 años de la derrota en Playa Girón de la invasión mercenaria, no nos estamos dirigiendo a los que han hecho del tema de Cuba un negocio o una obsesión, sino a amigos que de buena fe puedan estar confundidos y que tantas veces nos han brindado su solidaridad.
Alicia Alonso
Miguel Barnet
Leo Brouwer
Octavio Cortázar
Abelardo Estorino
Roberto Fabelo
Pablo Armando Fernández
Roberto Fernández Retamar
Julio García Espinosa
Fina García Marruz
Harold Gramatges
Alfredo Guevara
Eusebio Leal
José Loyola
Carlos Martí
Nancy Morejón
Senel Paz
Amaury Pérez
Graziella Pogolotti
César Portillo de la Luz
Omara Portuondo
Raquel Revuelta
Silvio Rodríguez
Humberto Solás
Marta Valdés
Chucho Valdés
Cintio Vitier
Al propio tiempo, se han difundido declaraciones de otros, no menos entrañables para Cuba y los cubanos, que creemos nacidas de la distancia, la desinformación y los traumas de experiencias socialistas fallidas.
Lamentablemente, y aunque esa no era la intención de estos amigos, son textos que están siendo utilizados en la gran campaña que pretende aislarnos y preparar el terreno para una agresión militar de los Estados Unidos contra Cuba.
Nuestro pequeño país está hoy más amenazado que nunca antes por la superpotencia que pretende imponer una dictadura fascista a escala planetaria. Para defenderse, Cuba se ha visto obligada a tomar medidas enérgicas que naturalmente no deseaba. No se le debe juzgar por esas medidas arrancándolas de su contexto.
Resulta elocuente que la única manifestación en el mundo que apoyó el reciente genocidio haya tenido lugar en Miami, bajo la consigna "Iraq ahora, Cuba después", a lo que se suman amenazas explícitas de miembros de la cúpula fascista gobernante en los Estados Unidos.
Son momentos de nuevas pruebas para la Revolución Cubana y para la humanidad toda, y no basta combatir las agresiones cuando son inminentes o están ya en marcha.
Hoy, 19 de abril de 2003, a 42 años de la derrota en Playa Girón de la invasión mercenaria, no nos estamos dirigiendo a los que han hecho del tema de Cuba un negocio o una obsesión, sino a amigos que de buena fe puedan estar confundidos y que tantas veces nos han brindado su solidaridad.
Alicia Alonso
Miguel Barnet
Leo Brouwer
Octavio Cortázar
Abelardo Estorino
Roberto Fabelo
Pablo Armando Fernández
Roberto Fernández Retamar
Julio García Espinosa
Fina García Marruz
Harold Gramatges
Alfredo Guevara
Eusebio Leal
José Loyola
Carlos Martí
Nancy Morejón
Senel Paz
Amaury Pérez
Graziella Pogolotti
César Portillo de la Luz
Omara Portuondo
Raquel Revuelta
Silvio Rodríguez
Humberto Solás
Marta Valdés
Chucho Valdés
Cintio Vitier