jueves, 18 de febrero de 2021

Castrismo en fase terminal: a punto de descorchar la champaña.

Por Javier Prada.

Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel.

El diario Los Angeles Times acaba de dar una muy buena noticia a la dictadura cubana: el presidente Joe Biden reanudará el envío ilimitado de remesas a la Isla y levantará las restricciones impuestas por Donald Trump para que los ciudadanos estadounidenses puedan tirar sus dólares en el money pit controlado por Raúl Castro y su cohorte de ladrones. Tal como se esperaba, el inquilino número 46 de la Casa Blanca volverá a conectar el respirador artificial para que la plaga comunista termine de saquear lo que queda de Cuba.

El castrismo, por su parte, se prepara para una nueva ronda de fingimientos luego de haber reiterado a sus ciudadanos la prohibición (por si alguno estaba confundido) del derecho a hacer política, arte y prensa al margen de los circuitos estatales. Esta vez no se trata únicamente, como suele afirmarse, de una artimaña para alcanzar condiciones más ventajosas a la hora de discutir con Estados Unidos el tema del respeto a los derechos humanos. Una porción de la sociedad civil se ha manifestado en contra del régimen, exige diálogo y está dispuesta a plantarse donde sea con tal de ser escuchada. Son destellos cada vez más concretos en medio de un panorama social al límite, donde basta una chispa para que la gente se lance a las calles de una vez.

La dictadura lo sabe y ha tomado sus providencias en forma de interdicciones engavetadas, a la espera del momento adecuado para exhibirlas en su fuerza legal incontestable, legitimadas por una Constitución que prorrogó indefinidamente la permanencia del castrismo en el poder. Tal vez no sea necesario hacerlo por ahora, si Biden se muestra complaciente. Eliminar el tope impuesto por Trump al envío de remesas (1000 USD trimestrales por persona) sería un buen comienzo, y el demócrata parece dispuesto a dar ese paso.

Por lo visto, ningún asesor le ha explicado al presidente de Estados Unidos que esos miles de millones de dólares no llegarán a manos del pueblo cubano, sino que irán a hibernar en tarjetas ancladas a cuentas de bancos nacionales controlados por el castrismo, que volverá a invertir con holgura en prebendas para asegurar la lealtad de sus esbirros; o en combustible para que patrullas y ómnibus salgan de la nada cargados de paramilitares con el único objetivo de moler a golpes a un puñado de intelectuales y artistas que leen poesía frente a un ministerio infame.

Nadie le ha explicado a Joe Biden que al igual que en la era de Obama, ese dinero será utilizado para reprimir cualquier amago de disidencia y fortalecer la doctrina que ha arruinado totalmente a Venezuela mientras enfila sus ambiciones hacia otros países de la región. Por si no bastara, la dictadura insiste en hacerle guiños a Rusia, China e Irán, que se muestran esquivos porque saben que hay falta de liquidez; pero apenas empiecen a llegar los dólares de Biden buscarán retomar los convenios públicos y secretos.

Tal vez el presidente de Estados Unidos no lo sabe, pero esos 333 dólares mensuales per cápita que autorizó Donald Trump son suficientes para comprar la limitada variedad de productos que se venden en Cuba. Aumentar exponencialmente el flujo de billetes verdes hacia la Isla no acelerará la llegada de la democracia, pero sí profundizará la dependencia, la holgazanería y la apatía política.

Los dueños de negocios florecientes, vistos por los demócratas como la vanguardia de una Cuba libre y próspera, no se ponen jamás del lado de los oprimidos porque tienen mucho que perder. Mientras puedan nadar entre las aguas de Miami y La Habana, aprovechando “acercamientos” circunstanciales sin inmiscuirse en política, seguirán de espaldas a la realidad de un pueblo que lo ha perdido todo, desde la tierra hasta la consciencia de nación.

Joe Biden debe saber que la voluntad política del régimen no es real. Nunca lo ha sido. El castrismo continuará arrebatando libertades a sus ciudadanos y acusando de injerencia a cualquier nación que intente ayudarlos. De Estados Unidos solo quiere dinero para mantenerse a flote, y acceso para socavar desde dentro el poder del exilio cubano, imponer su visión de la historia y rescatar esa tóxica nostalgia por la Revolución Cubana que solo pueden sentir quienes no han vivido, día tras día, este desastre.

Desde hace tiempo se viene anunciando la caída del régimen comunista; pero siempre aparece, como un milagro fatídico, el dinero para recomponerlo. Mientras la nueva administración estadounidense revisa la política hacia Cuba, el congresista James McGovern ha solicitado un levantamiento total de las sanciones, y la coalición bipartidista cubanoamericana ha pedido se mantenga la presión económica sobre la dictadura.

Por el momento, según la nota publicada en Los Angeles Times, se ha marcado un punto a favor de quienes comparten la visión del demócrata de Massachusetts. Eso es suficiente para que el cadáver podrido del castrismo se anime a descorchar la champaña, mirando hacia el futuro con la esperanza renovada gracias, una vez más, a su enemigo histórico.

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